11 de octubre de 2011

La cantarina progre


Que nadie discuta que el progresismo fue una agrupación ideológica que estuvo bien. Estuvo bien durante la Revolución Francesa. Estuvo bien para arrancar a los caciques y a los esclavistas su conducta malformada. Pero que nadie discuta ahora que el progresismo es una terrible máscara de defensa. Una farsa.
Bajo su desnombre,  el progresista de hoy ha dejado de defender las actitudes y posicionamientos liberales –el aborto, la igualdad, el regionalismo, el ecologismo- para adquirir una labor estrictamente postal. La lucha por el aborto, la igualdad, el ecologismo, el laicismo, no se aleja de la hipocresía política menos de lo que se alejaron los postreros franquistas de la democracia. Tras la máscara de izquierdista rebelde, el progresismo es un prócer gigante de duros cimientos y delineadas estructuras que simpatiza con los más débiles, surgiendo de una demoledora burocracia.
Hoy, el progre lleva la camisa abierta y el pelo enmarañado, sus periódicos son informales y su actitud, casi pasiva. Vida libre, hermano. Y estaría bien. Estaría bien si eludiéramos la verdadera razón que consigna el progresismo: que es avance, que es mejora, que es futuro. Hoy, desde luego, no es menos cierto aquello que los del PSOE son como los del PP pero con piel de cordero. La derecha es una postulación deleznable desde el punto de vista social. Pero tienen claro su sentido, tienen clara su dirección, conocen su motriz. Igualito que la izquierda rebelde (expresada en demasía a través de los sujetos progres). Y he aquí el incumplimiento político. Un ciudadano o un guerrillero –seamos políticos- no puede luchar contra algo sin saber qué defiende. Porque el progre de hoy es un sujeto vacío, un guerrillero con máscara impuesta, que no sabe bien qué defiende, ni quién es, que desconoce los motores motrices que atrás, en su sede, la maquinaria inmensa de una no-izquierda desarrolla despiadadamente. El progre se ofende; se ofende por todo. Con la comedia, con el drama. El progresista de hoy es un eterno ofendido que lucha por una idea que no tiene clara. Acaso ni la tenga; o tal vez no se la dejaron tener. El progresismo se sitió en el pasado remoto, y es todo excepto avance. Es pasado, es política, es historia.
Y restan progresistas. Es lo malo: que no aportan, sino desportan claves de futuro desde un pretérito demasiado lóbrego. Empiezan a sentirse marionetas. Porque alzan la cabeza y ven a nadie. Nadie que les diga que no hay que reivindicar, sino actuar; nadie que les diga que la igualdad, el aborto, el laicismo son realidades que solo deben pulirse, cual diamante que son, y no eternizar su procesa instaurativo.  El progre, en su innata rebeldía, en su novísima máscara sin ojos, vocifera como universitario sesentayochentero. Representa una postulación caducamente abandonada. Y eso es lo malo. Que entorpece el nacimiento de una verdadera izquierda.

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