27 de agosto de 2011

Retrato de un desertor freudiano


Él es psicólogo, aunque nunca será psicólogo. De hecho todavía no es psicólogo, pero en cualquier caso nunca lo será. Recuerdo que tenía buen gusto para los sueños; soñaba bien y trataba de descifrar los sucesos e imágenes que le arrollaban cual hilo, papel o alambre, en el negroide subconsciente. A veces se los contaban. Su voz, entonces, se tornaba leda y su rostro, sin nostalgia, sin misterio ni misticismo, incluso sin vello ni bigote, empezaba a argüir en las palabras que, poco a poco y sin torpeza, describían un color, un mar, un fuego. Era gracioso verlo porque, aunque nadie lo supiera, acostumbraba a inventarse todas las interpretaciones. Era un gañán, un canalla, un truhán de las modernas mezquindades. Pelo largo, bruno, ojos de rasgos orientales, de mediana altura, fue ante todo un buen hombre.
Le dije:
    -Para ser psicólogo, hoy que apenas existen, se debe ser un poco genio.
    -Sí –respondió él-. Psicólogos sobran, lo que faltan son genios. Por eso apenas existen psicólogos.
¡Pero, bueno! A ti que antes te gustaba Freud, que creías en el psicoanálisis –no en el psicoanálisis- sino en la literatura para convertir a un hombre de letras, a un misántropo en genio para luego alcanzar la psicología; tú que gustabas de Dostoievski y Faulkner, ahora vas y te pasas al lado de la ciencia: a la cientificación de la prosa, al humanismo secular, al cognitivismo, al conductismo moderno, a la ingeniería del comportamiento, ¡a Wilhem Wundt! Solo te digo una cosa: cuidado no te conviertas en una Rosalie Rayner.
Lo cierto es que, aunque jamás sea un psicólogo, tiene una agilidad terrible para desenvolverse en la observación de la mente. Hay una escena en Deconstructing Harry en que un secundario le dice a Allen: “tú haces arte en tus libros, yo, en cambio, sin hacer arte, sin escribir, sin pintar, sin componer canciones, hago arte con mi vida. Es algo inexplicable e indemostrable, pero es así, y tú lo sabes.” Asimismo, el crítico literario no escribe libros, sino que los critica; el crítico musical no compone sinfonías, sino que las desmonta y analiza y, luego, las critica. Algo semejante debería ser el psicólogo: no un crítico –que los hay-, no un creador de problemas mentales –que lo son la mayoría-, sino un actor que se introduce en la mente, analiza los problemas para luego interpretarlos y, finalmente, trata de dar una respuesta. Que no medicamentos.
Me dijo:
    -El simio es el mejor paradigma. Dudo de su instinto. Dudo mucho que estén sujetos a la causalidad. Pero me gustan mucho los simios. Muchísimo.
    -¿Estás seguro?
    -Sí.
    -¿De veras?
    -Es posible.
¡Vamos, Alejandro! Cómo no van a ser causales los simios. Te dije que te excedías con la música independiente. ¿Qué te dije  yo? ¿Eh, qué? Mozart, Alejandro, debes escuchar a Mozart, a Schumann, a Liszt, a Bach y a Chopin, ¿recuerdas que te lo dije? Da igual que no estés preparado para ello; debes abandonar el exceso independiente. ¿Pero cómo no van a ser causales los simios?  Tú mismo lo dijiste: “este es Dizzy, estoy casi seguro. Sí. Dudo mucho que sea Berry. Es Gillespie.” Y luego, encima, dices que tienes facultades para reconocer las mentes superdotadas. ¿Que son: poderes? ¿Eres ahora un gurú? Menudo truhán, menudo canalla, menudo gañán estás hecho, Alejandro. Sin embargo te gusta Faulkner, y te gusta el Dostoievski. Tú mismo lo dijiste: “este es Dizzy Gillespie y esta iglesia no es una iglesia, sino una catedral”.
De repente te quedaste como muerto. ¿Qué hiciste? ¿Por qué así, sin más, con qué permiso vas y te mueres? Tus ojos no eran profundos, tu voz ya no fue leda porque enmudeciste. Hay pocos genios, ¿verdad, Alejandro? Debe de ser tedioso: el mar sombrío, la luna coruscante saliendo del vientre del primer anochecer, una caña con hilo y anzuelo, el poder de localizar los puntos fuertes de la pesca, los bancos, las manadas y… ¡eureka!, no existe vida bajo el mar. A ti jamás te gustó la pesca, ¿verdad? Por eso no eres y nunca serás psicólogo. Eres parte de la parte del genio. En Bach, Alejandro, en Bach y Freud se halla la respuesta.

Sinceramente, Marc V.

1 comentario:

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