Que la pornografía no es especialmente excitante, es tan evidente como que Rimbaud fue mejor poeta que Verlaine; que la literatura erótica, un poema, tal vez una imagen sugerente o directamente la fantasía superan en su totalidad la capacidad de estimulación de un vídeo donde dos o más individuos practican felaciones, penetraciones y conjugaciones de lo más explícitas, es un principio pitagórico; pero que la pornografía existe, que todos hemos recurrido en algún momento u otro a ella, que el ojo que todo lo ve, la sociedad que está por encima de Internet, sabe qué tipo de porno nos gusta, y que su abanico de géneros y, por tanto, la variedad de elección es inmenso, es una aseveración más rotunda que cualquier poeta y que cualquier teorema matemático.
Hay
porno de distintas formas, con distintas lenguas, para públicos heterogéneos,
generacionales, hay porno profesional, los famosos pornstar, donde reina la objetividad, es decir, la habilidad, la
fuerza, la desinhibición, la suciedad, Nacho Vidal o Sasha Grey, pero también
hay porno amateur, vídeos caseros que se
graban en habitaciones, escenas jóvenes e ingenuas, o dulces o profundamente
guarras y hardcores, aficionados que
se graban en hoteles, en patios, calles, playas, en autobuses, en pareja o con
un grupo de amigos que moldean la esencia carnal y orgiástica del cuerpo de
Eros.
Hay géneros como el POV, es
decir, grabados en primera persona, para una mejor identificación del
espectador con el falo de la hombría –imagino-, o el Old&Young, que no es la nueva banda del virtuoso Neil, sino una
siniestra amalgama de chicas jóvenes que practican mamadas y otras caricias a
septuagenarios todavía activos, y a la inversa: chicos teen que alegran el día a maduras entradas en canas. Hay el porno
público, que no son las orgías, aunque éstas también están (divididas, además,
en terribles fiestas swingers,
universitarias, de despedida de soleteras, o en lluviosos gang-bangs y épicos bukkakes
–un ejercicio de superioridad sexual del sexo masculino cuyos penes eyaculan
fieramente sobre el virginal rostro de una mujercita-), el porno público,
decía, donde normalmente una pareja de chicos ejerce distintos ejercicios
sexuales en la calle, a veces por placer exhibicionista, otras porque un actor
se dedica a ofrecer cantidades informes de dinero a cambio de alguna actividad
prohibida, mientras se esconden en alguna esquina, en alguna escalera de
vecinos, en el parque del centro de la ciudad o un área de servicio. Está el
género mórbidos –obesos, gordas-, los interracials,
las Webcams, las masturbations
clásicas (o los masturbating together,
placer individual en un entorno amistoso), los célebres cumshots y blowjobs y handjobs, el género gay, los ladyboys o shemales y las reiterativas asians,
o los threesome. Incluso el género
femenino, especial para ellas, que no es una película entre hombres atractivos
y con cara traviesa a lo Depp y Jude Law, sino una adaptación delicada del
porno comercial, con buena música, igual de explícito, pero con sentimiento,
con tacto, con planos más cinematográficos, más sincero (este es, tal vez, el
mejor género de todos, aunque a las chicas les debe de gustar igual éste que
los descritos con anterioridad). Hay más, de entre los cuales el más feo es el hairy, es decir, los vídeos de población
abundante de pelo en las zonas erógenas. También es extraño el género Lolita,
que son mujeres con edad de rodar porno, pero con la apariencia infantil de una
nínufula nabokoviana de 14 o 15 años.
