22 de septiembre de 2011

El café de los miserables

(Primera página de una novela)


En el café Jornal hay varias mesas dispuestas sin ningún tipo de orden. Son mesas redondas, pequeñas, con sillas tubulares, huecas, una a cada polo. Por principio, no hay más de dos; pareja de cafeteros son multitud. Por eso, los clientes acostumbran a sentarse solos. Sin embargo, no se demoran, tan pronto cae el primer rayo de noche, el café Jornal se convierte en una jaula de grillos, en una piara de cerdos, yuntos siempre por la orilla de nuestro tiempo.

Don Ramón de Carvajal es cincuentón. Tiene barriga y el pelo gris. Viste un lamentable traje blanco que ni los domingos se lo quita. Solo se requiere escucharlo durante diez segundo para advertir su propensa falta de modales. Él, a las siete y media de la tarde, está sentado solo a una de las mesas de la parte izquierda del café.
    -Coño, está para comérsela con la lengua. ¿Verdad? Manda coño, la muy furcia ni se giró. ¿Sabe? Coño, le dije, coño del todo. Primero la silbé como solo se silba a los bellezones como ella. Fiu, fiu. La coño, puta, ni se inmutó. Corrí unos metros, la adelanté y me apoyé en la siguiente farola. ¡Deberías ver su cara! Me miró con unos ojos que decían: fóllame, capullo, fóllame que te quiero. La oteé de arriba abajo. Tenía unas piernas… ay, ñam, qué piernas tenía al aire; las movía como una modelo, o como una de esas putitas, ¿sabe?, coño, que pensé que me explotaba. Pasó por al lado, y cómo me seguía mirando, coño, se veía que iba caliente, eh, pensé que en cualquier momento me la agarraría y me diría: fóllame, capullo, que joder cuánto te quiero.

Al otro extremo, la señorita Claudia estaba igualmente sola. Pidió educadamente un café al camarero, con leche, le dijo, por favor. No llegaba a los veinte años y llevaba una faldita corta y una carpeta con varios folios sobresalientes.
    -Yo le dije: ¿y qué hiciste? Tía, me contestó ella: qué iba a hacer… pues comerle la boca. Ay, flipa, flipa, es para flipar, le digo: ¿y quién te azuzó para ir a la discoteca? Fue Rosa, dice, dice, fue Rosa y la Filipa, vino también la morena, pero porque la rubia había quedado con Ramón y no quería quedarse sin chat. ¿Y no lo conocías? Sí, desde luego, dice; el primo de un amigo de mi primo, el Javier, tiene un amigo que estudiaba con él el año pasado. Él me vio por Facebook y me dejó un mensaje. Flipa, tía, flipa. ¿No flipas? Es que, ¿tú que piensas de todo esto? Además, luego le digo: bueno, Carmina, ¿y ahora qué? Bah, tía, bah. Está buenísimo: alto, moreno, con su tableta definida en los abdominales… ¿Y ahora qué, Carmina, ahora qué, tía? Cuenta, por dios. Digo. Dice: nada… está de rollo con la Rosario, dice que me quiere y que lo hará todo por mí. Pero no quiere dañar a Rosario. ¡Encima es sensible!, dice. Flipa, tía, flipa…

Es edil de la localidad de Carmona y se encuentra aquí de viaje oficial, en el centro de la sala. Es de los que piensa que las elecciones se ganan desde el centro. Se está tomando un orujo y unas orejas fritas. Se limpia el bigote con una de las servilletas de papel: gracias por su visita. El teléfono, que lo tiene al lado, debe sonar en cualquier momento. Que, al menos, el viaje haya servido para algo. Pero nada, no suena. De momento no suena.
    -Yo se lo dije. Mira que se lo dije. Tramitemos los papeles así. Y no. Tuvo que hacerlo asá. Le dije: hagámoslo en negro, que luego nos ahorramos las minutas y los funcionarios estarán más contentos. Pues no: asá otra vez. ¡Pero mira que eres tonto! A Hacienda se la puede engañar fácilmente, solo se necesita un poquito de picardía, dos dedos de frente. Yo pongo el piso al nombre de mi esposa, y la finca del campo y la hípica, y las acciones del club, a nombre del pequeño Dani. Y a jugar a golf se ha dicho. ¡Pero qué energúmeno eres, carajo! Así, así, Antonín, así, coño, que al fin y al cabo eres el alcalde. Pues nada: asá, asá… lo tuvo que hacer asá.

Don Ramón de Carvajal se rasca los cojones. De tanto pensar ha tenido una erección.
    -Fóllame, capullo, fóllame del coño que te quiero en mi coño, parecía que dijera esto con sus ojos la muy sucia. Yo babeaba. Apoyado en la farola, mi polla parecía una farola. ¡Qué buena, coño, qué buena y cómo estás! Seguía caminando, parecía una gata caliente. Movía su culo como una princesa con corpiño. Había poca gente. A eso que pasó un inmigrante, era un moro, uno de esos árabes del Pakistán o vaya a saber uno de dónde. Eso son los peores, coño, los peores del todo. Miran a las mujeres que da asco, son unos cerdos, nos embrutecen a los españoles que sí sabemos mirar. A todo esto, la chica se acercaba ya a la farola. Se aceleró mi respiración. Qué tetas tenía la muy guarra, coño, parecía que dijeran: cómeme, cómeme maldito capullo que te amo. Pasó al fin por mi lado. Y abalancé mi brazo y le di una cachetada en el culo.

1 comentario:

  1. Todo esto me suena un poco familiar...No se si estás pensando en escribir otra novela o es una crítica a la problemática que exponía hace unos días en mi blog.

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