29 de agosto de 2011

Cabalgó desnuda y la flecha alcanzó la manzana


El paso del mito al logos no se llevó por delante la totalidad del mito. El mito se convirtió en leyenda. Leyenda significa acción de leer o suceso que tiene más de tradicional o maravilloso que de histórico y real. Estas dos leyendas son maravillosas, lógicas y míticas. Ambas parecen alegorías, bellas metáforas, hermosas historias; son libros que albergan la magia de lo desconocido, de párrafos perdidos, de inquietudes viscerales, de desnudez, de valentía, de noche y de muerte. Son verdad  y son mentira. Jamás ocurrieron y jamás dejarán de ocurrir.
Guillermo Tell era suizo y pertenecía al pueblo cantón de Uri, entre el XIII y el XIV. Durante esos años, la Casa de Austria -la archiconocida dinastía Habsburgo- trataba de unificar las tierras suizas poseyendo por un lado el agua del Rin y, por el otro, las montañas alpinas de Tirol. Cierto día, Guillermo paseaba junto a su hijo por la plaza mayor de Altdorf. Jamás había mostrado inclinación política, pero aquella mañana, rebelde, blanca e independiente, desestimó la obligación que tenían los ciudadanos de inclinarse ante un sombrero sitiado en medio de la plaza como símbolo de la Casa Habsburgo. Ante tal desobediencia, el sanguinario y ultrajante gobernador de Altdorf, H. Gessler, detuvo a Guillermo y a su hijo. A sus oídos hubo llegado la innominable destreza que Guillermo tenía con la ballesta y, desafiándolo, lo obligó a disparar a una manzana que, a ochenta pasos de distancia, se alzaría sobre la cabeza de su hijo. Guillermo, asustado y dolido, suplicó al gobernador un cambio de sentencia, pero éste fue impertérrito: dispara, si aciertas restarás libre de cargos; sin embargo, si yerras, caerá sobre ti la pena de muerte. Así Guillermo armó dos flechas a su ballesta y, sin parpadear, disparó, hundiéndola en la manzana roja, sin siquiera rozar a su hijo. El gobernador, sorprendido por la destreza del ballestero, le preguntó que para qué quería esa segunda flecha. Guillermo Tell respondió que esa flecha la hubiera hundido en su pecho, gobernador, en caso de no dar a la manzana. Gessler montó en cólera y arrestó de nuevo a Guillermo, imponiéndole el severo castigo de aislarlo en el castillo de Küssnacht. Durante el traslado  por el lago de los Cuatro Cantones, una sorpresiva tempestad arreció las aguas, con la lluvia, con los rayos. Los guardianes de Guillermo lo desencadenaron, de modo que éste pudo llevar el barco a la orilla, salvando a toda la tripulación y al propio gobernador, que se hallaba entre los pasajeros. Huyó cual trueno para, poco después, tender una trampa a Gessler y hundirle su segunda flecha en el corazón.
Por otro lado, Lady Godiva. Fue una dama terriblemente bella, famosa por su cándido y benevolente corazón. Estaba casada con un hombre de tierras –el Conde de Chester, el señor de Coventry, Lord de Mercia-, ambicioso y tenebroso para su vasallos, a quienes esquilmaba las tierras y subía los impuestos. Godiva, con su larga y pelirroja cabellera, trató de apaciguar a su marido. Ella se compadecía de los desgraciados vasallos y le suplicó que se comportara con dignidad ante ellos. El hombre aceptó: bajaría los impuestos, daría más libertades, pero solo a cambio de una cosa: ella, Godiva, su mujer, debía pasear desnuda por las calles de la ciudad sobre su caballo blanco. La dama, vaporosa, de pechos puntiagudos, blancos y carmines, escarlatas y corintos, de piernas largas y cadenas desencadenadas, aceptó. No sin antes acordar con los ciudadanos que ellos permanecerían encerrados en sus casas, con las persianas bajas, con las puertas cerradas a cal y canto. Así se hizo. Godiva paseó desnuda por las calles sobre el lomo de su caballo blanco. Su marido, emocionado por la valentía de su mujer, bajó los impuestos.
De las dos leyendas podríamos extraer tres palabras: valentía, terquedad y desnudez. Tell fue valiente al disparar sobre la cabeza de su  hijo; Godiva fue valiente al aceptar el reto de su perverso. Tell fue terco al explicar al gobernador el destino de su segunda flecha; Godiva fue terca al corresponder a tamaña perturbación. Godiva fue bella, pálida y desnuda al cabalgar sobre un caballo blanco; y Tell desnudó a la monarquía, hendiendo una flecha en el mismo corazón del palacio, para iniciar el camino de su pueblo a la independencia.
Él era ágil. Ella era hermosa. Él guió a su pueblo. Ella salvó a su pueblo. Él salvó a su hijo. Ella poseía unos pechos, unos senos y unas tetas tan afiladas como cuchillas y las hundió en el pecho del terrateniente, del pecado, de la manzana.
Ambos fueron valientes y gentiles. Y, por eso mismo, se trata de leyendas. Porque si fueran verdad, los míseros acontecimientos que hoy se leen en los periódicos serían elegía.
Por fortuna, todavía restan damas como tú. Mi Godiva, mi pelirroja, mi tus senos afilados. My lady. 

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