Decir que todos los políticos son
corruptos es como decir que todos los curas son pederastas. Pero tienen muchas
semejanzas, es cierto. Por ejemplo el tocamiento. Los políticos tocan mucho
dinero y los curas se tocan mucho a sí mismos. ¿Y cuál es la consecuencia de
tanto tocamiento (me refiero al pecuniario)? Pues el déficit presupuestario de
los principales órganos del estado que hoy mismo ha subido del 8.5% al 8.9% por
una extraña ocultación de las comunidades autónomas de Madrid y Valencia.
¿Pero a quién le importa realmente el déficit
presupuestario del Estado?
Teóricamente a los 34 millones de personas que
ejercieron su derecho a voto el pasado 20 de noviembre en las elecciones
generales. ¿Cuántas de estas personas, sin embargo, saben qué es el déficit? ¡Y
ojalá solo fuera el déficit!, porque también está la prima de riesgo, el derivado
financiero, los puntos básicos del mercado bursátil, las agencias de
calificación de rating: Stantard and Poor’s,
Moody’s o Fitch (Dagong Global Credit en china); la dación de pago, los credit default swap, los organismos
internacionales o financieros como el FMI (ex Dominique Strauss-Khan), la CEE y
los principales mercados: el IBEX 35, el Dow Jones, la Nasqad 100 (donde ayer
se estrenó la esperanzadora Facebook), la Eurostoxx50, etcétera. Y representa
que todo ello fortalece nuestro poder monetario, últimamente tan devaluatorio.
¿Y qué hacemos ahora con ese dinero? Podemos invertirlo en la bolsa de Japón,
meterlo en un PPI, comprar deuda pública italiana, creer a los ejecutivos de BANKIA
o CaixaBank y comprar activos preferentes, o las obligaciones subordinadas
de las mágicamente desaparecidas cajas de ahorros, podemos confiar nuestro
dinero a una cesta de riesgo mixto, o invertirlo en un PIAS si se es más
conservador o incluso en un PPA si se es aun más conservador que la Reina de
Inglaterra, o puedes comprarte un apartamento en la costa brava para venderlo
cuando se revalorice lo suficiente (política de Aznar), o puedes blanquearlo
con alguna Fundación (llama a Urdangarín), o, si eres más práctico, enviarlo a Suiza,
Andorra o a las Islas Caimán, o a cualquier paraíso fiscal no registrado en los
tratados internacionales, vamos, para ahorrarte los impuestos; o puedes comprar
un mono y hacerlo bailar (no, desgraciadamente primates no se pueden comprar,
supongo que por eso de la Teoría de Darwin y nuestro próximo parentesco).
En cualquier caso, dudo mucho que los 34
millones de votantes sepan qué significan todo estos conceptos, y mucho menos
desenvolverse entre sus articulaciones. Pero esto tampoco significa que para
ejercer tu derecho democrático debas ser economista o un masterizado bróker; ¿o
acaso sí?
Hace tres siglos, cuando la Iglesia
todavía formaba parte del Estado, reinaba una generalización religiosa
igualmente compleja: la gente creía en Dios sin que nadie –Iglesia, Papa o
Tato- les hubiera dado las suficientes credenciales objetivas como para
aferrarse a ello. Solo se daban unas directrices: cumplir la palabra de dios,
vivid, pagad y morid. Y la gente moría. Y esperaba el paraíso, o librarse del
infierno. Y sólo entonces –ellos, los muertos- se percataban de cuan engañados
les tuvieron. Pero, ¿qué más daba?, eran muertos al fin y al cabo, ¿a quién le
chivarían la farsa? La Iglesia podía seguir predicando abiertamente, recaudando
fieles, recaudando esperanza, recaudando billetes, total, era una cuestión de
fe. Cuestión de fe, por otro lado, peligrosamente cercana a la actual;
actualidad extremadamente confusa por sus tecnicismos eufemísticos y por el
galimatías del sistema; sistema supremo y desconocido cuya sombra nos dice que
nos cobijemos allí, que cabemos, que esto funciona, que es complicado pero…
paciencia, fe, que saldremos adelante. ¿Fe? La Iglesia comenzó así y terminó –muy
justamente- separándose del Estado; ¿qué ocurrirá ahora, cuando el sistema del
estado reviente y nos veamos obligados a cambiar de órgano gubernamental? ¿Nos
separaremos de nosotros mismos? ¿Llamaremos a los del 15-M para que nos salven?
¿Libraremos una guerra civil? ¿Prescindiremos definitivamente de las administraciones públicas?
¿Organizaremos una secta oscurantista y demoniaca cuyo patrón será
evidentemente Baudelaire y enalteceremos el poder de lo privado y lo perverso?
¿O simplemente nos quedaremos como siempre, con los brazos cruzados, esperando
a que otra sombra todopoderosa y desconocida nos salve del fin?
Nietzsche: ni Dios ha muerto, ni el
Estado ha reventado, ni nosotros hemos cambiado. Todo sigue igual; todos seguimos
siendo unos malditos bastardos.
Todos. Incluidos curas y políticos, que al fin, somos nosotros mismos. Un abrazo.
ResponderEliminarNunca he simpatizado con los políticos, ni con los curas (tampoco con la plancha y la cocina), pero ahí están.
ResponderEliminarUn abrazo Marc
El Estado reventará tarde o temprano, la cosa es que seamos capaces de impedir que otra sombra todopoderosa nos vuelva a salvar para volvernos a encadenar. Tenemos que ser nosotros mismos nuestros propios heróes salvadores.
ResponderEliminarUn saludo.
Muy interesante como siempre.
Este comentario ha sido eliminado por el autor.
ResponderEliminarPor desgracia, esto se está yendo a la mierda de todas las formas posibles, y lo peor es que siempre lo sufren los mismos.
ResponderEliminarUn saludo Marc
Tus palabras siempre tan reflexivas.
ResponderEliminarLa cosa está muy mal, solo guardo la esperanza de que no vaya a peor. Hay ciertas partes de la historia que no deberían repetirse jamás.
Y sabemos todos que en tiempos de crisis, miedos, injusticias e impotencia, la ira, y el odio van in crescendo sacando lo peor del ser humano.
No es por ser negativa, pero tengo miedo. Espero que al final nos demos cuenta de la situación y seamos capaces de vislumbrar lo que realmente nos une y que no prevalezca lo que nos pueda separar.
O entonces seremos unos malditos bastardos que no han aprendido nada de nada, y que no hemos sabido recoger la herencia y el legado de lucha que nos han dejado nuestros padres.
Un abrazo Marc.
Siempre he pensado que la única manera de cambiar el sistema es jugando con sus reglas, desde dentro, y no desde fuera. Esto se ha hecho insostenible y nadie, del color que sea, tiene las narices, y menos la honestidad, como para cambiar algo que le perjudica en su querencia de poder. A la gente poco le importa la calificación de S&P, más allá de ser tema recurrente en el ascensor. Lo grave es dar por supuesto, aceptar esas costumbres no escritas de mala praxis vigentes desde el inicio de la democracia. Todo se remonta a nuestra cultura, no hemos avanzado nada. Interesante reflexión ;) Un saludo
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