Supongamos que a un violador, a quien han encerrado como de normal dos, tres años en la cárcel por haber agredido sexualmente, una tarde de cualquier clima de un 31 de mayo, a una joven de veintipocos años, lo sueltan tras haberle rebajado la pena por ejemplar comportamiento en segundo grado y lo primero que se le hace, para premiarlo, supongamos, es presentarle una habitación tapizada con estocados y alfombras rojas, dos sofás de terciopelo negro, una cama matrimonial de 2.50x2, en cuya pared frontal se extiende un espacio estrictamente horizontal de
Supongamos que al tipo se le pone un sillón en el centro, como si fuera un único espectador en una sala de cine cuya pantalla es la pasarela, que oscurezcan las luces, supongamos, y que se le quiten las esposas para que sienta el primer éxtasis de la libertad. Supongamos ahora que al muy cabrón le ponen My favorite things de John Coltrane y que, canónica y puntualmente, la puerta de boj se abre con la lentitud de un cadencioso acorde en sostenido. Empieza entonces el desfile de las putas que, en realidad, no son putas quienes desfilan, sino jóvenes que tienen cara de guarras. Una es tan blanca que para describirla deberíamos recurrir al lenguaje inuit y encontrar el término que descubra el blanco más pálido de la escala de níveos; tiene el pelo negro, corto, y los ojos verdes, metro setenta, delgadita, unos senos redondos, pequeñitos, sus piernas son inmensas. Ésta es la primera y está muy asustada. Lleva las manos esposadas por atrás. Y camina temblorosamente a lo largo de la pasarela hasta alcanzar el fin. Allí se tuerce 90º y se encara con nuestro sujeto. La sigue otra chica. Ésta es todo lo contrario a la anterior: piel tostada, pelo rizado, ojos que tienden a la tonalidad de la miel agria, muslos consistentes, algo culona, una 110B de copa. También está esposada. También está asustada. Aunque no tanto. Tiembla pero por dentro. Avanza a lo largo de la pasarela hasta alcanzar a su compañera; le escupe en la cara y se tuerce 90º para encararse con nuestro individuo. Se conceden dos segundos y entra una tercera chica. Es rusa, se le distingue claramente por su nariz puntiaguda y por los labios afiladamente pequeños, también por el azur de sus ojos y el rubio del pelo. Esposada, avanza por la pasarela; alcanza a la morena, le suelta una grandilocuente hostia en toda la cara con la mano abierta; se tuerce 90º y se encara con nuestro personaje. Entra una cuarta. Es africana, senegalesa, alta porque casi alcanza el metro ochenta, tiene el pelo cortado al estilo tribal Bedic, es atlética, le brilla la piel, aunque parece exageradamente estrecha. Ésta parece no tener miedo. Es la única que no lleva esposas. Entorna los ojos y tiene una terrible cara de mala hostia. Sin embargo está cagada, probablemente la que más. Avanza por la pasarela, alcanza a la rusa, la mira fijamente, le micciona encima, se agacha y se moja la mano, le restriega orín por la boca, tuerce los 90º y se encara a nuestro protagonista. Entra una última chica. Sus rasgos evidencian que es japonesa. Es el estereotipo típico. El pelo negrísimo le llega por la altura del culo. Por increíble que parezca su bello púbico es descomunalmente más frondoso que el de la africana. A la japonesa le restan ya pocos metros que avanzar. Así que se desvía un poco de la trayectoria. Pasa por delante de la africana, de la rusa, de la tostada y se detiene delante de la pálida. Gira 90º pero hacia el lado contrario a nuestro excarcelado, encarándose con la primera chica. Entonces la japonesa se agacha y le empieza a lamer la vagina, la pelvis, la cintura, el ombligo, los pezones, el cuello, la boca y, cuando llega a la boca, la animal retuerce la lengua y le muerde los labios hasta que la sangre brota a borbotones. Se oyen gritos; las chicas se asustan porque se saben las siguientes. La japonesa parece ser la poseída. Las chicas empiezan a correr mientras la pálida, cuyo labio está totalmente descosido, abierto, cae al suelo semidesmayada y el griterío semeja multitudinario. Corren de aquí a allá, saltan encima de los sofás, pasan por debajo de la cama, se empujan en un instinto primitivo, en un desesperado intento de rehuir a la violencia, a la impiedad, a la muerte. Nuestro querido hijo de puta se lo está pasando de puta madre.
