Baudelaire escribió: “lo que es creado
por el espíritu es más vivo que la materia”. La materia, en cuatro días, se
describe en una palabra: derrota. El Barça ha perdido la liga –el pasado
sábado, contra el Madrid- y hoy –esta misma noche, o tal vez ayer, depende
cuando leas el artículo- ha perdido la Champions, ante el Chelsea, en una
eliminatoria de catastróficas desdichas. No parece moral, ni ético, en realidad
no parece ni justo si se han visto los dos partidos; pero el Barça ha perdido la oportunidad de pasar a la final de la copa
europea, y eso duele. No lo parece si se leen las estadísticas, los chutes a
puerta, los pases realizados, la posesión del balón, la ideología del equipo,
la lucha general, el alma del fútbol como dijo Galeano.
El equipo azulgrana
tuvo suficientes meritorios para alzarse de nuevo con la élite del deporte
mundial. Guardiola ha dicho: no tocaba. Y si no tocaba, no tocaba. Suena poco
empírico, casi místico: así como tocó en Stamford Bridge, así como tocó en la
final de la copa del mundo, con el gol de Messi con el corazón, en el minuto
92, hoy no tocaba. Y ciertamente parece que hoy no tocaba. Pensado de un modo
igualmente místico, parece que esta eliminatoria ha estado rodeada de mala
suerte, de gafe, de agorero, porque los balones no entraban y, como dice
Guardiola en un símil perfectamente sexual: hoy no la hemos metido. Y hoy, más
que nunca, tocaba meterla. Meterla como nunca. Seguirla metiendo como siempre.
Pero el Barça no lo ha hecho. No lo ha hecho.
El Barça practica un juego parecido al
orgasmo, parecido a la literatura: preciso, bello, sorprendente, brillante,
egregio, ínclito, en una palabra: perfecto.
El Barça debía ganar, pero ha perdido.
El Chelsea ha ganado, pero su victoria ha sido pírrica (ha perdido unos cuantos
jugadores para la final).
La parte positiva del partido ha sido el
final, cuando Torres ha marcado el empate a dos que condenaba al mejor equipo
del mundo al fracaso, cuando el Camp Nou ha celebrado su eterno amor al club:
ser del Barça es el millor que hi ha. Esto sueno a resarcimiento, es decir, a
regocijo en el dolor. Si perdemos, sabemos perder. Vamos a demostrar que
sabemos perder. Pero en un mundo destinado a la derrota, el Barça, al menos
en Catalunya, era la última alegría, el
único alivio, pero hoy ha muerto una parte solo nuestra.
Hay mucha expectación por qué dirá la
caverna, es decir, el madridismo en general, Intereconomía, la oscura prensa
madrileña primitiva profundamente dolida por el éxito merecido y justísimo de
los últimos años de los culés: cómo ríen, qué contentos están, y eso que los
suyos, el Madrid, todavía no ha finiquitado su pase a la final: mañana, el mañana,
hasta la muerte, siempre llegará. Desgraciadamente, hoy se ha visto que el
mañana nunca hace justicia. Quién sabe si mañana lo hará. Ojalá, u ojalá no.
Pero mañana la justicia se hará, aunque sea necesario esperar un año, aunque
sea necesaria otra competición, otra Champions, otra Liga…
La renovación de Guardiola es otro
tema central. Guardiola ha jugado con el tiempo. No le ha salido bien.
Guardiola renovará. Pero sabe que lo ha hecho a destiempo. O tal vez no: el
tiempo lo dicta todo, acaso él sea el mejor compositor de las horas.
El equipo azulgrana ha fallado poco. Y
hoy, por ejemplo, que ha fallado, la derrota tiene un sabor dulce. Porque
Guardiola ha conseguido que los seguidores confíen ciegamente en el equipo. No
hay mejores jugadores que estos. Y quien crea en el arte, no verá en otros
equipos, por ejemplo, en el Madrid, la
misma intensidad.
El Barça es un Miguel Ángel, un
Caravaggio, un Bosco, un Dalí. El Madrid es un cuadro hiperrealista mal hecho,
cotizado a la baja.
José Saramago: la derrota tiene algo
positivo: nunca es definitiva. En cambio, la victoria tiene algo negativo:
jamás es definitiva. Y el Barça es, de un modo u otro, la misma cosa. Y Messi,
su espíritu. Una sola idea gritada al unísono. Que hable Barcelona.
Amén
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