París, con parisios y murallas, con defensa de romanos y de diosa egipcia de la magia que destruye murallas y fecunda reyes, Clodoveos primero, borbones y Napoleones después. París de la Bastilla y de las revoluciones. París de Robespierre, de la guillotina, del terror de noche y de la absenta cetrina. París de la poesía y los poetas, de los boulevards, de los cuentos y de grandes escritores, París, ciudad maldita y adorada, ciudad del amor, de besos, luces, lujos y pobreza, heredera de musas y tierra de vinos. La ciudad de un pueblo y del ideal. Hay calles estrechas en París que te invitan a vagar, caminar y cruzar dorados puentes, sumergirte en los grises del Sena, ir de Côte-d’Or hasta la misma lanza de Don Quijote de la Mancha. Cuántas cosas ocurrieron en París; cuántas cosas ocurrirán en él. ¿Ella, él?: Montmartre, Montparnasse, los Elíseos o Les Halles de París. No tiene sexo, pero es sexual y sensual; nace en su corazón sagrado –Saint-Germain-des-Prés-, en una abadía benedictina de verdes suelos, cálcicas paredes, ventanales mayestáticos y sentidos del gótico. Fundadora del pensamiento moderno (algo malo debe tener), con Descartes y sus noches en ella vividas. Fría en el cielo, en verano llena de flores –turquesas, rosas, magnolias y crisantemos-, luchadora en sus guerras, exilada ante la abnegación. En estudios, su Sorbonne, sin ser legendaria porque existía solo en sueño. París de todos los siglos, de la Nouvelle Vague, de los genios que jamás estuvieron allí. París de los obligados, del hambre y la necesidad. De acusaciones en primera persona y de la cabeza política. La París abyecta y mentirosa, de las calles de la peste y la tuberculosis, de rieladas cenas y de ciegos, de estrepitosas caídas de Woody Allen, poco abierta al comunismo. De pintores parisinos y pinturas parisienses, ciudad del impresionismo y de los molinos desnudos que te invitan, no a una copa, sino a dos, a cuatro o a seis. París de la ópera de Carmen, de acordes inherentes y voluptuosos, de la bohème, del exceso. París del mármol, réquiems, inviernos y suerte; París de la muerte francesa, de Baudelaire, de Villon, de Verlaine, de Zola, de Gautier, de Foucault, de Mallarmé, de Jean-Paul Sartre, y también de distinguidos extranjeros: Óscar Wilde, Offenbach, Nijinski, Man Ray, Samuel Becket. Y de Jorge Semprún.
me ha encantado la columna,la encuentro de un gusto exquisito y con un punto de vista de Paris de lo mas variopinto.Un homenaje perfecto y elegante hacia Jorge Semprun,que en paz descanse.
ResponderEliminarNúria.