Como
Kacy Christine Wilson, de 28 años, profesora en un instituto de Florida y
acusada –ahora- de practicar sexo en un armario de la clase con un alumno de 16
años. Según explica la investigación, publicada en la cadena televisiva estatal
Wofl Fox 35, la profesora habría pedido a otro maestro que le enviara a un
alumno a su clase para recoger unos desconocidos objetos; cuando éste llegó, la
profesora se precipitó sobre él para encerrarlo en el armario, quitarle la ropa
y follar como animales. Desconozco cómo ha salido esta historia a la luz, pero
no creo que Kacy Christine, de aquí en adelante Lolita, haya confesado que los
gustan los menores, e igual de extraño me resulta pensar que fue el alumno
quien la denunció. Pero parece ser que así fue. El adolescente, que era virgen,
ha dicho: “es una pena que cuando crezca y recuerde mi primera vez tenga que
pensar en la señorita Wilson”. El relato posee su patetismo lírico. A la
profesora Lolita le gustan los jovencitos, su inexperiencia, tal vez, su
frescura y la firmeza de su carne le resultan irresistibles, pero la ejecución
del deseo es delito –no todos, este-; él, sin embargo, ¿qué decir?, encantado
de que su profesora se lo tirase -¡y más en un armario del instituto, lugar
fetiche!-, tanto porque es la misma mujer que le imparte clases de los
presidentes de Estados Unidos y de las gloriosos conflictos bélicos, como por
ser mayor que él y, por tanto, sabia en el asunto, curtida, hábil, práctica,
espectacular, guapa: como si se estrenase con una pornstar. La profesora Lolita debe de ser una chica muy modosa, me
refiero a ese tipo de personas que disfruta con el olor a perfume oriental de
la casa, con alguna obra de arte contemporáneo colgada en la pared, fiel a un
estilo, ordenada en el armario -¿contradicción?, ¿relación?-, con sus cremas
faciales de maquillaje deliberadamente dispuestos en el estante del baño
principal, al día con la dieta mediterránea y muy bien depiladita. Imagino todo
lo contrario en el adolescente. Será por prejuicio, o porque era virgen.
Desordenado, anti-sibarita, sudadera de capucha y, claro, con la pelambrera
adolescente sin rasurar. Supongo que a la profesora le gustarán jovencitos,
pero no el género hairy. Y este es
otro hecho curioso. Porque el chaval, aunque fuera el más epicúreo y refinado
de la clase, tendría difícil la depilación púbica.
El
género femenino, por lo general, acuden a centros depilatorios para hacerse las
axilas, las piernas –éstas se hacen igualmente en casa- y sobre todo la púbica
o la famosa brasileña. Hasta hace bien poco los hombres no se depilaban más que
la cara, y eso era otra cosa: el martirio de afeitarse. Pero ahora, con la
modernización del culto al cuerpo, la cosa ha cambiado, y los hombres también
se depilan. Sin embargo, en estos mismos centros de belleza, y hablo en su
totalidad, ofrecen para él la depilación de abdomen, brazos, piernas, espaldas,
y el precio, en comparación con el otro sexo, es mucho más caro. Claro, son más
peludos, y ese pelo crece hirsuto. Pero la cuestión radica en la ausencia de la
depilación baja, digo: pubis, ingles, y del aparato sexual (me imagino, aunque
no poseo la cruz, escroto y tronco inicial del pene).
¿Por
qué no hacen esta depilación? Por una idea estrictamente sexualizada. Supongamos:
el 80% de los trabajadores de los centros de belleza son del género femenino. Y
sigamos suponiendo. Entra un chico a un centro para depilarse la zona baja. Le
atiende una chica: “túmbate allí, bájate los pantalones, no, la ropa interior
también, hombre”. Y la chica empieza a trajinar el miembro, ora derecha, ora
socialista, con el fin de facilitar la depilación. El chico probablemente
sufriría una erección –sufrir una erección… sinestesia-, y tanto para él como
para ella la situación devendría harto incómoda. Claros, los hombres –por lo
general- ven normal e incluso excitante que una mujer depile a una mujer, ¿pero
que a ellos les depile un hombre?, eso sería casi tan incómodo como ir al
urólogo. Y recordemos que depilarse no es ir al médico. ¿Qué hacer entonces?
Pues lo que se hace, dejar un vacío social allí en medio que, lejos de
incordiar, mosquea a todos los que piensan en igualdades.
