4 de septiembre de 2011

A mis enemigos


Si pronunciar amigo es difícil acometimiento –sin banalidad, con sentido e inteligencia-, pronunciar enemigo es, probablemente, todavía más complicado.
Y, sin embargo, no hay tantas clases de enemigos. Las gentes citan amigo a un conocido, amigo a un coleguilla, amigo a un animal. Y aunque ninguno de ellos sea ni medio amigo, el sentimiento que se desprende de uno mismo es de un ligero aprecio, de cariño si cabe, de afinidad. Enemigo, en cambio, qué palabra dura y hermosa es enemigo… Para lograr uno es estrictamente necesario sentir aversión profunda, desprecio íntegro, asco perpetuo. Aquí se requiere saber amar. En la guerra hay enemigos. Si alguien te hastía, lo olvidas; si alguien te desagrada, lo alejas. Si alguien te molesta, lo borras. Pero, ay, si le escribes a alguien, si el fuego es guerra y el enemigo, disléxico, qué hermosa y dura es entonces la animadversión.
¿Cómo es el superlativo de enemigo? Muchas de las palabras en desuso deberían recuperarse. Otras, sin embargo, eximen por la incapacidad humana de llegar hasta ellas. Fijaos si es difícil hallar a un enemigo que casi nadie sabría mentar su superlativo: enemicísimo o inimicísimo. Extraño, ¿verdad? Para no olvidar, alejar ni borrar a un enemigo, decía, hay que escribirle. El enemigo debe poseer algo especial. Es obligatorio quererlo, mantener el fuego vivo de su guerra. Tiene que ser alguien que merezca la atención.
Un enemigo paradigmático es un sujeto violento, ligeramente inteligente, con insuficiencias motoras, que no entiende el jazz. Es una miseria –un muerto de hambre-, un deudor, un anciano. Es eficaz, desde luego, que tenga gustos y, si son cinéfilos, mejor. Se le puede humillar, se humilla a sí mismo ensimismado con las notas intrínsecas del saxofón de Charlie Parker. Si un enemigo escribe, mejor. Porque escribe mal y se avergüenza. Él no entiende a palabras. Es fuerte físicamente, aunque reste en derrota en la genética. En una limpieza social, él sería de los barridos. Mas, ¡qué lástima! ¿Dónde permanecerían los silencios enemistados? A un buen enemigo no se le cuestiona, se le observa silenciosamente, se le mira fijamente a los ojos, se le humilla con el gesto invisible de su latente inferioridad. Joker fue un buen enemigo para Batman. Si el enemigo  y su entorno son vesánicos, mejor. Furibundo, virulento, colérico, un plasta. Considerad que un enemigo jamás será alguien superior. Entonces se trataría de un héroe. La elegancia y la dignidad no tienen cabida en la enemistad. La misericordia y la piedad son para la Iglesia,  y el enemigo forma –siempre- parte de ella. Se adora y rehúsa su cruz. No existe entre tú y el enemigo el sentimiento de venganza. Para él eso es un pecado, y un enemigo es una bendición. Si bebe, mejor. Si pierde el juicio fácilmente, se evidencia la enormidad de poseerlo.
Un enemigo no se tiene, se le posee y se le tiene asido por los testículos. Un enemigo es una bendición. ¡Pero qué difícil es conocer a uno! Hay demasiada oligofrenia. Lo peor de un enemigo es que no sepa leer. Aun así se le escribe.
Aquí mi repulsa, aquí mi respuesta, de corazón.

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