Últimamente se está produciendo una
sucesión incuestionable de extraños comportamientos que, en una situación ficticia
de sosegada normalidad, curaríamos con una dosis temporal de psicofármacos o de
dinero público, pero que, en este estado de alerta permanente, se nos está
atragantando más de la cuenta y, vacías las arcas, vacías las esperanzas,
vacíos los bolsillos, parece no haber dios que lo remedie.
El extraño comportamiento afecta tanto
a los conceptos de mayor alcance como a los acontecimientos más locales. ¿La
prima de riesgo?, extraño comportamiento, de los estandarizados 340 puntos a
los fatales 490 y de éstos a los efímeros y ensoñadores 560 de la pasada
semana. ¿La bolsa?, de las cotizaciones más bajas de la historia del euro a una
catártica subida fruto de la inyección directa de capital europeo a la banca
española y de la inhabilitación de la troika financiera por parte de Bruselas. ¿Sergio
Ramos?, de su condenación eliminatoria ante el Bayern desde el punto de penalti
en las pasadas semifinales de Champions a los unánimes elogios de virilidad que
mereció su chute a lo Panenka el miércoles noche ante la selección portuguesa, también
en semifinales pero de la Eurocopa. ¿EuroVegas?, el extraño comportamiento de
ciertas autonomías –y de Presidentas de las mismas- que afirman que cambiarán
leyes para atraer la inversión de un magnate desconocido de Nevada –y eso que
ahora parece que se le debe financiar… ¿El metro de Barcelona?, extraño
comportamiento aunque no lo protagonice esta vez ninguna colombiana devoradora
de pipas basura, sino otra mujer, con apariencia heroinómana, que, con un
carrito de bebé en las escaleras mecánicas y una niña de 4 años en brazos, gritaba
este mismo mediodía, firme y solitariamente, “¡eo!, ¡eo!, ¡eeeeoooooo!”, con
aquel tono desgarrado de voz que solo usan los desesperados y que ha hecho
estallar las lágrimas de la pobre niñita de 4 años que sostenía. ¿A quién
llamaría con ese esquizofrénico “eo”?; ¿llamaría a alguien o solo se trataba de
un extraño comportamiento? Tal vez llamaba a Rajoy, o a Sergio Ramos, por
aquello del chute. ¿El abandono de un octogenario en un banco de la calle
Balmes?, esto no fue un extraño comportamiento; todavía hoy desconozco –y,
huelga decir, desconoceré para siempre, igual que vosotros ahora- si se trataba
de una acto de lo más cotidiano o, por el contrario, de una perfidia nihilista
tan cruel como el de arrancarle las uñas a un niño y hacérselas comer con latita
de gato mientras una madre deslegitimada se frota el clítoris en su propia cuna
(cuan Lautréamontiano suena esto).
Ocurrió en la calle Balmes, en unos bancos
que hay bajo unas palmeras, en junio, apenas diez días atrás; treinta y dos
grados para morirse. Yo fumaba un cigarrillo en una pequeña pausa laboral
cuando una señora, cincuenta años, pelo castaño, maquillada frugalmente y con una
falda a los años sesenta, acompañaba del brazo a un anciano octogenario, de
elegancia decimonónica, pañuelo carmesí en el cuello –contrastado preciosa y
perfectamente con el níveo blanco del pelo-, chaleco negra, camisa blanca,
traje oscuro, que caminaba muy esforzadamente sin un rumbo aparente. Pensé que
la señora, acaso su hija, ayudaba a su maltrecho padre a ver cómo es esto de
caminar bajo el cielo azul, el llenar los pulmones de oxígeno y polución, el
sentir la llegada de una nueva estación estival, retrato de fiestas, recuerdo
de recuerdos, pero, muy sorprendentemente, la mujer se limitó a incitar al
abuelo para que acelerase el paso y se sentase –como al fin, minuto y medio,
hizo- en los bancos que hay enfrente de la carretera. El anciano, que no con
menos esfuerzo que con el que andaba se desplomó casi visceralmente en el banco
individual –los típicos bancos de madera-, manifestó un rictus de alivio y se
quedó sentado, mirada penetrante, contemplando el vacío que cruzaba la calle –Chrysler,
Audi A5, Scoopy aparcada incorrectamente, edificio Apolo IX,- y que nada bueno
podía reportarle. Lo curioso fue que su acompañante, dijimos acaso su hija, tal
y como el anciano se sentó, cogió avenida arriba y se puso a caminar lo más
rápido que pudo.
