7 de mayo de 2012

La ecuación del tiempo


 Apenas si hay tiempo para detenerse y pensarlo. “Ahora sé que el tiempo se puede detener”, dice Nacho Vegas en una canción cuyo título escribirlo aquí sería cacofónico y reiterativo. Aunque experimentes con una hora distinta, aunque estés en Londres, en Praga o en la isla de Bali, aunque abras una Estrella y te pongas Crossroads de Robert Johnson, aunque aunquees eternamente, no desesperes, es un hecho: el tiempo no se detendrá. No se tarda demasiado en corroborar la sempiterna adulta del “si esto te parece rápido, espera a crecer un poco más”. Tal vez esta sea la universal paremia únicamente cierta. Lo cierto es que mantenemos el acelerador pisado a toda hostia, y eso que muchos de nosotros todavía no conducimos. ¿Qué culpa tenemos? Aquí ocurre lo que en el Gobierno, aunque tú no quieras, aunque hayas votado en la dextrógira dirección, van a legislar con la mismas facilidades –a no ser que no saquen mayoría absoluta- que si tú fueras ellos o que si tu hubieras muerto.
¿Hasta dónde llegará la desindividualización del individuo? Socialmente no hay descanso. Ni por la noche. Sueñas y sueñas y te aterrorizas y envejeces como en una ecuación irresoluble. Eres una x sin valor, sin identidad, sin tinta. No tienes ni matemáticas ni literatura. Eres tan rápido, tan precoz, que te extingues en un palimpsesto donde todo se sucede sin dejar huella, donde crecen edificios, y el arte evoluciona, del simbolismo a la mierda dadaísta, desde Baudelaire a Hugo Ball, y en sus ciudades nacen ideas estúpidamente futuristas que a nadie le importan, porque jamás estará allí.
En el periodismo se simboliza –sin retórica parisina- a la perfección este estado de esquizofrenia presteza. Antes, una mujer con sombrero podía ir a comprar el periódico y leerlo en cualquier momento del día. Supongamos que la mujer con sombrero, labios pintados de rojo, pelo a lo Louise Brooks, falda corta, tomaba un café con leche y un cruasán antes de acudir al quiosquero para adquirir el Times, o La Vanguardia, o La Voz de Galicia. Podía leerlo mientras esperaba el tranvía, y luego hacer cuanto deseara: pasear kafkianamente por el parque, visitar al doctor, visitar a un paciente, comprar un cuadro en la galería de arte del centro y llegar a casa por la noche. La mujer, tranquilamente, podría cenar merluza a la plancha con zanahoria hervida y setas salteadas a la pimienta roja 50% dulce, 50% picante. Podía ducharse, y hacer en la ducha cuanto le apeteciera; podía enjabonarse la espalda con un cepillo de mango largo o podría tocarse con otro cepillo de mango largo. Podía luego hacerse un té verde de naranja y sentarse en el sillón y recuperar la lectura por la página 3, en Internacional. Aquella mujer, aunque supiera lo contrario, estaba leyendo las noticias importantes de aquel día, por ejemplo, un siete de mayo de 1903 en cuyo titular se podía leer: Teatro del circo- hoy no hay función con motivo del baile de máscaras (función que, por cierto, era La dama de las camelias). Pues bien, a aquella mujer, en aquella hora entrada de la noche, se le detenía el tiempo. Tenía el día en sus manos, la actualidad, la política, el escaso deporte, la cultura sin dama de las camelias. Hoy, sin embargo, compras el periódico y cuando cruzas la L2 del metro ya tienes que refrescar los titulares a través de la página web del diario. ¿Y el titular? En cuarto o quinto lugar; ya han pasado miles de cosas desde que François Hollande ganara las elecciones, ahora el Gobierno ha rescatado a Bankia, y el magnate Rodrigo Rato comparece ante la prensa para  confesar que se va, que se larga, que desaparece. Como tantos otros…
Hoy el tiempo es tan rápido como la luz o como los neutrinos en circuito cerrado suizo. Hoy el tiempo es una molécula del presente elevada al futuro más inmediato. Primero estás a un lado de la igualdad de la ecuación y, ni te enteras, apareces ya en el otro; pasas de ser un número positivo a un sucio negativo cuyo valor, por evidencia, por dios, no merece la pena considerarlo.
Nacho Vegas, en su canción, se preguntaba frente a un calendario, de pequeño, si en diciembre, el 31, se acabaría el mundo. Dice que todos se rieron y que él ya no sabía qué hacer. “Algo más”, oyó, “nos queda un poco más”. A él la respuesta no le convenció, así que fue hasta el reloj de la pared. “Si no le doy cuerda”, entendía, “entiendo, lograré parar el tiempo. Se lo cementé a mi hermano y él, mirándome, ¿para qué?, me dijo para qué”.

5 comentarios:

  1. Qué monumental. Me hamaco entre la esperanza y lo amargo. Pero es verdad, ya no existe la voluntad de deambular por los parques "kafkianamente". Empecinados en evitar todo laberinto. El tiempo de la salida rápida, la pérdida de la fantasía.
    Un abrazo.

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  2. El tiempo se desprotoniza en nuestras manos, y antes de sentir el comienzo del día éste ya se ha extinguido ante nuestros ojos un poco más viejos y desilusionados. Me gustaría ser esa señora de 1903 para vivir el tiempo en su extensión "real" sin prisas y con muchas pausas.

    Interesantísima esta reflexión, es como si hubieras leído mi mente, e imagino que la de infinitos otros.

    Un abrazo.

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  3. por primera vez sentía el miedo de verdad,y aún entonces ya sabía que no me abandonaría...

    Estoy con lo de Bankia que flipo. Y yo como tantos, todavía me pregunto cómo pagaré la matrícula del año que viene, entre otras cosas.

    Grande Nacho, Baudelaire...encantada de conocer tu blog.

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  4. Esa sensación vertiginosa de que el tiempo nos sobrepasa a una velocidad insoportable es lo que convierte mis paseos con mi perro en algo radical y subversivo: ¡viva la lentitud! ¡viva el deambular sin destino!

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  5. Que el tiempo pasa demasiado deprisa lo aprendemos al crecer. Cuando dejamos de ser inocentes, las muertes se van sucediendo y comenzamos a ser conscientes de todo...Ahí es cuando empezamos a preocuparnos por el tiempo, a intentar vivir acelerados.

    Somos los dueños de las prisas, tanto que ya no sabemos qué es leer un libro en mitad del parque, o dejarnos acariciar por el viento sin ningún pensamiento en la cabeza. Tienes mucha razón en ello.

    En lo que no estoy de acuerdo contigo, es en que seamos como una x sin valor, sin tinta...Por pocas palabras que escribamos ya le damos valor a lo que somos.

    Y quizá sea esa nuestra propia manera de parar el tiempo. El tiempo que hemos invertido y nuestras palabras perdurarán en el tiempo aunque sea guardadas en una caja de cartón o en un pendrive.

    Tú no eres una x sin tinta.

    Besos.

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