19 de octubre de 2011

El príncipe y Leonard Cohen

Ataviado con una gabardina azul, un traje negro y una camisa gris, el poeta canadiense ha arribado hoy y definitivamente a Oviedo. Hace unos meses le fue concedido el Premio Príncipe de Asturias de las Letras, galardón que recogerá el próximo viernes. Pasado mañana.
Lejos de juzgar la categoría del premio, Cohen posee todo los merecidos para recibir cuantos premios literarios haya; aunque se le queden pequeños.
En su primera rueda de prensa en el Hotel Reconquista ha confirmado la anhelada anunciación de su nuevo disco “Old ideas”, que tal vez sí o tal vez no tenga gira, porque eso es algo que nunca sabe ni sabrá el escritor montrealés. Aprovechó la ocasión para conversar de cultura: “la cultura saldrá adelante con o sin el apoyo de los gobiernos”, “no creo que el espíritu esencial de un país o una ciudad dependa del apoyo gobernativo, aunque haya sido útil para la gente que canta, pinta o hace coreografías”, porque él, si algo hizo, desde las canciones de Cohen hasta las canciones desde la carretera, ha sido cantar y componer los versos perfectos que recuerde el pretérito siglo de la armonía. Asimismo, amante declarado del poeta granadino Federico García Lorca, no quiso perder la oportunidad de mentarlo y agasajarlo, “él me hizo comprender este mundo de las letras”. Y así su hija se llamó Lorca. Y otras muchas cosas. El Chelsea Hotel, el famoso sobretodo azul, la querida Susana, aleluya de su oscura voz.
Que Cohen sea galardonado pertenece a aquellas cosas que le llenan a uno, que le alegran una mañana, que difumina cierta justicia en una esfera abrupta y más que gris donde todo lo que huele, incluso las flores, o donde todo cuanto se escucha, las canciones, las óperas, donde todo lo que se lee, la literatura, o todo cuanto se vive, la cultura, la tendencia, está más podrido que Gustavo Adolfo Bécquer.
“Old ideas” contendrá diez canciones inéditas declaradamente escritas cual principiante. A un hombre de sombrero a quien se le pregunta cuales de sus libros recomienda y contesta: “hay tanta literatura allí fuera…” solo se le puede reverenciar: con una sombra de voz profunda, de paso ágil, de mirada eterna, con un verso que solo él haya pensado. Cuando se toque con la mente su propia mente, aquella de un septuagenario voluptuoso, se sabrá que es extranjero allá por donde va, y que escribe como un ángel con gabardina, camisa y traje gris. Sea Leonard Cohen un poeta más que un cantante, porque canta como escribe, porque escribe como si cantara. Son solo viejas ideas en presentes genios, en futuras leyendas. 

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