¿Cuántas ocasiones ha resbalado el primer ministro italiano? Silvio Berlusconi es, ante todo, un personaje magnífico, un paciente magnífico en cuyo reflejo se encuentra la legitimidad de la verdad y la trasparencia del hombre del siglo veintiuno.
Sus fiestas con meretrices, sus afirmaciones sexistas, su talante despótico y millonario, su augusta desfachatez y su sentido corrupto de la corrupta justicia, le gusta pensar, bien, si estoy amartillando los márgenes judiciales, ¿por qué no los moldeo a mi antojo? Está claro que el estado es dúctil, maleable, moldeable y blando. Entonces, ¿dónde está el problema?
Fundó su primer canal local en 1974 (Telemilano). A partir de entonces, el camino fue de rosas rosadas: Canal 5, Italia 1, Rete 4, canales franceses, Telecinco; participaciones en la prensa escrita: La Repubblica, Il Giornale, L’Espresso; la mayor empresa publicitaria de Italia; etcétera. Posee un tercio del sector editorial y es, según la revista Forbes, la primera fortuna italiana.
Ha dicho –cuántas cosas ha dicho- que las mujeres deben buscarse a hombres ricos, que ese es su futuro. Ha hablado de sexo, de su enorme máquina de follar. Afirmó cómicamente que si se hiciera una encuesta entre la población femenina italiana y se les preguntara si se acostarían con él, el 33% de las encuestadas diría que sí y el 77% restante diría “¿otra vez?”. Y no es un error: hace la media sobre el 110% de la población. Es un gigante que, al no entrar por la puerta, la ensancha a golpe de decreto. Amigo corrupto de la mafia, los asuntos políticos siempre se le han ido de las manos. ¡Pero no importa!, su agilidad y verborrea, su indomable y deferente simpatía siempre le ayudaron a retomar todo cuanto hubo perdido. Aznar, Bush, Blair, Gadafi. Es un mago, es un símbolo, es un maestro. Es un payaso.
La sociedad italiana lo vota. Ha sido dos veces Presidente del Consejo de Ministros. No tiene límite: se ha desmayado, se ha atentado contra él a lanzamiento de figurita marmórea. Ha sangrado y ha luchado. Y lo ha hecho por él y por su país, por la des-democracia populista, por el chantaje, lo ha hecho por la fiesta y por sus vellinas de dieciocho años. Lo ha hecho, pues, por el sexo y por la trasparencia de una corrupción obvia, visible y latente. Es como muchos, pero lo reconoce. Posee santos testículos. Tiene valor, tinte y 74 años.
Silvio hará frente a la justicia este próximo año tras una acusación que lo relacionó directamente con prostitución infantil y abuso de poder. ¿Abuso de poder?: ¡eso es legal!
Hoy ha salido a la luz un nuevo escándalo. En una conversación telefónica que mantuvo con Walter Laviota –buscado hoy por la justicia- el premier afirma que “Dentro de unos meses me voy de este país de mierda (Italia) que me produce náuseas…Lo único que pueden decir de mí es que follo. Esto es lo único que pueden decir que hago, así que, que me pongan micrófonos donde quieran y que escuchen mis conversaciones. No me importa. Total, dentro de unos meses me voy por mi cuenta a otro sitio". Estas palabras producirán un eco destacable, y devengarán en silencio hasta otra buena nueva. ¿De verdad se irá? ¿Se llevará con él a todos sus amigos? Me imagino a sus homónimos, deben de ver en él el espejo limpio y límpido de lo que es la política actual: un circo inquebrantable y viejo de Fellini.
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