13 de agosto de 2011

Marionetas homosexuales


Marioneta proviene del francés. Se decía del clérigo que, en la representación de la Virgen, se escondía tras el púlpito y modulaba la voz para aproximarla lo más posible al tono femenino. Él era une marionette. Los feligreses, los creyentes, los cristianos, no sé si realmente creían que esa voz aguda, burlona, grotesca y escolásticamente amariconada era la de la Virgen o una perversa broma de la Santa Sede, de aquellos que les arrancaban la voluntad de tener voluntad. De allí, la voz graciosa de los personajillos de teatrino, que no el nacimiento de las figuritas, que se remonta –si queremos- a la era de Aristóteles.
Cervantes las describió a través de la voz de Don Quijote; Goethe también las retrató, y escribió los tres dramas de moralidad y marionetas; igual ocurre con músicos como Gluck, Hydn o Liszt; y Honoré de Balzac, que colaboró junto a Delacroix en el teatro de marionetas que la escritora francesa George Sand y su hijo alzaron en el castillo de Nohant, Francia. Aun así, muy por debajo de todos estos nombres, se encuentra uno de mayor trascendencia: Laurent Mourguet, dentista de profesión. Él improvisaba historias y se ocultaba tras el mostrador, desde donde aventuraba a sus personajes de guantes y botones para suavizar y aliviar el dolor que asolaba a sus desaventurados pacientes, sumidos por si fuera poco en la Revolución Francesa.
Como toda manifestación artística, el mundo de los títeres ha ido evolucionando. Para mal. Valle-Inclán, con su famoso esperpento, fue el último en tratar a los personajes de hilos sin alma con cierto talento y destreza. Cien años después –ya en los setenta- estas representaciones teatrales fueron esencialmente predispuestas para un público infantil. Y así nacieron y arribaron en las pantallas de medio mundo los famosos residentes de Sesame Street: Epi, Blas, Coco, Gustavo. No lo sé… Jamás los vi y jamás me hicieron mucha gracia. Muchos fueron, sin embargo, los niños que aprendieron colores, números, verbos, condiciones y comportamientos con estos extraños animales que, ¿por qué no?, han carecido del estricto sentido de la alegoría. Desde luego, la proximidad al veintiuno ha debilitado notablemente su poder didáctico. Y lo ha hecho hasta tal punto que, hoy mismo, sus creadores se han visto obligados a comparecer públicamente por una iniciativa lanzada desde una de las dos enormes y fatales redes sociales que, en un evento multitudinario, reclamaban una boda formal entre los protagonistas: Epi y Blas, ambos del sexo masculino. Que dos hombres compartieran piso, que fueran tan dispares –uno tan ordenado, el otro tan retraído-, que se aproximaran muchísimo al hablar, que se susurraran secretos y mentiras al oído, como hizo el hombre a los caballos, o Clint Eastwood a Madison, que fueran, al fin y al cabo, tan escandalosamente homosexuales y que nadie lo dijera, ha molestado a este sector cibernético y social, que se les ha encendido la llama revolucionaria.
El asunto tiene su sangre: lo que parece una broma sempiterna respecto a estos personajes tan famosos y televisivos, escondida como se ha escondido tras el discursete social de la homosexualidad y de la libertad individual, no parece tan cómico. ¿Verdad? La petición dicta literalmente: “En esta era horrible de niños homosexuales que se quitan la vida, ellos necesitan saber que son hermosos y que sus vidas merecen la pena. Los chicos abusadores tienen que saber que la homofobia no está bien”. Y cuenta con más de cinco mil firmas. Lamentable. Pero no es moco de pavo. Y, por ello, Sesame Workshop, la organización no lucrativa encargada ahora de la serie, ha comparecido: “Epi y Blas solo son amigos, aunque puedan identificarse con el sexo masculino, no hay que olvidar que son marionetas y que, por tanto, carecen de orientación sexual.” Es decir, que no habrá boda. ¿Habrán contentado las declaraciones a los neófitos del casamiento? ¿Dejarán –ellos, los fanáticos de la libertad- de pensar que Epi y Blas son homosexuales? Es un debate indigno y sórdido, muy identificativo con cómo marcha hoy el mundo. A trompicones, entre estafas y mediocridades, con insuficiencias y memeces, con libertades que son libertinajes de pacotilla, cercanos a la jerarquía escolástica.
No en vano se dice que el género humano es un títere mandado por cuatro capullos de las alturas que danzan los hilos de la vida. Mientras tanto, en vez de cortar los hilos, los esclavos con máscara de mártires se dedican a querer reforzar esos lazos, a unir los hilos, a desposar con mayor firmeza y oficialidad la oligofrenia y el servilismo social. A no hacer nada, a perder el tiempo. El hazmerreír penoso y real.
Y el mundo no marcha. Que a nadie le engañen.

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