La
profesora Lolita, cuando va a depilarse, no le importan estas cosas. Ella,
tanto si es mujer como hombre, se lo tira. Creo que la profesora Lolita cumple
todos los requisitos para convertirse en mito. A ella no le importará que
trabajen los menores. Reforma al canto.
Se
podría hacer una versión porno de la profesora Lolita. Tal vez Lars Von Trier
se preste a dirigirla.
Me voy acostumbrando a tu prosa incisiva y bien afinada. Es un placer venir a leerte
ResponderEliminarbesos
Me encantan tus artículos. Aunque eso es algo que ya te he dicho.
ResponderEliminarLo de ora derecha, ora socialista me ha encantado xD Una opción para no pasar malos tragos por erecciones imprevistas es depilarse uno a si mismo.
Soy de la opinión de que la insinuación excita más que la pornografía. La imaginación es muy poderosa y es ahí donde reside el verdadero poder para conseguir placer.
Hasta la próxima entrada.
Un abrazo.
Rebeca.
En primer gracias por comentar en mi blog. Llevo un par de días leyéndo tus artículos, pero hoy al fin me he decidido a comentar. He disfrutado mucho con la lectura y con tu prosa atrevida y dinámica. Me encanta la naturalidad con la que tratas estos temas.
ResponderEliminarEs muy curioso lo que nos cuentas de la depilación y de la pornografía, yo soy de la opinión de que es mejor echarle imaginación al asunto, que ver un video ; )
Un beso.
Mi vecina es cosmetóloga y te aseguro, que depila hombres. Ella dice que, aunque en ocasiones les roza el falo, el tipo permanece muerto y sin reacción. Ha de ser la situación. Aunque yo, te lo juro, no creo que pudiese mantenerme como si nada. Y más, si la que me depila es mi vecina...
ResponderEliminarY no estaría mal que Von Trier intente algo más porno. Sus atormentados mundos están acabando por desintegrarme. Un abrazo.
ResponderEliminarMe he perdido en la lectura pero para bien. Jamás me había parado a pensar tan profundamente en las depilaciones masculinas y desconocía el vacío legal existente en la depilación de las zonas bajas. Sólo puedo decirte que me hace gracia, y que escribes muy bien (la profesora estaría encantada de leer esta historia).
ResponderEliminarUn saludo.
Acá si hay tela por donde cortar, diría alguien y no precisamente un sastre.
ResponderEliminarA mí modesto entender Marc, no creo que en plena depilación ningún hombre tienda a excitarse, no es de lo más placentero que digamos (depilarse, excitarse sí ;) Esto depende del método, claro está.
También creo que la profesora Lolita debe de andar por la vida con una sonrisa de oreja a oreja y que las películas pornos son beneficiosas para el estrés hogareño jaja.
Ojo, dije creo, nunca estoy segura de nada. (O de algunas cosas sí, pero no vienen al caso y tendría que pensar cuáles)
Un beso.
Me encantan tus palabras. Aunque no te pongo cara, las expresiones inteligentes hablan por sí solas y siempre (repito: siempre) consigues hacerme sonreír.
ResponderEliminar¿Puedo permitirme el lujo de preguntarte qué estudias? Lo digo por la referencia que has hecho al Derecho ... El pasado año.
A pesar de que esto puede verlo cualquiera, no me importa dejarte mi correo públicamente; con tal de que me lleguen tus palabras, me conformo. (laurasamper.93@hotmail.com)
Un beso
Esta entrada es de mención extensa. Después de ésta he estado leyendo 'Un maquinero y un snob escuchan Mozart en la ópera praguense' y he tenido que volver para comentar.
ResponderEliminarNo veas la gracia de acompañar la lectura de Lolita con el Canon (ha sido el azar). Imágenes de perversión, delirio, lujuria y tiras de cera usadas disparadas hacia arriba a modo de fuegos artificiales se han sucedido, a lo Clockwork, jajaja. Tremendo, pero sin angustia a posteriori.
Abrazos!