La antítesis es una de las grandes olvidadas de nuestro tiempo. Porque no todo lo aparentemente bueno es bueno. Por ejemplo: la cultura. Un conjunto de conocimientos permite a su poseedor desarrollar juicios críticos mucho más elaborados que alguien cuyo conocimiento se ciñe a la discoteca. De cultura a culto, de culto a inculto. De la virtud al defecto, probablemente el más ruin que hoy existe. Sin embargo hay un tipo de cultura –si, desde luego es cultura- mala. El televisor y televisión. La tele es un producto cultural, que refleja ideales e inercias actuales, comportamientos, actitudes y tendencias de todo cuanto hoy se piensa y cree. Refleja –no lo que es la persona- sino cómo son quienes la contemplan. Normalmente esos solo son charlatanes, bufones y payasos de circo, que dedican largas horas, con sus mejores trajes y un discurso tan mezquino cual roñoso, a supeditar vacíos o actitudes de tedio bien merecido.
(Hay, aunque muy poco, televisión buena).
Un programa más que conocido (Callejeros), por cierto culturalmente miserable, visto en cada rincón de la península y que, sin mentiras, entretiene, enseña y te hace reír, logró ayer lo que parecía una consecuencia ya irremediable de la imagen audiovisual. Los periodistas viajan a distintos puntos del mundo y allí entrevistan a sus oriundos. Esta vez se quedaron cerca, fueron a Aldaia, población de la Comunitat Valenciana, y allí rodaron el capítulo Poligoneros (como haría Jordi Pujol en caso de duda), que son aquellos mozos y mozas que apuran las últimas horas de la noche en las salas, discotecas y locales de los polígonos urbanos. Los periodistas se detuvieron a media tarde con una gran familia gitana. Innumerables jóvenes berreaba aquí y allá y mostraban sus lujosos músculos tintados, tostados, y su capacidad de intimidación con bocas avaras y amenazantes. Frases como “que venga el tío ese, que lo voy a partir la cara” o “somos los amos de aquí, de Aldaia y de Valencia, quien nos vacila muere” sucedían a barrigas acuchilladas o labios rotos por la patria y el amor. La periodista en un momento dado, pregunta al patriarca cuál es su profesión. Este, muy lozano y juncal, responde que el comercio de la harina. Fina metáfora, desde luego, que a quien más o menos le puede hacer gracia. La dedicación se reitera, y se le añaden cosas como “aquí vendemos el pan ya cortado, ¿sabes?”, “esto, aquí, esto es la ciudad sin ley, ¿me entiendes o no?”, hasta que en el cierre del vídeo encontramos a un joven extrayendo de un interior una hermosa y verde planta de cannabis. La muestra y dice poseer grandes cantidades, y asegura que con ella comercializa, ganándose –tal vez no el pan, ya cortado-, pero sí sus ingresos necesarios. A partir, pues, de este vídeo, la policía local ha detenido a uno de los protagonistas que se jactaban de su fácil delincuencia. No han querido identificarlos, ni dar más información que sus simples iniciales. A saber tenía dos arrestos anteriores por atraco con fuerza en un establecimiento, y otros de los detenidos por asalto violento a un domicilio. Esta pequeña bromita les saldrá cara. Porque la gente olvida que no es la televisión quien se introduce en sus casa, sino ellos quienes se introducen en el televisor. Ante la cámara eres un fácil blanco, una diana hermosa. Porque no toda la cultura es buena. Aunque haya incultura con la que te mueres de la risa.
Cuanta razón tienes mi querido amigo Marc.Es cierto que muy a menudo olvidamos que somos nosotros los que nos introducimos en la televisión y no al contrario.Lástima que escaseen los buenos programas y sobren tantos de malos y perjudiciales para la salud,diria yo a veces.Pero también es cierto que estos últimos a veces entretienen,sin ánimo de ofender,a una gran mayoria de público.Una incondicional.
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