Me produce una mezcla de pena y
alegría que Freud haya sido definitivamente catalogado como el tío que estaba obsesionado con el sexo.
Pena porque no es cierto. Alegría porque ojalá lo fuera.
La neurología, piscología y
psiquiatría han avanzado en una única dirección científica a lo largo de estas
últimas décadas, y lo que parecía ser un espectro matemático a mediados de los
años sesenta se ha convertido, en ya mediado el siglo veintiuno, en un
logaritmo cuya elevación debe realizarse sí o sí a un número positivamente
real. Esto me produce pena, mucha pena, porque abandonar la enfermedad mental
del individuo a la mano de la ciencia representa deshumanizarla hasta el punto
de arrebatarle todo su humanismo o, lo que es lo mismo, toda su literatura; y
la enfermedad, por encima de todo, es tan humana como el arte. Con esto,
evidentemente, no quiero decir que se acuda a la butaca para contrarrestar una
esquizofrenia paranoide o una psicosis maniaco-obsesiva con tendencia al
narcicismo; aplica fármacos, aplica ciencia, pero, al menos, no oprobies una
teoría -a la que hasta hace poco se refrendaba con neófita pasión- con palabras
tan insulsas como: drogadicto, loco, retórico o poeta…
Por ello, y aunque solo sea en un
espacio de moral entredicha, de ética sostenida por cuatro hilos, por cuatro
palabras, siempre profeso una gran admiración por los últimos ejemplares
humanos que, de un modo teórico y en mayor grado práctico, enaltecen la teoría
del queridísimo maestro de Jung.
A falta de Hitchcoks o Dalís, de
Buñueles y Bretones, son los personajes anónimos los que últimamente están
dando la campanada a favor de las máximas freudianas tan divinizadas hace
apenas un siglo. Y me estoy refiriendo, en especial, a Mistie R. Atkinson (si
por Atkinson pensáis en el asteroide –nombre adoptado en honor a Robert
d’Escourt Atkinson-, o en Rowan –el actor que encarna Mr. Bean- estáis muy
equivocados), por anónimo quiero decir anónimo de verdad: a un absoluto
desconocido que se merece la inmediata admiración de todos los freudianos
contemporáneos.
Mistie –sea llamada así en adelante-
es la mujer que aparece en la fotografía superior. Es grotesca, de eso no cabe
duda; de hecho es incluso asquerosa: adopta la filosofía fatal de hacerse fotos
provocativas a sí y misma con un claro complejo de Peter Pan y, además, sufre
una disfunción inaceptable del concepto estético de la belleza. Es noticia por
haber mantenido relaciones sexuales con su hijo de 16 años. Eso ocurrió en
marzo, y hoy se ha hecho pública la condena de cuatro años y ocho meses de
cárcel a los que la ha condenado el fiscal de Ukah, California. Mistie, vaya
por delante, no veía a su hijo adolescente desde hacía –según el periódico Daily
Mail- más de quince años. Echando cuentas ves que, caray, la madre no
lo veía científicamente desde que en forma de bebé había salido de su vagina.
Ahora, dieciséis años después, el hijo se ha reencontrado con su madre entrando
en su vagina (lo cual, por el eterno retorno, parece más nietzscheano que
freudiano). Pero, volviendo a Freud, el motivo del artículo está en el
argumento de la carta que ha escrito Mistie, la pornomama, al Tribunal que la
ha juzgado. Dice así: “no siento que deban acusarme por incesto, porque hay algo que se llama atracción genética
que es (un fenómeno) muy poderoso que le ocurre al 50 (por ciento) de las
personas que se reúnen con un pariente perdido desde hace mucho tiempo”. Es una
misiva deliciosa, primero porque el tono imperativo queda reducido por la
posibilidad de la duda del “no siento que deban acusarme por incesto”; segundo
por los datos estadísticos que aporta, cuyo contraste se encuentra en la base
de todo buen periodista; tercero por el genial uso de los paréntesis que dota a
la epístola de un concepto literario en proceso de extinción. Aun así, Mistie
intenta defender el complejo de Edipo con otro nombre: atracción genética. La
atracción genética es una absurdidad por el 90% de los psiquiatras activos. No
obstante, el otro 10% sí aprueba conductas sexuales entre individuos de una
misma familia que se han conocido en la adultez. Supongo, porque no lo sé, que
los familiares que se han conocido en la edad adulta se sienten atraídos por un
sistema de estructuración puramente egoísta: “no lo conocía y me atrae porque,
genéticamente, eso es física, idiosincráticamente, se parece mucho a mí”. Una
masturbación con penetración sexual, vamos.
Durante el juicio, por si fuera poco,
se han aportado pruebas tangibles del acto sexual. El hijo, por ejemplo, hubo
grabado a su madre mientras ésta le practicaba una felación. La madre, por el
contrario, tenía fotos del chaval desnudo.
