El género humano siempre ha sido muy
supersticioso. Tenemos gatos negros y conjugaciones fatales de días y números.
Aunque generalmente la gente dice no estar para esto, que son tonterías, que
hay cosas más importantes de que preocuparse, yo he visto al más pragmático de
voz cruzar la acera antes de pasar por debajo de una escalera de unos operarios
de Telefónica que, subidos allí cual montañistas en Everest (por lo visto
últimamente mueren muchos montañistas en el Everest, porque son aficionados que
desean alcanzar el mayor ocho mil sin tener remota idea de montañismo) intentaban
arreglar la banda ancha de los postes centrales sin demasiado éxito.
Pero más vale prevenir que curar, ¿no?
Por eso, imagino, en el día teórico más importante de nuestras vidas, el día de
la boda, la gente prefiere correr los menores riesgos posibles. Casarse es
antiguo, y la superstición, más. Y como siempre queda bien remontarse a los
años pretéritos para escudriñar las actitudes absurdas e inverosímiles que
manifestamos hacia ciertas tradiciones, pongamos ejemplos. Veamos. En la época
del canto gregoriano, eso es la Edad Media, las parejas intentaban hacer coincidir
su boda con la noche de luna llena. Lo pretendían porque la luna, según se
contaba, bendecía a los novios con fertilidad y abundancia económica. Como no
le encuentro explicación razonable, diré que será por algo relacionado con las
mareas… Sin embargo, que no hubiera luna no importaba si te casabas en lunes,
porque lunes era el día de la luna y, de algún modo u otro, la fertilidad
seguía estando presente. En martes ni te cases ni te embarques. Por tanto,
martes: mal día para casarse. Mal día porque este día homenajea a Marte, dios
de la guerra, nacido del romance entre Júpiter versión flor y Juno, y
procedencia del nombre de un servidor. Viernes. Viernes sí. Aunque no haya
luna, si es viernes cásate, porque es el día de Venus, diosa del amor y la
belleza, y aunque no te dé muchos hijos –esto adaptado a nuestro siglo parece
interesante- sí te concederá juventud y amor duraderos -¿quién da más? Si es
domingo, no lo dudes, ponte el anillo, porque domingo es el día del sol, domínicum, dómine, dominador, es decir,
dios y el sol aporta muchos beneficios a la carne humana, ergo, también deberá de
hacerlo al matrimonio. Si es enero y tú, supersticioso, olvídate: es el mes del
frío, de la carestía, de la escasez, ¿y no querrás ser pobre hasta que la
muerte te separe?
El caso es que durante muchos siglos
se intentó cumplir esta larga lista tarotista y esotérica tan poco convincente.
Ahora, afortunadamente, las cosas han cambiado. De hecho, ahora las bodas reúnen
todos los componentes esenciales que la gente a quien nos gusta la cultura
apreciamos. Y éstos son aspectos, aunque pasionales, considerablemente más
comprobables que la suerte o el destino ya escrito. Música, literatura, moda,
arquitectura y amor se desposan en un mismo escenario. Ya sea al estilo
católico: el novio engalanado con su camisa blanca y la corbata roja de nudo
plisado, muy bien cerrada sobre un chaleco de terciopelo gris, aguarda sobre el
altar a la novia que elegante y ceremoniosamente avanza por el pasillo de una
nave góticorrománica para, tras una parrafada muy literaria, darse el sí quiero
definitivo; ya sea al estilo civil: lo mismo pero en cualquier Ayuntamiento.
Pero que el destino fatal no exista, no significa que los futuros matrimonios
estén exentos de la mala suerte. Esta semana pasada, sin remontarse a la edad
media, un novio se quedó encerrado durante cuatro horas en un ascensor ¡con sus
padres!, mientras su futura esposa, de los nervios, esperaba con todos los
invitados ante el altar. ¿Qué pensaría aquella pobre mujer al verse sola, con
su velo, con el traje de ensueño blanco, níveo, celestial…? ¿Qué sentiría:
pena, tristeza, vergüenza, odio? Quien seguro nada de esto sintió fue el novio
que, también la semana pasada en Oviedo, mientras sus coleguillas lo manteaban
por haberse unido en sagrado matrimonio, tuvo la mala pata de caer al suelo,
golpearse en la cabeza y sufrir conmoción craneoencefálica, terminando el día
más bonito de su vida ingresado en la UVI con un diagnóstico grave. La parte
positiva es que este buen hombre se está recuperando y que el atrapado en el
ascensor logró llegar a la boda (aunque lo hizo gracias a sí mismo, quitándose
el chaqué y saliendo por el techo del ascensor).
Una boda no significa consumación. Y
menos ahora. Simpatizantes y detractores –que con el pensamiento contemporáneo
cada día son más- no lograrán reconciliarse nunca en este aspecto. Y por eso,
por extraño que parezca, hoy no voy a determinar ninguna posición directa: allá
cada uno con su prosa, allá cada uno con su poesía. Y si de ésta última escaseáis
como víveres medievos en enero, leed a la poeta y no poetisa que escribe en el
blog Amanecer nocturno: apaga la
cerilla, / adminístrate lo tuyo / y ven aquí. / ¿Fumigamos el infinito juntos?
Vale la pena. Aunque no pretendáis casaros.
Yo sí me caso será en las Vegas y disfrazada jajaja... El negocio que hay para celebrar una boda es inquietante... te lo digo porque he trabajado en el sector... Un Saludo!
ResponderEliminarLo del ascensor fue una señal.
ResponderEliminarNo hay más ciego que el que no quiere ver...
Amanecer Nocturno es un lujo para el lector.
Yo también la recomiendo.
Jo, muchas gracias por recomendarme y llamarme poeta, no me merezco tantos honores. Me he emocionado :)
ResponderEliminarEn cuanto a las bodas no les veo ningún sentido, más que el económico, claro, es decir, que necesitas tener algún papel que certifique una unión para la renta, becas de futuros hijos, etc. Las veo como algo útil para ese fin, pero no para certificar un amor para el que los actos, palabras y gestos de cada día valen.
Un abrazo.
En el tema bodas tengo las cosas muy claras.
ResponderEliminarPor la Iglesia, imposible, aparte de ser atea estoy sin bautizar, sin comunión y todas esas cosas, y jamás lo haré para casarme. Además el color blanco no me sienta bien.
Quizá algún día por el Juzgado, y eso será por cuestión de papeles en cuanto a niños, es decir, que si no tengo hijos no me caso.
Por lo tanto, seguiré viviendo como hasta ahora. La convivencia 24 horas y el amor, eso es lo que define un matrimonio, y lo que lo rompe también. No el casarse. No necesito casarme para ser fiel a mi pareja o sentirme unida a él hasta que me muera.
Gracias por la recomendación. Escribe fenomenal.
Un saludo.