2 de octubre de 2011

Perdición

Un pensionista británico ha probado suerte recurriendo al mítico argumento de Perdición (1944) donde un asegurador y la mujer del asegurado llevan a cabo el crimen para quedarse con el dinero del seguro de vida.

Que a tiempos desesperados, medidas desesperadas. Que en años de crisis, todo molesta y el panorama terrífico y económico se nos echa encima como lobo destripador, como Jack o las campanas. Que es una jodienda ser joven y no disponer de independencia –la que hoy en día realmente cuenta- económica y que es jodienda otra estar al borde de los 65 y no poder jubilarte sino retirarte, porque de júbilo, con los acreedores al acecho, poco.
Un pensionista británico ha probado suerte recurriendo al mítico argumento de Perdición (1944), obra maestra de Billy Wilder, con gran interpretación de Fred MacMurray y Barbara Stanwyck, donde él –un vendedor de seguros- y la mujer del asegurado llevan a cabo un crimen para quedarse con el dinero del seguro de vida.
Es el caso de Anthony McErlean, pensionista de 66 años, que se ahogaba por su deuda de doscientos mil euros, y pensó que lo más sencillo era hacer negocio con la muerte. Contratado un seguro de vida por capital de 600.000€, qué mejor salida que la de pagar la deuda y quedarse con los 400.000€ restantes y vivir su endiablada y tal vez merecida jubilación. McErlean alegó ser arrollado por un camión en una carreta rural de Honduras mientras cambiaba el neumático de su automóvil durante un safari fotográfico. Magno. Casado con Sonya, una hondureña diez años menor que él, sobornó a ciertas manos para que le cedieran el certificado de defunción con sus huellas digitales y la declaración de un testigo del óbito, y montó el espectáculo de su entierro en un pequeño pueblo de nativos, para proceder finalmente a su cremación. McErlean no se detuvo allí y, lejos de tener escrúpulos, se hizo pasar por su mujer –recuérdese: hondureña y diez años menor que él- para informar a la aseguradora sobre la muerte de su marido. Ace European Insurence no vio claro el proceso de sepelio y pasó parte a la policía, cuyos agentes no entendieron por qué el cobro del capital lo realizaba un intermediario y no la mujer de McErlean, ni por qué tampoco aparecía el pasaporte del difunto. Este, desde luego, ya había escapado.
El juez le impondrá seis años de cárcel, que se rebajarán a tres, pero quepa considerar la reincidencia de McErlean, encarcelado ya en los setenta por hacerse pasar por su suegro (padre de su primera exmujer ya muerto) y estafar 100.000€ a la Seguridad Social de la Corona.
El caso McErlean no es el primero. Hace poco, el exfuncionario de prisiones John Darwin también hubo realizado la misma estrategia. Este, sin embargo, lo tenía mejor montado. Con la complicidad absoluta de la mujer, hicieron creer incluso a sus propios hijos que Darwin había muerto en el mar, ahogado y sin posibilidad de hallar el cadáver. La aseguradora esta vez sí les devengó el capital, y Darwin y esposa se instalaron en una caserna en Panamá. Por desgracia, una reveladora fotografía de ambos sobre un barco les ha delatado, y deberán cumplir prisión y devolver el pago total del seguro.
A tiempos desesperados, medidas desesperadas: de acuerdo. Pero con precaución. ¡Un poco de sigilo!

1 comentario:

  1. complejo mundo el del seguro,pero que viva siempre y lo mejor posiblde,pero...con prudencia,mucha prudencia y honradez,mucha honradez.una incondicional

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