4 de mayo de 2012

Liberté, fidélité et masturbation


No me gusta el eclecticismo. Las opiniones deben ser directas. Por eso con mayor frecuencia y como herramienta enunciativa prefiero la prosa al verso. Que ella abriera un poco las piernas e introdujera su mano bajo la falda para empezar a masturbarse resulta, además de sugerente, mucho más satisfactorio que si ella hubiera sentido el frío intenso del reloj cabalgar cual invierno, otoño o primavera, por el camino níveo del piélago llamado piernas y que la mano invisible acariciara el agua de un pozo solo suyo de cristal. Se piensa: bueno, es cuestión de estilos. Se piensa: depende; ¿de qué hablamos -Carver-: de una novela de Bukowski o de un poema de Neruda? Pues me molesta insosteniblemente que el verbo felar no aparezca en el diccionario de la RAE.
Veamos, si aparece felación (estimulación bucal del pene), del latín moderno fellatĭo, derivado del verbo fellāre, ¿por qué no aparece este mismo verbo castellanizado? Según el diccionario fellāre es mamar, pero dirigiéndote a la entrada de mamar, él mismo te conduce al verbo latino mammāre, es decir, amamantar. Y amamantar proviene de las mamas de la madre que maman los mamíferos tras su nacimiento. Entiendo que mucha gente se sienta incómoda cuando debe escribir, aunque sea ficción, porque retuerce el estilo, una escena felatoria: se la mamó, en su defecto, se la chupó posee una sonoridad tal vez exageradamente vulgar. Además, ¿qué hay de excitante en que le hiciera algo que él o ella ya habían hecho muy anteriormente, de hecho en sus primeros días de vida, a su madre? Desagradable o, como poco, nada excitante. Incluso más desactualizada se encuentra la acción practicable al género femenino: ¿chupar, comer? En realidad, no se hace ni una cosa ni la otra. La acción posee su ritual, una característica y movimiento bastante claras. ¿Qué hacemos entonces cuando lo hacemos? Ocurre algo semejante con los verbos infantiles de la risa. Éstos van del más estricto estoicismo a la más profunda de las cursilerías: miccionar, orinar, mear, hacer pipí… ¿Execrar, defecar, cagar, evacuar? Qué dislate. No tenemos la palabra.
Y la palabra es lo único que nos queda. Creo indiscutible que una palabra vale más que una imagen, que un gesto. Esclavos o reyes, esclavas o reinas –Shakespeare-, la palabra reúne la voz y el silencio. Por eso tampoco me gusta la infidelidad. Siendo científicamente modernos, en una sociedad con más o menos derechos, teóricamente civilizada, por fortuna en comienzos de descatolización y muy alejada de los matrimonios por conveniencia pecuniaria del siglo XVIII, engañar a tu pareja monógama, porque esa ha sido tú elección, nadie te ha obligado y nadie te obliga –ni a esa pareja ni a la monogamia-, es la mayor socavación que puede autoejercerse uno mismo: pierdes la palabra y, evidente y justamente, tu pareja, por mucho que la quieras, te abandona.  La palabra es noble, casi lo único verdadero que se posee. Y encima se la frivoliza. ¿Qué cuentos son aquellos de la salida? ¿Un adulterio soluciona los problemas con tu vida? ¿Te aparta de la miseria, te acerca al reencuentro, te aviva la llama consumida? Evidentemente no. No hay absolutamente nada romántico en un engaño, al contrario, el romanticismo está en la heroicidad y ésta, más que en la imagen, más que en el gesto, está en la palabra. (Porque prefiero la prosa al verso). Si resulta que otro individuo te cautiva por sus anexos atributos solo tienes que coger, apartar lo que tienes, y marcharte con lo nuevo. Te irás sin nada, desde luego, sin ropa, sin dinero, sin hogar, deslegitimado, con la cara comida de vergüenza, pero te irás, y te llevarás contigo la palabra. Y te equivocarás, claro: relato de un error. Y te dejarán por su profesor de bádminton y por la cajera del supermercado. Pero tendrás la palabra. Y luego morirás, ¿qué pensabas? Y enterrarás la palabra, pero seguirá siendo tuya: palabra muerta, palabra muerta. Y solo entonces sabrás que cometiste una estupidez. Por ello aborrezco la infidelidad. Qué memez.
Qué tedio de mundo. No tenemos el verbo felar –ya sin cursiva-, la especie se engaña a sí misma consigo misma y la libertad, pobre condenada, está ocupada nadando entre los vertidos de los verbos infantiles de la risa.
Pero qué suerte: a nosotros siempre nos quedará la palabra. ¿Verdad? La palabra y la masturbación. (Y el sexo).

