Once chicas se organizaron estratégicamente sobe el terreno de juego. Unas jugaban de defensa, otras ejercían de nexo ofensivo y había incluso alguna que, bajo aquella camiseta verde ancha y los pantalones tan poco favorecedores, destacaba por su toque de balón y su elegancia casi felina. Lo hacían con el fin de introducir el balón en el fondo de la red rival, igual que los padres que buscan incansablemente un hijo, que introducen e introducen hasta el fondo más fondo posible. Las chicas terminaron el partido -pongamos que obtuvieron un resultado favorable: 1-3, como el Barça en el Bernabéu, señora Botella- y, como es debido, se metieron en el vestuario para ducharse y cambiarse. Allí, en el techo falso de la ducha, una cámara oculta las estaba grabando.
La narración podría continuar con la descripción detallada de las imágenes registradas en la cámara de vídeo. Probablemente las futbolistas, que como los grandes cracks masculinos se enfundan en una equipación deportiva muy cómoda pero muy poco seductora, tienen un cuerpo envidiable: curvado, poderoso, pechos grandes pero firmes, las caderas visiblemente hendidas, piernas largas y carnosas, espalda recta, facciones simples, tersas, pezones… Se desnudarían rápidamente, sudadas, y dejarían que el chorro de agua les impactara la cara, y les mojara el pelo, y se frotarían con jabones de distintos olores, de distintos colores, de distintas texturas; lo harían una al lado de la otra, turnándose de hecho para que, mientras una se enjabonara, la otra se enjuagara y, de paso, le acercase la mascarilla de color. La cámara, claro, grabaría tácitamente cada uno de sus movimientos. Hablarían del partido: “la 2 no solo era una guarra sino que además era una puta gorda”, o “la portera era tan alta que no había quien se la colara, debe de ser virgen la muy zorra”. Se vestirían de calle con sus tejanos shorts y sus camisetas anchas de Pull and Bear y se pondrían una gorra cualesquiera de Messi o, quién sabe, si tienen mal gusto de Cristiano Ronaldo y saldrían a tomarse algo en el bar del campo y luego se irían con sus padres o novios a terminar el domingo de la mejor forma posible. Solo entonces, el sujeto que introdujo la cámara en el vestuario entraría de nuevo para recuperarla y deleitarse con sus imágenes, tal vez le daría un uso privativo y masturbatorio o simplemente contemplativo o tal vez las colgase en cualquier página de vídeos voyeur para compartir filántropamente con el resto de mirones (que somos todos, nos encanta la ventana iluminada que hay en el edificio de enfrente).
Sin embargo, recuperando el pasado más inmediato, justo cuando una de ellas, la capitán, por ejemplo, pidiera a la lateral derecho el champú con mascarilla de pelo ondulado, la centrocampista –que tal vez tenga un toque parecido al de Iniesta- alzaría la vista al techo y vería un objetivo disimuladamente dispuesto hacia las duchas. Pensaría, ay, no digáis ciertas cosas que nos están grabando... ¡Qué! ¿Que nos están grabando en la ducha? ¡Eso es ilegal! Y gritaría: eh, tías, cuidado, que nos están grabando. Entonces la capitán se subiría –sí, desnuda…- sobre el cuello de su compañera y alcanzaría de malas maneras la puta cámara de vídeo. (Como esto es lo que realmente ocurrió, dejaré de utilizar el condicional para recuperar el pretérito más certero). Las chicas, una vez apoderadas de la cámara, se sentaron y vieron qué había grabado en ella. Efectivamente, la condenada las había pillado a todas desnudas: allí estaba los pezones eternamente duros de la delantero centro, allá la mancha en el muslo de la central, un poco más arriba, justo en la pelvis de la pivote, el bello púbico inmenso y rizado y bruno de noche que mojado parecía un gato bajo la lluvia. El caso es que apretaron al RW< rápido y llegaron al comienzo de la cinta. En él, con el traqueteo normal de quien manipula estos chismes sin demasiada gracia, el vestuario, los banquillos, las duchas, el techo falso y la cara de quien, muy torpe y estúpidamente, coloca el artilugio para cometer el crimen. Era un hombre. Claro. Y además conocido: el director técnico del su club, AD Gigantes de Madrid, hijo por demás del presidente de la entidad. “¡Maldito cabrón!, será guarro el tío…”.
