Transitaba tan tranquilo la calle Soledad
cuando un grupo de retrasados se puso a cantar: vamos a la playa, pi, pi
(3,14159265…), pi, en un coche nuevo, pi, pi, pi. Los miré sorprendido. Era un
gran grupo. Y eran verdaderamente retrasados. Uno llevaba los pantalones tan
altos que parecía que en cualquier momento todo su cuerpo se fuera a hundir en
ellos, como en un enorme agujero negro hilvanado con algodón y lycra. Había
otro que llevaba una gorra abanderada españolamente y le colgaba tanto la
mandíbula que un charquito de baba empezaba a formársele alrededor. Había una
chica que era la que entonaba con mayor entusiasmo; tal vez nunca había ido a
la playa, o tal vez nunca se había subido a un coche.
El caso es que uno daba
vueltas alrededor de sus colegas, caminando a pasos agigantados y mascullando
un extraño mantra que me gustó pensar que se trataba de una especie de
maldición chamánica. Había otro que miraba el cielo como si uno de sus ojos se
le hubiese perdido a lo alto de una nube; luego, por supuesto, con un gruñido
feroz alargó los brazos para intentar alcanzarlo y quién sabe si para, al
final, comérselo; todo, huelga decirlo, con una torpeza extraordinaria. Un
grupito de dos o tres aplaudía el ritmo de la canción: el primero no acertaba
el impacto, el segundo lo ejecutaba a la perfección pero siempre en el pulso
débil; digamos que en vez del vamos a la playa pi (aplauso), pi (aplauso), pi
(aplauso), el tipo hacía: vamos a la playa pi, (aplauso) pi, (aplauso), pi.
(Silencio incongruente y aplauso), y luego muchos aplausos sin sentido. Quiero
pensar que entre todos ellos había algún docente o, como poco, algún responsable
de su seguridad.
Paso por la calle Soledad a diario
desde hace más de tres años, y nunca los he visto allí. Se amontonaban en la
puerta de la residencia de ancianos que
luce desde hace al menos dos años una corona de flores en una de sus antiguas
ventanas. En su momento pensé que se habría muerto alguno de los residentes;
luego estudié la posibilidad de haber dado con un asesino en serie de férreas
convicciones: si la corona se perpetuaba en la ventana es porque la muerte se
perpetúa en las habitaciones. Pero decidí no husmear en muertes ajenas. A todo
esto seguí buscando al tutor legal de aquella gente. Entre ellos, al menos a
primera vista, no parecía haber nadie cuya lucidez sugiriese la mínima suficiencia
como para responsabilizarse de todo un grupo de oligofrénicos, así que pensé en
una posible deserción. Claro, Soledad desemboca a la calle del mar, una calle
peatonal donde la circulación de cualquier tipo de vehículo –excepto los
masivos carros de bebés- está prohibida, pero con aquella efusividad, ¿quién
era el guapo que les decía ahora a los monguis que no había paseo en coche? Al
instante recordé que justo en ese tramo, a las ocho de cada tarde, un camión de
la basura descarga lo contenedores móviles para los vecinos del centro. ¿Iban a
meter a esos pobres retrasados en un camión de la basura? ¿Planeaba alguien,
ruin y traicioneramente, un holocausto deficiente a escala local? Lo cierto es
que eran las 19.53. La idea holocáustica era disparatada. Pero el camión de la
basura, a no ser que al Ayuntamiento de Badalona tome ejemplo del de Madrid, faena
diariamente con la rigurosidad de un reloj suizo que no paga impuestos. ¿Qué
haría aquella pandilla de discapacitados psíquicos al ver el brillante y nuevo
y refulgente camión azul de la basura? Y lo peor de todo, ¿cómo reaccionaría el
conductor? Debo reconocer que me puse algo nervioso; incluso barajé la idea de
llamar a mi hermana, que es profesora en el colegio para deficientes de
Badalona, pero todo esto ocurrió en cuestión de segundos, mientras yo intentaba
llegar a la juguetería de la misma calle para recoger a mi pareja, y no tenía
ninguna pretensión de detenerme para recapacitarlo. Seamos sinceros: nadie confía en este tipo
de gente, es normal. ¿Quién nos asegura que no nos empujarán miserablemente por
la espalda mientras otro pone su rechoncho cuerpo de zancadilla? ¿Quién tiene
la suficiente experiencia para decirnos que no se nos echaran encima para, cual
perro, chuparnos la cara o, peor aún, modernos el cuello y contagiarnos su
virus y propagar así su raza zombie de retrasados?
Poca broma; las cosas no son tan sencillas,
sino mirad los bancos, que hace solo un par de años parecían buena gente que
nos prestaba su dinero y cómo la liaron ahora.