8 comentarios:

  1. Creo que ser infiel es engañarse a uno mismo, aparte de traicionar a la persona que está con uno. No nos obligan a estar con nadie en este siglo, excepto en algunas culturas, por lo que la verdadera libertad y valentía está en ser sinceros y elegir.
    Respecto al verbo felar, deberían incluirlo. Para poder llamar a las cosas por su nombre sin que suene vulgar.
    Gracias por esta entrada. Muy informativa para alguien que está escribiendo algo donde el sexo es una de las ideas principales. Ahora sabré como no ser vulgar al escribirlo.
    :-))
    Saludos.

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  2. Ya te digo que nos quedará la palabra, y con ella el sexo que en este preciso momento también lo es (pues no voy a ponerte un enlace a ninguna imagen erótico-festiva xD). Me ha gustado mucho lo que has escrito porque se nota que has soltado aquello que te quemaba por dentro, sin pelos en la lengua y proporcionándonos a los lectores interesantes ideas. Y que sepas que si te pones a reunir firmas para que la RAE acepte la palabra felar yo te apoyo, que el lenguaje es algo que tiene que ser cambiante, ya sea evolucionando o involucionando.

    Sin embargo, disiento contigo en algo, pues yo prefiero la poesía, me gusta darle mil vueltas a las cosas, y el verso que has puesto me ha llegado y mucho:
    "si ella hubiera sentido el frío intenso del reloj cabalgar cual invierno, otoño o primavera, por el camino níveo del piélago llamado piernas y que la mano invisible acariciara el agua de un pozo solo suyo de cristal."


    Un saludo.

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  3. Me encanta la palabra sin tapujos ni riendas, la palabra desbocada y desprovista de estúpida "santidad". La palabra nos une al hecho y a la cosa, y aun así, siempre es incompleta. Cuánto más, si está adornada artificiosamente para decir algo crudo de una forma "decorosa". Un abrazo.

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  4. Estaba pensando en Houellebecq que hace suyo el poder de la palabra clara, sin dar vueltas..
    Un genio

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  5. Por eso detesto ese tipo de escritura narrativa que forzosamente intenta parecer poética. A veces lo más simple y directo es lo más complejo y difícil de decir, por eso se agradece la narrativa que no se anda con rodeos.

    Saludos!

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  6. A mí, por si acaso, que me entierren con las esdrújulas, son más armoniosas. ;)
    Me gusta el análisis, a veces cuesta usar la palabra precisa, tal vez nos desviamos buscando una alternativa cuando podíamos ir “al grano”.
    Igual, soy de desbarrancar a cada rato en mis textos, y es un placer.
    Un abrazo

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  7. Me abruman tus palabras; y tus ideas. ¿Has paseado los ojos por tus líneas? Después háblame tú a mí de retórica...

    Enamoras

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  8. PD. Me he leído el texto dos veces... y volvería a haber una tercera si no me esperara el manual de Derecho Civil en la mesa. Me va a robar horas de sueño esta noche, pero sinceramente, me gustaría mucho más que me robasen el tiempo tus textos. Te visitaré más a menudo. Esta madrugada, echaré un ojo a tus melodías visuales.

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