Las chicas denunciaron el suceso a la junta y al juzgado. El club, por lo pronto, ha destituido al infractor, que se mantiene a la espera de la llamada casi inútil de la justicia. Asimismo, las jugadoras han abandonado masivamente el club, quedando apenas medio equipo de campo. El hecho, además, se produjo en un estadio que no era el suyo sino del muy apropiado Arcas del Agua de Getafe, el rival. Temen que esta no sea la única que vez que el individuo haya grabado imágenes semejantes: “si esto lo ha hecho en un campo visitante, no quiero ni pensar qué habrá hecho en el nuestro, cuyos vestuarios se encuentran a su plena disposición”, decía una de las jugadoras.
En fin, el director técnico de este club, cuya defensa será ciertamente difícil, especialmente porque él mismo se grabó durante el delito, es un salido, pero también una representación moral de lo que ocurre esféricamente en nuestro tiempo. Internet, que conoce nuestros gustos, nuestros intereses, es -además de un avance- un modo perfecto de tener a la gente localizada y controlada. El big brother, el 1984 que decía mi poco amigo Orwell. Está claro que ellos miran y nosotros, desnudos, con nuestros penes grandilocuentes al aire, con nuestros senos redondos al cielo, nos duchamos en el rincón más oscuro de nuestra intimidad. El problema es saber quienes son ellos, aquel poder omnipresente y todopoderoso que todo lo ve. Y un pajillero, no sé por qué, no creo que sea.
Puede que sea un pajillero, de esos monumentales, que a base de pajas quiere dominar el mundo...
ResponderEliminarEstoy con Tranquilino. ¿No crees que la que está cayendo puede ser lefa de unos cuantos penes amigos del sadismo y la corrupción?
ResponderEliminarUn abrazo.
Ese ojo que todo lo ve, con sus satélites y demás inventos, nos vigila más de lo que pensamos, y sabe demasiado.
ResponderEliminarGracias por la apreciación de la /. No estaba del todo convencida con ella, y tu comentario me hizo decidir quitarla.
ResponderEliminarNo dejes nunca de ser tan sincero con tus apreciaciones, se agradece mucho :)
Pajilleros los hay por todas partes, las mujeres lo sabemos bien y desde niñas.
ResponderEliminarAhora, si que preocupa y asusta saber que hay un Gran Ojo que nos controla y que pertenece a este mundo, palpable y tangible.
Un abrazo
Esta misma mañana vi la noticia en televisión, pero me ha gustado mucho más la forma en la que tú has narrado los sucesos.
ResponderEliminarLo cierto esque Orwell debía tener clarividencia, ya que cada día estamos un paso más cerca de una realidad similar.
Es más, posiblemente lo que nosotros llamamos intimidad, no exista en nuestras vidas.
¿Quién se ocultará detrás de ese ojo todopoderoso?
Vestuarios de centros comerciales, lavabos de empresas, probadores de tiendas de moda.... han padecido lo mismo.
ResponderEliminarLocos hay en todas partes.
Saludos.
A parte de lo que opino del fútbol como deporte de masas y el negocio turbio que hay detrás, de tu relato comentaré que conozco un caso parecido y real. Una chica que trabajaba como dependienta en una tienda de ropa de una multinacional que domina medio mundo tiene una relación estable y deja que en unas vacaciones el novio le haga fotos comprometedoras, pasa un tiempo y dejan de ser novios. El chico cuelga las fotos en la red y la chica sigue trabajando en la tienda. De repente hay un montón de adolescentes masculinos que acuden a la tienda y la observan e incluso le dirigen algún improperio, entonces ella investiga y ve las fotos en la web. Denuncia al ex y hasta aquí es dónde sé. Pero vamos las redes sociales tampoco han hecho bien en ese sentido, facebook es una puerta abierta a nuestra intimidad. Un abrazo.
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