25 de junio de 2011

De putas y palacios

La Comisión para la Investigación de Malos Tratos a Mujeres hizo público el pasado martes un informe que afirmaba que el 40% de la población masculina de entre 17 y 60 años acude a la prostitución en algún momento de su vida. Tender hacia un costado u otro, por más irónico que parezca, no es sencillo en semejante orden. Un primer paso, y muy prudente, sería recurrir a las estadísticas. Por ejemplo: en Suecia, desde 1999, se aplican fuertes represiones a los punibles actos del prostituidor. En Holanda, por el contrario, el Estado regula el ejercicio de lo que dicen es el oficio más antiguo. El resultado en sorprendente, ¿verdad? En Suecia el tráfico sexual ha disminuido casi un cuarenta por ciento, mientras que la demanda de los –llamémoslos por su nombre- puteros ha caído más de un sesenta por ciento. En la libertad holandesa están preocupados por un aumento de ambos tratos. Hay que considerar, por ello, de qué hablamos cuando hablamos de prostitución. En nuestras bocas, diariamente, defecamos sobre ellas; son personas mal vistas, que generan ira, rabia y desprecio. “¿Sabes? –le dice un amigo a otro-. El otro día cacé a mi novia, en mi cama, con otro chico.” “Joder, Fidel: qué puta es tu novia”. El amigo lo dice claramente: la novia de Fidel es una puta. Y no es, en realidad, una puta. Es una chica que trabaja en  una tienda de dulces en la esquina de la calle Norteña. Pero para Fidel, que es o era su novio, sí es una puta; y para su amigo, que quiere a Fidel y odia con todo su corazón al amante advenedizo, también es una puta.”Ella –explica Fidel-, tan hermosa, con sus redonditos y lívidos senos, su suave voz de alondra. La muy zorra me prometió amor eterno; me escribió un poema…”. Para cualquiera, a partir de ahora, la novia de Fidel, llamémosla Maria Magdalena, es una puta. Y de este tipo de putas no hablamos cuando hablamos de putas. Nuestras putas son el 90% de las mujeres que ejercen como meretrices. Es decir, el porcentaje que practica contra su voluntad. Puta es la rumana de turno que, ingenua y bienintencionadamente, acepto la promesa de Dimitri o de Jorge Luís, qué más da, de una oportunidad única para trabajar en España de camarera y contable. “Yo, señor DimitriLuís, no tengo la menor idea de contabilidad, yo soy arquitecta…” ¡Caray, Lithja, ¿que no sabes que en España eso no importa?! Lithja prepara su maleta ordenadamente, incluye la foto de su sobrino Norjak y la de su madre enferma Rafaela. “Madre, te enviaré la mitad del dinero que consiga. Y vendré a cenar para Navidades”. Y Lithja coge el avión, se mete en el coche de Dimitri o Jorge, y termina encerrada en la carretera AP7 con la obligación de recaudar más de quinientos euros por noche. Junto a ella están Lora y Sophy, dos niñas de catorce y dieciséis años, una india y otra vietnamita, que fueron vendidas a DimitriLuís porque la demanda de India y Vietnam tiene un gusto más rosa y cándido. Demasiado mayores para los mayores.
Y de ellas hablamos cuando  hablamos de prostitución. ¿Qué hacer, en cambio, con el diez por ciento restante que sí ejerce por voluntad e independencia? Es un buen sueldo, que va bien para alimentar a los hijos, que permite salir adelante, porque al fin y al cabo el dinero se gana con sudor, mucho sudor, ¿verdad? Y ningún trabajo es deshonesto. La ley debe cambiar. Debe amparar un placer tan esencial para el individuo como lo es el sexo, consumación tácita del atractivo, seducción y de la magia. Deberían aplicar fuertes medidas contra violadores y proxenetas; no bajarles el pantalón y pagar a Caronte con la misma moneda. Pero sí encerrarlos justamente: por haber violado a una mujer, por haber traficado con menores. Y 15 años con reducción por buen comportamiento a 3 no es un castigo justo. No en la medida de sus actos.
Si para terminar con la trata perversa y vulnerable de mujeres y menores debe restringirse duramente la prostitución, que se haga. Si el putero de turno –casado, soltero, con hijos o divorciado- se queda sin follar, que se quede sin follar; y que se joda. Si las meretrices voluntarias se quedan sin follar, que se jodan también. No hay que olvidar que el informe fue trasladado por la Comisión de Investigación de Malos Tratos a Mujeres.
Es extraño, pero el 60% de la población encuestada española dice no leer nunca un libro. Sesenta más cuarenta son cien. He aquí una idea.

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