Filipinas.
En Mindanao, la segunda isla más grande de Filipinas, la violencia es el pan de cada día. En 1970 se produjo una revuelta separatista que ha desatado pasiones contradictorias entre los habitantes de las distintas poblaciones, conduciéndolos a una interminable sucesión de garlitos y cabronadas cuyos fines se rigen únicamente a la complicación del desarrollo prójimo.
Cae una llovizna imperceptible. Ila –la joven del pueblo- teje unas cortinas con hilo escarlata. Es tal el silencio de la habitación, que la aguja se introduce en el tejido ya con forma como si un estilete se clavara en el pie de un mártir; es ruido de cristal, de vidrio, ruido de noche. Desde luego el día no tiene ninguna intención de anochecer, bien al contrario el sol arrima su espalda a la hora sin levógiro ni dextrógiro: brilla el mediodía con lluvia. Joda –su marido- se acerca a ella:
-¿Terminaste ya la mantilla?
-No es una mantilla.
-¿Qué es?
-Una cortina para los Vesanios.
-¿La terminaste, en cualquier caso?
-No, todavía no. Dos días. Puedes, sin embargo, llevarte esta mantilla. Es para los Dexodos. La tienes aquí desde el jueves, y les urge.
Joda la mira con pasión. Ila es hermosa, joven, su piel bruna traza anochecer en sus piernas. Son las piernas más uniformes de la villa: largas, trenzadas por las rodillas, estrechas como las calles de Praga. Sus pechos redonditos se ciñen a la prenda negra que la guarece de la humedad. ¡Deseo terrible de Joda desde que la conoció! El marido toma la mantilla, se estremece, sale dirección villa Moan para entregar la mercancía a los Dexodos.
Se sucede hora y media.
Ila sigue cosiendo la cortina, parece que la tela ha descolorido y sus dedos están manchados; pero ella desconoce si es la tela –mala, muy mala- o si en un trazo la aguja pinchó carne. Qué más da.
Entra Joda:
-¡Otra vez, otra vez!
-Tranquilízate, hombre.
-¿Tranquilizarme? ¡Los malditos han vuelto a cortar la carretera!
-Ahora, sobre todo, no tomes medidas.
-¿Qué no tome medidas? ¡Pues claro que las voy a tomar! ¿Y sabes cómo? ¿Sabes dónde? ¿Sabes cuando? ¡Yo te lo diré: arrebatándoles el huerto, en su huerto, esta noche; y les pegaré un tiro a cada uno de sus animales!
Ila se levanta triste. Sale al exterior donde el cielo es gris y una maleza de verde recorre el contorno de la aldea. Cae una llovizna imperceptible, pero de mayor intensidad que la de antes. Estira el cuello y la lluvia moja su pecho, su cadera, sus piernas.
-No deberías.
-¿Ah, no? –contesta Joda, que tiene la boca abierta y los ojos fijos en los pezones marcados de Ila, que son como pequeños frutos de ambrosía.
-No. Y no creo que a tus amigos Job, Rea, Bu y Treo les guste. Nosotras hemos vetado.
Las mujeres, pues, han decidido ponerse en huelga sexual. Hasta que no cese el conflicto, hasta que las armas enmudezcan, hasta que las carreteras no se dejen de cortar, hasta que las artimañas y trampas desaparezcan del todo, ningún hombre de nuestra aldea saciará su deseo sexual con ninguna de nosotras. Somos sus esposas, los queremos y también nos excitan: no solo ellos son deseo sexual. Nosotras tenemos terriblemente deseo sexual. Pero somos valientes y hermosas. Por eso no tendréis sexo hasta que el conflicto cese.
El conflicto de casi medio siglo se ha extinguido. Apenas reminiscencias últimas prosiguen enfrentando acciones infantiles.
Mindanao respira. Y todas, como Ila, respiran entre gemidos, descanso y trabajo. Cada costura, la aguja se introduce en la tela como la belleza e inteligencia que ellas introdujeron en la historia filipina.
Alzado el veto, cae una llovizna imperceptible.
Muy bueno Marc
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