Me he planteado muy seriamente –tal vez
en exceso- qué intenciones podría tener aquella mujer. En primer lugar pensé
que, efectivamente, hija del anciano como era, tendría que hacer algún recado
urgente como ir a comprar un albornoz en el Textura de enfrente para el
cumpleaños de su tía, o crisantemos en la floristería de la esquina para la
recién fallecida señora Herminia, amiga íntima de su madre, y dejar a su padre a buen recaudo en un banco
público le permitiría ir mucho más rápido y no quedar mal ni ante el cadáver de
la señora Herminia ni ante su tía. El caso es que mirando la hora, comprendí
que a los once de la mañana no cierra ni el Textura ni las floristerías, y
empecé a barajar la posibilidad de un abandono. Los perros, y más en verano,
son abandonados en las cunetas de las afueras de las grandes ciudades (o
pequeñas, eso no importa) porque es época de vacaciones y nadie tiene con quien
dejarlos. Con el octogenario, pensé, habría ocurrido algo semejante. La hija,
porque efectivamente era su hija, comprobado, tendría pensado irse de
vacaciones con cualquier maromo, o con su marido que está hasta los cojones de
su suegro inválido, y, a falta de dinero para olvidarlo en un asilo, a falta de
una madre –fallecida, pobre mujer, hace apenas tres años- que lo cuidara, a
falta de un familiar –la tía era, sin duda, una hija de puta de mucho cuidado-,
a falta de todo lo más práctico era dejarlo en un banco del centro de Barcelona y que el anciano llenara la lista
centenaria de desaparecido o, en el mejor de los casos, muriese. Al pobre
hombre, vaya por delante, se le veía muy jodido, pero mantenía aquella lucidez
que solo se posee en la experiencia y la cordura de la vejez; aquellos ojos mirando la nada, no mirando
nada en absoluto, aquel cuerpo desmejorado, ¿qué pasaría por la cabeza de ese
hombre? ¿Pensaría acaso en el viaje a París del 62, cuando conoció a madeimoselle
Alise cerca de Montmatre, justo en la calle Victor Hugo cuando empezaba a
llover?, ¿o tal vez pensaba en la mili, en Gregor y Víctor, con quienes había
violado las leyes internas escapándose aquel jueves de julio por la noche a la taberna
zamorana del Obrador por encima de las rejas aislantes? ¿Pensaría, acaso, en
aquel interminable viaje en tren que le llevó de su ciudad natal, Barcelona, a
la costa de A Mariña donde, por primera vez, tomó Albariño y percebes? ¿O
pensaba a lo mejor en el parto de su primer hijo varón, o en el parto de su
primera hija, la misma que lo acababa de abandonar? ¿O en aquella novela que jamás terminó de una joven prostituta que quería ser Abogada del Estado en Madrid? ¿O era en realidad en aquel concierto de Leonard Cohen en el que, por segunda vez en su vida, lloró de emoción? No sabremos nunca qué
pensaba, pero seguro que pensaba esto antes que en la prima de riesgo, la bolsa,
en la selección española e incluso en la mujer chillona del metro. Pensaría en
tantas cosas, o tal vez no, tal vez pensaba solo en que aquel, definitivamente,
era un buen lugar para morir.
Yo regresé a la oficina y, al salir,
14.30, ya no estaba. No sé, ni sabremos, qué le pasó a aquel hombre, si
finalmente le recogió su hija y, en una mano el albornoz, el brazo arrugado en
la otra, volvieron juntos a su casa; no sé, ni sabremos, si el hombre se marchó
agónicamente hacia el centro de la carretera y allí murió atropellado.
No sabremos, porque no lo sé,
absolutamente nada, solo que lo mejor y lo peor del género humano lo
encontramos, siempre, en extraños comportamientos.
Joder, ojalá vuelvas a ver a este hombrico o sepas algo de él, que me he encariñado con su existencia sin conocerle y sin que apenas le conozcas tú tampoco. Mejor una sobredosis de pastillas (que alguna seguro que llevaba encima) que morir atropellado. Así puede decidir su último recuerdo.
ResponderEliminarPor cierto, envidio tu profunda observación. Desde ella reflexionas, críticas y sobre todo creas. No dejes de hacerlo nunca, de verdad.
Un abrazo.
Joder, lo del cadáver de la señora Herminia y la Scoopy aparcada incorrectamente no tiene nombre, te lo digo ya. Es que las historias paralelas que vas hilando para darle al personaje y su contexto el tono exacto...
ResponderEliminarDas pinceladas de tonos cálidos y tonos fríos, equilibrando, y al final es como esas películas horribles de dramáticas que desde la sonrisa enseñan la peor de las tragedias.
Quiero morir con esa mirada que vuela por encima del bien y del mal. Sí.
Un abrazo!
Impresionante! Me ha encantado, en serio. Y lo mejor es que vas de la cocina al comedor sin perder el hilo en ningún momento. ;)
ResponderEliminarBesos.
Me perdí, aunque haya mucha gente halagando a Ramos últimamente. Comportamiento extraño si los hay...
ResponderEliminarUn texto tan perfecto como triste.
ResponderEliminarEspero que ese anciano no haya muerto y que alguien le haya encontrado y se haya hecho cargo de él. Podría ser el abuelo de cualquiera.
Y ahora justo, que tengo al mío de 93, cada vez peor, que depende de mi tia para casi todo, y que ella además cuida de dos(su padre y su tia), no me imagino como una persona, en el caso del abandono, pueda dejarlos ahí indefensos y solos.
Siempre habrá algún tipo de solución.
Hay extraños comportamientos que nunca lograré entender.
Es exquisito. La capacidad reflexiva, un disertar creativo, caótico y alocado, hacen de este texto un manifiesto de calidad literaria, sin duda.
ResponderEliminary se me antoja "Días Extraños" del Vegas.
Besos!