Nietzsche cita por primera vez en 1882 la laureada ateísta <¡Dios ha muerto!, ¡Dios ha muerto!>. Ahora, la ciudad de Badalona parece estar aclarando la garganta para declamar el mismo grito. ¿Declamar? Lo cierto es que a todo el mundo le gusta hablar del futuro gobierno del Consistorio: unos preguntan mucho, muchísimo; otros contestan, normalmente a medias, farfullando vocablos que no vienen a cuento; hay quienes tratan de mediar en el contencioso, desde el mismo color unos dicen sí, otros solo dicen ese, y otros simplemente tosen, como si se les atragantara el tema. Y lo hace.
En la ciudad de Badalona ocurre algo muy sencillo. Allí, como en todas partes, la urbe se rige con el sistema democrático –fallido, sí- que la Constitución del 78 impuso. A la gente, pues, se la cita un domingo bajo la lluvia, sol, siempre diurno, rutilante, y se la invita a ejercer su derecho al voto. Muchos no van, ni si quiera se levantan de cama. Otros sí van, se arman la espada al hombro y soldados, guerreros, ciudadanos libres de la democracia, introducen su papelito en la urna. Hay algunos que prefieren concentrarse en las plazas: allí nunca llueve y, si lo hacen, siempre son ideas, pactos asamblearios, protestas revolucionarias conseguidas con la voz empírica de la democracia y del pueblo unido: vivez le guillotine politique! Resulta que Xavier García Albiol es el candidato con mayor número de votos, y a sus colegas de en frente –porque, ¿quién se atreve a hablar de lados?- se les ponen los dientes largos. Que si xenófobo, que si racista, que sí, que si solo ese, etcétera. “Pactemos, pues, amigo mío. Total, hemos gobernado juntos estos últimos años.” Pero resulta que a Falcó, cuánto más le insisten, menos ganas tiene. Y eso, al alcalde en funciones le parece demagogo. No se puede permitir un Gobierno con personaje so impresentable a la vanguardia. Y, efectivamente, no es que no se pueda, pero no se debería permitir. Ahora bien: la soberanía ha hablado. Y parece que, una semana después, nadie quiere que gobierne el Luzbel de dos metros. ¿Quién lo votó? ¿La iluminación cegó a los badaloneses? ¿Albiol se convirtió en manzana y tentó a tantos y tantos pecadores? Yo, sinceramente, creo que aquí nadie tienen ni remota idea de política: ni la ciudad, ni sus ciudadanos, ni sus políticos. Sería correcto dejar gobernar al vencedor de las elecciones –ja, quítale Persia a Alejandro. No sería ético dejar gobernar a Albiol. En la democracia, lo ético y correcto se resume en un efímero sustantivo: interés. Afortunadamente, todavía restan fuerzas en las plazas. Voces ahogadas y abatidas que reclaman la democracia real ya. Pero deberían recordar –éstos, los rezagados- que Nietzsche auguró el fin de la Iglesia hace ciento veintinueve años, y el cardenal protodiácono todavía se asoma, cual vecino, al balcón de la Basílica de San Pedro. Yo de ellos llevaría mi cama a la plaza y me abriría una cerveza –si quedan.
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