Pues bien: esto es lo que ha pasado exactamente en Bankia. El exdirector de Bancaja cobrará ahora una pensión de 13.9 millones de euros, el mismo Rato –mano derecha económica de Aznar, fundador de la política financiera burbujainmobiliaria- se fue con un millón de indemnización tras dejar a su empresa, Bankia, con un agujero deudor de veinte mil millones (20.000 millones) de euros.
De Bankia, claro, nadie da muchas explicaciones. A nadie –dreta, esquerra, centre- a absolutamente nadie le interesa declarar nada acerca de Bankia.
Supongamos que Rato es el violador, que Bankia es la habitación roja con sofás aterciopelados y que las jovencitas somos todos nosotros. Los 20.000 millones los deberá pagar el Estado, es decir, la Institución subvencionada por todos los contribuyentes, ciudadanos, personas, vosotros y yo del territorio nacional (Catalunya primero, España obligatoriamente después).
Rato ha estado estas últimas semanas muy relajado en su sillón, viendo cómo las jovencitas posaban, cómo le deleitaban en su prohibido placer legislativamente penado.
Pero se le acaba el tiempo. Y se le quiere ver. ¿Alguien no se ha dado cuenta todavía de que la japonesa era el violador disfrazado de jovencita?
Brutal. Esto si que es una estocada en el centro del corazón del poder. Un abrazo.
ResponderEliminarConsgigues que todas tus introducciones me intriguen, me hagan arder algo en las entrañas y que no pueda parar de leer el texto hasta el final.
ResponderEliminarY es que hay demasiadas personas disfrazadas pululando cerca del dinero y por ende del poder. A ver quién se atreve a quitarles las putas máscaras de una vez, que sus escondites ya huelen.
Un abrazo.
Lo peor no es que se peguen entre ellas, sino el lucro que el violador, en este caso, saca de semejante escena. Escena que para el resto de mortales sería cuando menos inquietante. Comparaciones aparte, algún día admiré a Rato, me parecía una persona sólida por sus conocimientos y trayectoria, caballo ganador. Pero una vez más me decepcionan, él y todos, porque ante las diversas posibilidades de resolución eligen la del beneficio propio, aunque sea indecoroso, ¡siempre!. Se tiran piedras a sí mismos y no les preocupa porque AÚN no les alcanzan.
ResponderEliminarUn abrazo!
Wow, me quedé sin palabra. No sabía nada de "Bankia" y lo primero que haré ahora es buscar en google todo sobre el asunto. Pero vamos, que miles de hijos de perra están ahora mismo sentados cómdamente en una habitación lujosa, satisfaciendo sus más mórbidas fantasías sexuales.
ResponderEliminarY cuando salgan de la habitación seguro que lo hacen con los zapatos limpios y una cortés sonrisa en el rostr.
Sin embargo no sé quien es Rato, supongo que por allá será conocido.
¡Un saludo!
No lo pagan ni con la horca.
ResponderEliminarAntes deberían sufrir y sufrir...
Fantástico escrito.
ResponderEliminarLástima de impunidad..
Besos
Y mientras otros por mucho menos pagan con su libertad, hay quien no dejará nunca de robar porque no son juzgados. Es lo que nos toca en este país con esta justicia.
ResponderEliminarSi lo que ellos roban, lo tendrían que pagar toda su familia hasta devolver el último centavo, aunque acabaran en la más profunda miseria, quizá se lo pensarían un poco más.
Y que encima seamos los de a pie, los que tengamos que rescatar con nuestro dinero es humillante. Bastante nos roban ya cada día.
Me ha encantado tu columna de hoy, describe muy bien lo que sucede verdaderamente. Siempre tan reflexivo y claro en tus palabras Marc.
Un abrazo.