Temporalmente he trazado un
paralelismo con lo ocurrido en Bélgica hace apenas 150 años, cuando el poeta
Paul Verlaine fue condenado por haber practicado la sodomía con, todo el mundo
debería saberlo, su contemporáneo –aneo- Arthur Rimbaud.
Tengo dudas si de aquí 150 años la
sociedad, y en especial la justicia, considerará el incesto como una práctica
legal. Históricamente la homosexualidad era incluso peor (el incesto siempre ha
sido muy mayestático…). El caso es que la estructura ambos actos sexuales son históricamente
parecidos. Ahora, evidentemente, parece una aberración comparar la
homosexualidad con el incesto, y seguro transcurrirán décadas y décadas hasta
que alguien con dos dedos de frente, no Mistie R. Atkinson, saque a colación la
problemática. Hasta entonces, propongo solucionar estos juicios con moral
orgiástica. Esto es que el fiscal se despelote, y que los abogados se
practiquen mutuas caricias onanistas, que el jurado (popular, claro) se increpe
con sucios oprobios en plan “chúpamela, guarra” o “cómemelo, marica” y que los
acusados, claro, se agachen bien agachados, mientras las víctimas se toquetean
para ponerse a tono, todo ello presidido, ¿qué mejor?, por el Exmuy Honorable
Presidente del Tribunal Supremo y
Exexcelentísimo Presidente del Consejo Nacional del Poder Judicial Carlos
Dívar; así, al menos, los gastos que se acumulen por concepto limpieza oficial del juzgado mayor
(imaginad qué estropicio líquido y no sublimado con tanta eyaculación) correrá
a cargo del Herario Público. Porque, digo yo, estas cosas, al igual que Freud,
no desaparecen como lágrimas en la lluvia. Palabra de Freud.
No soy quien para juzgar a nadie.
ResponderEliminarMe ha costado tiempo convencerme de ello.
He pasado por todas las etapas para llegar a esta en la que me encuentro muy cómodo.
Se acabaron los tiempos en que como un Torquemada del tres al cuarto criticaba a otras personas por lo que hacían en libertad y con pleno consentimiento de sus voluntades.
Lo que aquí pueda parecer una aberración es posible que sea precioso en una tribu del amazonas.
Que no, que no critico.
Saludos.
Que tema complejo. Los límites parecen un chicle, se estiran y se estiran, y lo que ayer fue hoy ya no es, y lo que no fue hoy es, y lo de hoy es atrocidad y lo de ayer pacatería. Quizá, terminemos retornando a un ámbito demasiado salvaje...y quién arrojará la piedra?
ResponderEliminarSuperinteresante lo que comentas...
ResponderEliminartodo depende del tiempo en el que estemos y donde vivamos para que tengamos distintos grados de moral, y distintos puntos de vista...
Nadie tiene la razón absoluta desde luego
Besos abisales
Por el amor de algún dios...
ResponderEliminarDicen las malas lenguas que cuando buscamos una pareja solemos buscar un perfil que nos recuerde a nuestro padre y que ellos inconscientemente buscan en ella una madre o una hija. Dicho así parece turbio, pero tiene su "lógica".
No todo es ciencia, y en este campo es un poco injusto que no se equilibren o suavicen los conceptos, pero no me digas, a esta mujer le falta el agua de mayo y mucha tensión sexual que resolver. Me recuerda a la peli "Incendies", pero sin la estupidez. Brutal.
¿Dónde vamos a llegar? ¿En qué estamos convirtiendo la libertad individual y a costa de qué? Que paren el mundo, que entre unas cosas y otras, casi que me bajo.
Un abrazo!
hace apenas veinte años atrás la homosexualidad estaba codificada en el dsm.
ResponderEliminarun saludo.
Está muy bien la dirección científica que está tomando la psicología o la psiquiatría, pero no por eso debemos olvidar que tratamos personas, y que no hay ningún manual para todas ellas. Existe el DSM, que puede servir como ayuda, pero hay que tener en cuenta las situaciones familiares o laborales y las experiencias de estas personas, no sólo ver si cumplen o no determinados síntomas.
ResponderEliminarComo dice David, la homosexualidad figuraba en el DSM en los años 80, así que quién sabe si en el 2040 es legal el incesto.
Un abrazo.
Si Sófocles levantara la cabeza...;)
ResponderEliminarBesos.
Critican a Freud pero algunas de sus teorías siguen estando en la base de la práctica y el análisis en la psicología actual. Además su trabajo ayudó a difundir la psicología como tal. Equivocado o no, tiene todos mis respetos y me aterra un poco el esperpento en el que pretenden dejarlo en el imaginario colectivo.
ResponderEliminarLo bueno de las etiquetas es que provocan mejores conversaciones. Lo malo.. que son etiquetas y por definición nunca certeras al menos del todo.
ResponderEliminarFreud es una figura que siempre levantará ampollas, señal de la poca evolución de la opinión general en estos años
Besos