Abrí ayer la sección de Libros de La Vanguardia y la noticia se introdujo en mis ojos como un jarro de agua fría: “IKEA se prepara para el fin del libro en papel”.
Bien, en esta afirmativa hay varios errores. El primero, desde luego, la desorientación de la compañía en caso que su anuncio fuera cierto. En segundo lugar, probablemente mucho más grave, la indecencia de llamar libro a la ausencia de papel. Recurriendo a la Real Academia de la Lengua se encuentra en la sección L la siguiente entrada:
Libro.
1.m. Conjunto de muchas hojas de papel u otro material semejante que, encuadernadas, forman un volumen. (La definición: "obra científica, literaria o de cualquier otra índole con extensión suficiente para formar volumen, que puede aparecer impresa o en otro soporte" permanece relegada a un segundo plano).
Por lo visto, la compañía sueca ha iniciado un proceso sustitutivo con su famosa estantería Billy. Ya se sabe: los tiempos están cambiando. La cadena de muebles tiene muy claro que la digitalización de los libros es un hecho irreparable, sólido y sin marcha atrás, por ello han remodelado a Billy –ilustre por su sencillez y precio- de modo que su función principal no sea ya el almacenaje de libros sino la sujeción y exposición de elementos decorativos del ajuar. Exclusivamente. Además, con el aterrizaje hace apenas unos días de la compañía Amazon en España, la duda parece haberse solventado con mayor fiereza: “el proceso de digitalización –así como ocurre ya en USA, donde el 12% de los lectores utilizan como soporte el E-Reader- va a sufrir una aceleración notabilísima en la tierra peninsular.”
Como es lógico, mucha gente es partidaria del soporte digital. La misma noticia de La Vanguardia, por ejemplo, concluye: “de momento, sobre todo aquellos que viven en un piso pequeño, pueden ir pensando qué harán con el espacio que quedará libre cuando ya no tengan que guardar tomos y tomos que, si finalmente la digitalización llega, quedarán reducidos a un archivo de lectura.” Decir, pensar o creer esto es una absoluta vejación, una ageusia literaria muy preocupante, una falta de respeto a la cultura y a todos los lectores que, conocedores de la importancia de un cuerpo, se ven involucrados en un avance de retraso cultural. Qué se pretende, ¿emplazar los libros a anhelos e impulsos de coleccionista?, ¿que los libros sean artículos exangües de un violento golpe de Tánatos?, ¿que un niño, un infante lector coja un libro de Cela tal y como se puede coger hoy una primera edición de David Hume?
Produce un gran placer, sin embargo, leer actitudes y opiniones que se aferran al soporte de papel, al original, al –si esto se extiende- tradicional y clásico. Un libro es literatura, y el cuerpo del libro es desnudez, senos, perfume, tacto, emoción. Se puede sufrir por el cuerpo de un libro. Se puede dormir con él y te puede clavar la tapa en la espalda hasta la saciedad ¡Es el concepto de un libro! Es caduco, así lo es la carne del cuerpo. Pero su muerte va más allá de la tumba: está en el fuego, en las llamas, en las guerras y revoluciones. La muerte del libro se ha representado a través de autocracias, de fascismos, de condenas… pero jamás a través de un enemigo tan nefando como una pantalla digital que irradia y deshace los ojos. Asimismo ha sido su vida: avance, consagración, memoria, la representación más perfecta que posee la razón y la emoción para expresarse.
La estantería Billy poseerá, a partir de ahora, unos cristales finitos para que los objetos de decoración que se sostengan sobre los finitos anaqueles no se caigan ni se empolven. Vivirán inútilmente tras una pantalla de cristal, sin olor, sin piel, sin literatura.
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