La torre de Milad debe de parecer una antorcha. Localizada al noroeste de la ciudad de Teherán, capital política y económica de Irán, es un símbolo de modernidad y la sexta torre de comunicaciones más alta del mundo. Hoy, allí, la temperatura alcanza los 37ºC. No es, pues, ninguna tontería, que sus habitantes busquen diversas formas de refrescarse. Así se hizo, y así no se volverá a hacer; ellos lo intentaron, pero han sido perseguidos; empezaron a jugar, pero el ladrón les confundió con el verdugo que les roba el alma; fue, acaso, el miedo o la discordia de una nación dividida y absolutamente ajena para sus oriundos.
Porque…
La República Islámica de Irán; con su Líder Supremo que se responsabiliza y supervisa la delineación de la política ejercida en la República; con su Presidente de la República –Mahmoud Ahmadinejad-, corrupto y encargado del grosero pucherazo que, in extremis, mantuvo el rumbo del estado en las pasadas elecciones; con millón seiscientos cuarenta y ocho mil ciento noventa y cinco kilómetros cuadrados, con su supuesto tratamiento de la energía nuclear para fines militares, con su política atómica; con su consulado de consuelos religiosos; con su chiismo, con su discordia y con el tedio que el Gobierno representa para su población. Mahmoud Ahmadinejad con su fanatismo, con las llaves compradas a Taiwán para colgarlas en el cuello de los niños: “estas son las llaves del paraíso”, y les entrenaba para inmolarse y, así, abrir paso a sus tropas en las tremebundas guerras en que se ha sumido el país. Mahmoud Ahmadinejad con su eterno negacionismo: “aquí, en mi país, no existen homosexuales”, o “jamás existió un holocausto judío, ¿dónde están las pruebas?”, el Ahmadinejad al que le roban las nubes, al que solo le vale lo sagrado y lo puro –es decir, su antítesis-, el hombre que reza para la extensión islamista y, sin superstición, anhela una fortísima debacle para el Occidente plagado y gobernado de judíos. Ellos, los políticos y su Gobierno, cada vez más alejados de su población, se han visto obligados a intervenir en una guerra de pistolas de agua que, jóvenes y mayores, convocaron para aliviar los 37º que asolaba la capital. Así es. Así fue: “¡Deteneos, disidentes! ¡Nos nos engañaréis con vuestra patraña revolucionara y altercadora!”.
Los beligerantes –de pistolas de plástico, colores y agua- se reunieron el parque de la ciudad sureña de Bandar Abbas para dispararse agua y combatir la llama que, probablemente, menos queme en toda la República. Los dirigentes vieron en el juego motivaciones políticas y sexuales, de modo que detuvieron a varios de los participantes, obligándolos –desde luego- a confesar públicamente en la televisión iraní las perversiones de la jugada.
Parece que el ramadán no sienta bien.
Desde la red social Facebook, ahora con el vuelo armado, se han convocado distintas celebraciones guerrilleras con pistolas de agua: Isfahan, Karaj, Teherán, son solo algunas de las ciudades que ya han confirmado su participación. Al parecer, el Gobierno creyó que El Movimiento Verde –la disidencia iraní- se hallaba tras estas concentraciones. Por lo que se ha podido investigar, no fue así. Y ahora, en vez de la disidencia, lo que tienen detrás es una población civil harta de tantísima memez.
A Mahmoud Ahmadinejad Ayatolá De Pura Sangre le dan miedo las pistolas de agua. Él, por supuesto, es más de armas nucleares.
¿Es posible que él, el Presidente, sueñe esta noche un sueño? Será una chica desnuda, morena y lesbia, se apellidará Cohen y portará en la mano el libro Der Prozess; se le acercará sensualmente, como una gata, con la luna coronando su pelo corto y femenino. En la otra mano llevará una pistola de agua; se acercará lentamente a su presidente y, en ademán mayestático, le arqueará una lengua que nacerá de su espléndida y rojiza boca; alzará la pistola con sigilo, como lo haría un gato, una pistola de plástico y de color verde, y la posará sobre la frente de su ensoñador. Con un ágil movimiento de dedo, apretará el gatillo y, Mahmoud Ahmadinejad, su ensoñador, verá una llave de bronce que se le hundirá terriblemente en el cráneo. Tras su estertor, la voz última de la mujer le susurrará: “y esta es tu llave del paraíso.”
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