2 de mayo de 2012

Parejas en singular


(De morrinha y saudade galega)

Esperaba a que el semáforo se pusiera en verde mientras buscaba en alguno de mis bolsillos el zippo con que me iba encender el cigarrillo ya pendiente en mi boca. A todo esto, tras un Chrysler PT Cruiser negro, cristales tintados, bello como un coche inglés o en su defecto como un coche fúnebre, ha pasado un camión de unos cinco metros de eslora, de fabricante español, como mucho italiano, con un contenedor cuyo contenido afortunadamente desconozco. Ha sido de refilón, pero me ha gustado ver al conductor. Era un tipo normal y corriente, de hecho era tan normal y corriente que su normalidad rozaba la vulgaridad y, por tanto, la soeza más infame. Pelo negro, despeinado, barba de dos días, patillas medias, un hombre por lo general muy ecléctico. Como suele ocurrir, era tan normal que tenía algo especial, algo extraño. Y lo tenía.
Estaba  a su lado, en el asiento del copiloto, ante la guantera, un muñeco a tamaño real de Homer Simpson vestido como en el capítulo en que él y Bart cubren el trayecto del recién fallecido Red Barclay, un camionero especializado en ingerir kilos de carne roja que muere –como buen héroe- haciendo aquello que más le gusta, estaba sentado y con el cinturón de seguridad abrochado. Esto ha ocurrido en unas décimas de segundo, diez a lo sumo, imposible el segundo y medio. Y el camión ha seguido su recorrido para dejarme con la huella del misterio. ¿Qué clase de hombre, empleado en una empresa de transportes, lleva consigo a un muñeco de metro setenta, amarillo, calvo y famoso sentado al lado con el cinturón puesto?  Pues un perturbado o un fanático de la serie. Pero todavía restaban un par de travesías para llegar a la tienda de maquillaje natural donde debía comprar la crema Green People para pieles sensibles. Así que, decidiendo dejar el cigarrillo para cuando saliera, he empezado a pensar en aquel estúpido camionero. Tal vez, en realidad, no se trataba de ningún perturbado ni tampoco de ningún fanático; aquel tipo parecía demasiado anormal para ser ninguna de estas dos cosas. A lo mejor era padre de un niño de siete años, sí, un padre con primogénito que se encontraba esperando a otro bebé, esta vez una niña, felizmente casado, con una esposa bastante guapa pero igualmente normal, que tenían un hijo de siete años que adoraba terriblemente a Bart Simpson.  El tipo, en uno de los actos de gracia que tenemos el género humano, por amor y cariño, había comprado un muñeco enorme de Homer para enseñarle a su hijo que su padre, transportista de saber qué mercancías, cuando cada madrugada bien temprano se iba a trabajar, lo hacía bien acompañado. Homer no solo le hacía compañía sino que también lo espoleaba para que condujera con precaución. El niño de siete años estaba encantado. Seguro que si se portaba bien él también podría conocer a aquel Homer real y, quien sabe, llegar a trabajar algún día con él: en el camión o en una central  nuclear, donde fuera. El caso es que, como suele ocurrir, aquel tipo quería mucho a su hijo, mucho a su esposa, y mucho a su vida, porque era feliz.
¿Pero es posible que el camionero llevara aquel humanoide a su lado por algún otro motivo? Me refiero, ¿es posible que el hecho de contentar y estimular la imaginación de un niño hubiera provocado un efecto colateral en sí mismo? Conducir durante ocho horas al día, en turnos excepcionales pernoctando incluso lejos de casa, debe causar una soledad inmensa, y más teniendo una familia a quien amas en casa. Es, por tanto, posible que aquel extraño hombre llevara a Homer Simpson a su lado porque, de algún modo u otro, le hacía compañía de verdad, no por la goma ni el relleno de peluche, sino porque allí, a su lado, se encontraba viva la ilusión de su hijo. Forman una pareja.
Y cuántas parejas ha habido y habrá… La fauna, por lo general, tiende a la unión en pareja, especialmente la nuestra, los humanos, que consumamos largas y románticas relaciones, a veces cortas y fugaces, intensas y atormentadas, fatales o hermosas, que nos han inspirado para escribir preciosas novelas y para cantar oscurísimas canciones. Hay parejas célebres que perderían su identidad con la expropiación –ahora que está tan de moda- de una sola parte de ellas: Adán y Eva, Don Quijote y Sancho, Sherlock Holmes y el doctor Watson, Felipe el Hermoso y Juana la Loca, Romeo y Julieta, Astérix y Obélix o Tintín y Milú (no es necesario pertenecer a la misma especie para generar pareja).
Pero formar una pareja no sirve para lo que frecuentemente se cree. No formas una pareja y encuentras tu media naranja, tampoco formas pareja para reproducirte, ni para engañarla, ni para descargarte en alguien; no la formas por interés, ni porque sea parecida a ti (tal y como connota la RAE en el adjetivo pareja: igual o semejante; o en su sustantivo: conjunto de dos personas, animales o cosas que tienen entre sí alguna correlación o semejanza, y especialmente el formado por hombre y mujer), no lo haces por ello, ni para llenar el tremendo vacío de sentirte irremediablemente solo. Formas una pareja para crecer como individuo. Porque aquella pareja que solo tú eliges te hace sentir admiración, amor, cariño, pasión, generosidad, miedo, rabia, furia, ternura, fatalidad, ansiedad, inmensidad, tristeza, alegría, lujuria… eternidad. No es que aquel ser ajeno pero tan cercano a ti te produzca esta cadena de emociones, sino que tú te produces a ti mismo esta cadena de emociones por haber logrado una pareja como esta. No tienes una pareja, tienes una historia, un libro, una novela, un poema, un partido de fútbol en que a veces resultas el vencedor y otras, el vencido. No es la excusa, sino el motivo perfecto para aferrarte a ti mismo y, por tanto, a la existencia, a la vida. Así, el camionero llevaba a Homer Simpson para saberse a sí mismo, para dar materia a todo cuanto le importa –su hijo, su matrimonio… Como aquellos dos ancianos que, tras cincuenta y pico años de casados, de noventa y tres y noventa y seis años, murieron en la suerte de un día cualquiera con solo dos horas de diferencia.
Poco a poco desaparece la península galaica, con sus comercios, su sirena, Maruxaina, su gente, las mareas altas, las barcas muertas sobre la arena, el frío, su lluvia, con los colores de sus casas y el intensísimo verde de su alrededor; despacio, muy despacio, las carreteras largas con letreros constantes gastronómicos, vitivinícolas, Castelo, A Venta, Viveiro, San Cibrao, se pierden bajo un cielo mecánico, turbínico, aerodinámico. Pero algo te une instantáneamente a aquella tierra; aunque solo sea este artículo de una historia que, afortunadamente, sí existió. Que siempre existirá.

