5 de junio de 2012

Luces y...

Cuando nace una mujer, su belleza es más bien ambigua. Poco a poco, las características femeninas se le desarrollan y con tres años ya luce una melenita corta, los ojos profundos, la forma de unos labios que la marcará de por vida. Cuando alcanza el aspecto de marisabidilla relamida, eso son los prolegómenos de la decena, la voz, aguda per se, se le va fortificando, hermetizando, modulando hacia una tonalidad mucho más consistente, firme, pura y sin sostenidos. Con la adolescencia llegan los cambios, y las hormonas cabalgan en absoluto libertinaje por la circulación sanguínea, se mezclan con los leucocitos y regulan el útero, el hígado, el corazón…
Se manifiestan los primeros deseos sexuales, se experimenta, la cultura del cuerpo se enhebra con la expresión potencial de la capacidad cerebral. Se menstrua; transcurren los trece, catorce y se llega  a los quince: paraules d’amor, que diría Serrat.  Empieza la metamorfosis: las caderas, que parecían poseer dos polos opuestos en cada coxal, inician un proceso de magnetización paralela, y los huesos se extienden, crecen, se ensanchan. Con el pecho ocurre más o menos lo mismo: que florece o se hincha. Las pupilas se dilatan y se sufre el amor. La veintena se aproxima y los pulmones oscurecen y el hígado se humedece como tantas otras zonas secretas. La mujer inicia su plenitud social. Ha estudiado, trabaja, gana un buen sueldo –unos 3.500 euros al mes, netos-, ya no solo lee Baudelaire y Poe y Woolf, sino que se atreve con Hemingway, Bukowski, Hunter S. Thompson e incluso con Houellebecq.  Y solo tiene 23 años. Una vida inmensa por delante. Un palimpsesto kilométrico de un níveo marfileño. Ha conocido a un hombre. No es el primero, claro, aquel que dilató sus pupilas en virginidad, afortunadamente. Tampoco son las chicas con las que navegó circunstancialmente por Lesbos. Éste la quiere y la admira. De hecho –a veces- cuando se mira las ingles piensa si estarán hechas de cristal. Pero de fragilidad nada, es poderosa y pálida y tiene un talento…  Su voz ya se ha fijado en la supremacía. Es cálida y dulce y aguda, pero logra modular de fa sostenido a do menor sin apenas despeinarse. Trabaja incansablemente y es fértil. Tal vez se plantea tener un hijo con él… Transcurren los años. Muchos años. Y solo entonces sabrá que ese es el momento en que es más bella.
He imaginado una vida semejante al leer el estudio que han presentado unos investigadores de la Universidad de St. Andrews sobre los efectos fisiológicos de la interacción. La metodología es absurda y el resultado, también. Han descubierto, mediante un escáner facial, que a las chicas heterosexuales, cuando interactúan, es decir, relacionan con hombre,s se les “ilumina el rostro”. No ocurre así cuando hablan con mujeres, solo se encienden con el sexo opuesto y, por tanto, sexualmente concupiscente. El escáner ha captado un aumento notable de la temperatura de partes de su cuerpo, principalmente la de la piel cercana a los ojos y la boca, también la de los brazos, manos y senos. El aumento de temperatura se produce por un intercambio social simple y no por motivos emocionales o sexuales.
Ciertamente, este estudio y su resolución son sumamente estúpidos. Una simple propaganda sensacionalista: las chicas se encienden ante los hombres. Y todo para no presentar más que las situaciones sociales incomodan, gustan y, por eso, el cuerpo manifiesta pequeñas oscilaciones fisiológicas. Además, la noticia se hace eco de no haber experimentado con el hombre. Adelantémosle que, si no perciben un crecimiento súbito del pene, no hace falta que lo presenten, que empezamos a conocer a la ciencia rosa y también al periodismo científico.

5 comentarios:

  1. Jajajaja...En fin, supongo que la ciencia, resignada, ha decidido unirse al enemigo, lo cual dice poco a favor de los intereses que mueven a las generaciones presentes. O así lo veo yo... ¡Crecimientos súbitos! ¡Yujuu!
    Un besín!

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  2. Realmente estúpido. He visto mujeres iluminarse ante un hombre, ante una mujer, una flor o un gato. A los hombres nos cuesta más brillas. Pero ha de ser un opacidad arcaica...

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  3. Las mujeres tenemos la capacidad de encedernos y que nos brille el rostro ante cualquier muestra de belleza. Ya sea en un hombre, en una mujer, en una pieza de arte, con un gran libro...

    Y los hombres por igual.

    Si se nota más o menos, eso depende de la persona, no de su sexo.

    Un abrazo Marc.

    Rebeca.

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  4. A ver si hablas sobre los hombres jaja... La ciencia es ciencia no fe o creencias ;) Un saludo.

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  5. Jajaja vaya chorrada de experimento, si lo tienes por ahí te importaría pasarme el link? por ver la metodología y esas cosas...
    Y nada, imagino que si lo replican con hombres habrá sólo un pequeño calor en determinadas zonas, que una erección es mucho pedir, si no ya habrían hablado de flujos vaginales con las mujeres xD

    Un abrazo.

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