Tal vez le proponga a mi hermana que
lleve a sus autistas estructurados, a sus downs o aspergers y paralíticos
mentales de excursión a cualquier entidad bancaria. No es un lugar extraño para
encontrarse a deficientes: cuántas sucursales lucen en primera fila a un
síndrome down para conseguir la subvención del Estado y de las Obras Sociales.
Ahora que lo escribo... ¿no es el Estado quien prestará 65.000 millones de
euros a la Banca para recapitalizarse…? No, no: estaba pensando en la
posibilidad de que al fin se hubieran dado cuenta de que los verdaderos
retrasados están allí dentro, pero qué va. Los retrasados son el resto, aquellos
quienes finalmente correrán con el gasto de la deuda, es decir, tú, y yo, y él,
y ella...
Es un relato ESTREMECEDOR joer...
ResponderEliminarda miedo pensar que cualquier día lo leemos en las noticias :S
Besos abisales
Jajajajaja, esta entrada me ha encantado...
ResponderEliminarHay cosas reseñables como la puyita de rigor a Madrid, la corona de la ventana,la calle Soledad, tu actitud islandesa...Joder, y el hecho de que fueses a una juguetería!? Aplauso, pi, aplauso, ay, Dios, qué grande... En fin, en un coche nuevo, que dirán los de las torres inclinadas...
Monguiabrazos!!
Lo mas gracioso es que todo ello es cierto. La corona fúnebre en la casa de ancianos es lo más freak de la calle, como la señora sin piernas ni brazos que colocan apoyada en una silla de ruedas todas las tardes en la entrada. ¿Son un poco raros no?
EliminarQue colocan, dice, jajajaj...casi lloro. No me digas que también le ponen un vasito de plástico en la boca mordiéndolo y mueve la cabeza para que suenen las monedas, porque aquí es tendencia. Que dices que de escrúpulos, bien, no? (oye, pues para un corto en Sitges da)
EliminarEntre zancadillas y zancadillas iremos a los tumbos mientras los políticos (y los bancos) se enriquecen a costilla nuestra (que ya estaremos sin costillas)
ResponderEliminarEsa cancioncita siempre me pareció tan tonta, que la lea y me solidarizo con Marc ;)
Un beso, buen fin de semana!!!
Yo (también podría ser "ella")
Caramba Marc me has hecho reir un montón con esta entrada. Pobres abueletes, no te metas con los mongüis que van a cantarles el cumpleaños féliz, no ves que estamos en crisis y ponen a estos a trabajar gratis, como en los bancos pero sin subvención.
ResponderEliminarLa verdad es que nunca te lo había comentado, pero por aquí siempre pasa ese grupo de retros y miro por si tu hermana va en medio (no por mongola).
Un beso y gracias por hacerme la mañana un poco mas amena ¡De no tener ya tantas pretendientas te pediría para salir oiga!
Un beso recatado
Tienes toda la razón, los bancos son unos incompetentes de narices... Pero como son los que siempre han gozado de poder pues ale, ¿que meten la pata? no pasa nada, se arregla en un momento... En fin xD
ResponderEliminarRetrasados en todas partes, pero sobre todo en bancos, congresos y senados. Allí es donde tendría que ir un camión de la basura y arrasar con todos, actitud islandesa!
ResponderEliminarUn beso.
Uh. Final limpio. Hasta queda bien que llames retrasados a tus queridos lectores.
ResponderEliminar"Lo cierto es que eran las 19.53. La idea holocáustica era disparatada"
Pese a que mi idea holocáustica cada vez se prolonga más en las horas de luz (sin ir más lejos, ayer planeé asesinar a un guía del Thyssen sobre las 14.05), es cierto que las 19.53 no es una hora elegante para acabar con todo.
Bisous,
Marïe
No es una mala idea turística. Es verdad, esos lugares están plagados de verdaderos retrógrados. Un abrazo.
ResponderEliminarRetrasados, esquilmados, engañados, burlados, humillados....
ResponderEliminarHa sido un buen año eh?
Saludos.
Los retrasados de toda esta historia, en realidad, creo que somos nosotros....
ResponderEliminarLos tontos que se creen muy listos son muy peligrosos, pero también muy patéticos.
ResponderEliminarMás pena que otra cosa...deberíamos concienciarnos y empezar a autogestionarnos y procurar darles mucho por allí. SU fuerza se basa en nuestra flaqueza y mientras sigamos pensando que estamos a su merced, y no al contrario, estamos bien jodidos.
Kisses.
PD: Nothomb, Nothomb...sí, Nothomb me tiene flipada últimamente. Mucho.