9 comentarios:

  1. Una fantástica reflexión sobre la naturaleza de las personas.

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  3. Me has dejado sin palabras... Eres capaz de transmitir y calar hasta la médula componiendo melodías visuales con la retórica. Tienes muy buenas ideas. Me encantan tus reflexiones. Te leeré a diario.

    Te sigo.

    Un besazo

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  4. Me han gustado mucho tus palabras. La forma en la que defines el amor es lo que sentimos algunos por la persona con la que compartimos el día a día.
    Es curioso como un ser humano puede llegar a vislumbrar lo que acontece a su alrededor e ir más allá, divagar entre el silencio e imaginar. Mientras otros no son capaces ni de ver lo que tienen delante.

    Gracias por tu comentario sobre los sueños.

    Te sigo. Me da la sensación de que aprenderé mucho de tus palabras.

    Un saludo.

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  5. Qué cosa más hermosa. Me dejó medio estuperfacto, medio melancólico. Y más, porque venía de leer Profundidades de Mankell, y se me ha hecho una inmensa distancia, innumerable, entre mi deseo y lo que tengo. Y así me quedé, maravillado, pero triste.
    Un abrazo.

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  6. Yo hubiera pensado que ese hombre sufría delirios por llevar viajando tantísimo tiempo con Homer Simpson, pero tú lo has enfocado de una forma mucho más poética, y profunda, has llamado relación a lo que ambos tienen, y por qué no darte la razón. Creo que esta reflexión de las parejas es cruda y muy real. Me ha gustado mucho.

    Un saludo.
    Gracias por pasarte por mi blog.

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  7. me encanta, pero extraigo algo de tu texto que particularmente me llamó la atención, no porque no lo piense, sino porque lo pienso tal cual:

    "Formas una pareja para crecer como individuo. Porque aquella pareja que solo tú eliges te hace sentir admiración, amor, cariño, pasión, generosidad, miedo, rabia, furia, ternura, fatalidad, ansiedad, inmensidad, tristeza, alegría, lujuria… eternidad. No es que aquel ser ajeno pero tan cercano a ti te produzca esta cadena de emociones, sino que tú te produces a ti mismo esta cadena de emociones por haber logrado una pareja como esta."


    Un abrazo

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  8. Es una historia bonita.
    Al principio pensé en el padre de Manolio Gafotas, de E. Lindo, pero más adelante me dí cuenta que este personaje tenía un grado de reflexión y consideración superior a ese actor de la novela.

    "tú te produces a ti mismo esta cadena de emociones por haber logrado una pareja como esta". Te sientes orgulloso/a al pensar que esa persona está contigo porque me quiere y soy ciertamente interesante... :))

    gracias por tu visita y comentario.

    Me gustó esta lectura.

    un saludo

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  9. Preciosa entrada. Me ha llegado. Un saludo! =)

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