23 de junio de 2011

Ensayo sobre el tropiezo


El tropiezo está muy mal visto. Es una incidencia que puede producir pena, vergüenza, miedo, llanto, incredulidad, espanto, risa... Para distinguir la emoción solo es necesario conocer el objeto de la acción y su género. No es lo mismo ver tropezar a un ancianito con traje arraigado y pañuelo blanco en la solapa, que ver tropezar a un colectivo de Obesos para la Igualdad que, engullendo un perrito caliente, salsa Ketchup y mayonesa en las comisuras, todos ellos de excursión al parque de atracciones, tropiezan con el bordillo frontal de una tienda cualquiera –sea ahora, por ejemplo, de animales- y caigan redondos al suelo con la fuerza brutal de una foca y de su hermano oso invernadero. Ahora, imaginemos que tropieza un niño de doce meses; su madre está encendiendo un cigarrillo, y al darle al mechero divisa a través del fuego a su pequeño clavado en la maceta de un árbol: esto produce espanto, porque hay una enorme avenida a pocos metros donde los coches y motocicletas aprietan el acelerador hasta el confín. Los dentistas son caros, y las ortodoncias, más: esto produce miedo.
Parece mentira que una acción tan involuntaria y accidental como el tropiezo ocurra asiduamente y nos ocurra a todos. Un día tropecé en la acera saliente de un parque. No me di de bruces contra el suelo por dos milímetros. Literal. Porque la inercia me llevo a patalear el aire, cruzando sin ton ni son, descontrolado, la carretera lateral, sin semáforos, sin cebras, y de repente, al llegar a la pared, curiosamente una tienda de instrumentos musicales, me detuve y logré recuperar el equilibrio: esto es incredulidad. Que tropiece un invidente produce pena. Que tropiece un liliputiense produce un poco de todo. Que tropecemos nosotros mismos produce una enorme vergüenza, a veces tendiente a la ira. ¿Pero nadie se ha planteado jamás que un tropiezo es lo más semejante al político que existe? Fijaos que el político se dedica a la política; y la política se representa perfectamente a través de tropiezos y zancadillas. ¿Que los nacionalistas, zalameros, apoyan al Gobierno entorpecido? Preparan perfectamente la gran zancadilla final. Así ha ocurrido siempre: te estrecho la mano mientras te pongo la zancadilla; pacto con mi oposición para resistir de pie soberano -Euskadi; apruebo planes para evitar la espalda poderosa de Europa –Grecia, ya sin gracia platónica. Como si no hubiera suficientes descuidos… Bajad una escalera sin luz y veréis como, al final, puesto que se desconoce el último escalón, vuestra pierna os cojea y, cual inválida, trata de palpar el fin con cierta ridiculez.
En este sinsentido, me propongo que, tal vez, la política sea la máxima expresión del tropiezo: tenemos al actor –político-, tenemos el bordillo –el Parlamento- y tenemos la emoción: producen pena, vergüenza, a veces incredulidad, espanto, en muchas ocasiones risa, en otras, miedo. Por más que ellos se crean inmunes y ocultos tras la sombra del poder. Me falta uno: el llanto, eternamente reservado para los ciudadanos. Y es que la política está muy mal vista.

No hay comentarios:

Publicar un comentario