La ameba come-cerebros, así la han bautizado. También la ameba asesina, y se ha cobrado tres vidas en los EUA a lo largo de este agosto. Su nombre científico es Neagleria flowleri, y es un ameboide –es decir, un parásito- que reside en aguas templadas y estancadas.
El último cadáver pertenece a un niño de nueve años (es curioso como el cadáver deja de pertenecerte una vez has eximido). Murió el pasado cinco de agosto, tras haber asistido a un campamento de pesca. Los análisis posteriores han verificado que la causa de la muerte fue por meningoencefalitis amebiana, es decir, por la afección de la ameba asesina. Claro: es asesina, su cometido es matar. Ya lo hizo con anterioridad en el estado de Florida, a un chaval de dieciséis años que había estado nadando en un estanque cercano a su domicilio. Igual le ocurrió a un joven luisiano de veinte años que, según han informado las autoridades sanitarias, la ameba hubo anidado en su vaso de enjuague nasal. En las tuberías internas de su casa encontraron restos de las ameba, pero los análisis posteriores han determinaron imposible que ésta se haya extendido por los conductos centrales de la ciudad. Extraño, ¿verdad? El acontecimiento posee todos los alicientes que requieren las películas de ciencia ficción y de terror apocalíptico. Y es que últimamente se están estrechando demasiado las fronteras entre la ficción y la realidad. Hace unos meses apareció un estudio elaborado por investigadores de la Universidad de Ottawa, Canadá, que dictaminaba que “si los zombies existieran, acabarían con la civilización entre tres y cuatro días”, lo peor de todo –en este caso también valdría lo mejor- es que los investigadores no se quedaron allí, se tomaron realmente en serio el estudio, trazando firmes y férreos paralelismos con los virus e infecciones todavía desconocidos. “Hemos seguido el proceso que se utiliza para analizar cualquier virus de raíz desconocida, así se hizo con la Gripe A”. En cierto modo parece útil, porque son pocas las cosas que restan sin infectar: la prima de riesgo, los parqués occidentales, las librerías comerciales, la política revolucionaria la fe religiosa y clasista, la euforia social, etcétera. Cada una de la lista posee su virus, su ameba particular; todas ellas parecen zombies arrastrándose sobre un suelo cada vez más frágil e insostenible. Y, cuidado con acercarse demasiado, que cuando muerde es contagioso. El único modo de acabar con ellos es cortándoles la cabeza. Y de ello Robespierre sabía mucho.
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