Ya a primera hora de la mañana, una división de indignados quince-eme empezaron a congregarse a los alrededores del Parc de la Ciutadella para reivindicar –como se hace en las buenas revoluciones, apuntando hacia dentro- la justicia democrática a aquellos en cuya sola mano se encuentra la palabra, la decisión, y en definitiva, el origen de la epidemia que dicen <miente y corrompe el derecho del libre ciudadano>. Un mes atrás, los primeros Indignados se citaron en la Plaza del Sol de Madrid. A través de un acuerdo masivo de cibernautas, parados y subversivos, las principales redes sociales –Facebook, Twinter, etcétera- ardieron del anhelo revolucionario y unieron todas sus fuerzas para combatir la injusticia; se iniciaron las primeras protestas; con la primera noche llegó la primera acampada. Y así hasta hoy, con un plan en vista de abandonar las plazas por la noche, para mantener diurnamente el ritmo insurrecto de la indignación. A lo largo de esta primera primavera se han vivido momentos inexcusables –Barcelona-, se han llevado a cabo limpiezas de ideas y un régimen estrictamente asambleario en donde, en principio, todo ideario tenía cabida. Llegaron también las contraposiciones de la prensa: los enmascarados que, inevitablemente, destaparon su rostro derechista e ignorante –así de relacional-, los insistentes libertinos y progresistas que quieren mantener limpia la cara de la seudolibertad, o los mismos ciudadanos con contenciosos devaneos de formalidad y perro-flautería. El resultado de todo esto ha sido la consolidación de una protesta ligera, pacífica, mediáticamente reverberada, y de alcance análogo a las manifestaciones del desacuerdo: por guerras, por reformas, por recortes. Sí. Hasta ahora en las plazas solo ha florecido la disconformidad, la disensión, la contrariedad entre unos políticos jamás cansados de poder y unos civiles hastiados del creer.
Hoy, en cambio, la situación ha dado un vuelco sorpresivo: segmentos radicales –así lo he oído- de la concentración pacífica de las plazas se han desplazado a los aledaños del Parlament de Catalunya. Abucheos, improperios, escupiduras, empujones y todo tipo de faltas verbalofísicas han obligado a varios diputados catalanes a entrar en el Palacio en furgones policiales, incluso en helicóptero. Así lo hizo el President de la Generalitat, Artur Mas, o la presidenta del Parlament, Núria de Gisbert, junto a varios consellers y representantes de las principales formaciones políticas. Parlamentarios como Joan Boada, Ernest Maragall o Montserrat Tura –caminantes todos ellos- han sido rociados con espráis rojos y negros, esputados por los inexorables indignados, oprobiados, y agredidos con empujones y zarandeos desrevolucinados. Ellos, por otra parte, los manifestantes, también se han sentido víctimas. Y por eso lo han hecho. Víctimas de la actuación policial que el señor Puig consideró oportuna el pasado veintisiete de mayo en Plaça de Catalunya. Víctimas de la incomprensión de no sentirse representados en ningún lugar, a ninguna hora. Víctimas del exceso del querer y no poder. De la impotencia al no encontrar empleo. De la impertinencia democrática que, creen, atraviesa el país desde hace años. Y ahora parece que despierta el Minotauro social. ¿Y qué ocurre? Visto desde un punto de vista real: la actuación manifestante es rotundamente inaceptable. Desde un punto de vista ideológico: los indignados están operando mal en todo. Desde un punto de vista político: ¿acaso a alguien parece importarle? Lo cierto es que si se pretende regenerar, purgar, renovar la democracia, este no es el camino ni lo será nunca para la Revolución –quien pudiera contar ahora con el sabio consejo de Robespierre. Los indignados, en primer lugar, han olvidado que aquellos señores y señoras de traje fino que entraban al Parlament –fueran o no a trabajar- son representaciones sociales y populares de una soberanía que, aunque no mayoritaria, sí mayor, eligieron el pasado veintidós de mayo en las urnas. Que luchen contra ellas, no contra sus representantes. Que luchen contra las urnas, contra los votantes, contra los civiles, que luchen contra ellos mismos. Que se enfrenten al electorado, que pongan en tela de juico su voto: confrontación civil es Revolución. El político es el que es, conocido o no. El poder, por más que trates de reducirlo, se regenera cual célula maligna. ¿Que quieres una real democracia? Crea una nueva, álzala, pero no construyas sobre la existente: la lluvia sobre mojado inunda, ahoga.
El sector pacifista de los indignados ha emitido esta misma tarde su repulsa a las violentas fechorías cometidas esta mañana en las proximidades del Parlament. Que son lamentables, dignos y justos de gente que lucha sin saber lo que quiere.
No hay comentarios:
Publicar un comentario