6 de junio de 2012

El color de las vocales


Como mi tono de voz es notablemente grave, siempre he optado por hablar con una intensidad más bien suave. Que las ondas bajas de frecuencia se eternicen en un discurso, o que se compacten en una conversación, o que se enfaticen en una discusión, solo provoca un inmenso desgaste vocal y, lo más importante, una falta de educación para con el interlocutor muy poco redimible. No hablo de gritar sino de subir la intensidad; de hecho, gritar es lo más desagradable e indecente que puede realizar el género humano. Porque el grito se produce por una manifestación emocional casi extrema.
Por ejemplo cuando un asesino entra en casa y nos busca mientras, con una voz tan afinada como rockera, desnudos y mojados tratamos de clavar la escala de do que utiliza Paul Stanley en I was made for loving you, y frotamos nuestro cuerpo con  jabones Lush sabor miel con forma de formage brie a cinco euros los cien gramos, y nos sentimos tan vivos que generamos el silencio en nuestra cabeza y somos incapaces de advertir que allí, tras la cortina, un hombre con complejo de Edipo se nos aproxima tácitamente para hendirnos un cuchillo en el corazón al ritmo de un trino psicótico. Gritamos entonces, aunque sea demasiado tarde. Y gritamos para salvarnos, para denunciarlo, para descubrirlo: ¡Norman! Gritamos para liberarnos. Y hacemos bien. También gritamos cuando nos manifestamos en una marcha propagandísticamente trotskista, o cuando Leo Messi hunde la pelota en la red de Casillas. Gritamos cuando alcanzamos el éxtasis personal y, sobre todo, el social. Gritamos para castigar y para rendir homenaje. Gritamos a ídolos pero también a enemigos, a terroristas. Hay quien se ha vuelto loco y grita cual fan en las visitas del Papa. También nos gustaría gritar cuando el estrés nos carcome la sangre, o cuando presenciamos una injustita insultante y, en vez de dar un puñetazo a la primera señora que pase por la calle, pues pobre mujer…, preferimos desahogarnos a través de la flexibilidad de nuestras cuerdas vocales. Hay quienes gritan cuando follan –ojo: gritar, no gemir; el gemido produce más placer a quien lo escucha que a quien gime-, que más que follar parece que participen en una actividad porcina muy poco recomendable. La gente grita, en definitiva, para hacerse oír en el mundo del ruido. En Barcelona, sin ir más lejos, pasear por la calle no produce serenidad ni calma, al contrario, sales para despejarte y te acabas convirtiendo en un animal más de la jungla incivilizada de la ciudad. Afortunadamente, aquí hay mar y yo que, sin ir más lejos, vivo en el centro de Badalona, puedo desaparecer en el piélago de azul, aunque, de acuerdo, sí, sea un azul gris y contaminado. Lo que ocurre por igual en Badalona, Barcelona o Madrid es la perdición de los bares y restaurantes. Que es por la aspereza del idioma, dicen que en Italia ocurre lo mismo, que somos los más escandalosos, pero los decibelios que tienes que sufrir cuando te vas a tomar una cerveza o, aun peor, a comer fuera, son más perjudiciales para la salud que beberse una botella de Jack Daniels cada noche antes de dormir. ¿Jaula de grillos? Eso es un manicomio de hienas en celo. Oyes por aquí que la selección española va a ganar la Eurocopa: “¿Casillas? ¡Debería jugar Valdés, hombre!” Por allá: “¡sí, tío, al final vino a casa y me la pinché!” Insoportable, insufrible y denunciable: un coro de fatales ruidos vocales, gritos completamente evitables. Ardes en el anhelo de subirte a la mesa y, a lo director de orquestra vienesa, aullar: ¡Por favor!, y, obtenido el silencio sorpresa, hacer un gesto con los brazos de apaciguamiento, decir: “susurrad: más bajito, más bajito… eso es, eso es: perfecto, susurrad” (donde susurrad significa hablad normal, joder).
Reconozco, no obstante, que peor que el grito es el mal hablar y, por encima de ello, las faltas de ortografía. Ya que no logran moderar su articulación, todos aquellos que berrean deberían saber al menos que las vocales tienen colores: la A negra, la E blanca, la I roja, la O azul y la U Verde. Pero, cuidado, que algunas de ellas llevan acento.

10 comentarios:

  1. Pudiera parecer un mito lo de que los españoles e italianos hablan muy alto, pero es verdad. O al menos eso comprobé yo este año cuando estuve en Londres, pues siempre que oía vocear a alguien con un 90 % de posibilidades esa persona era española/italiana. El 10% correspondía a borrachos a las 5 de la mañana.

    Y sí, además de hablar a tono normal también hay que escribir bien joder, que no es tan complicado.

    Un abrazo.

    ResponderEliminar
  2. Soy una quisquillosa. No me gusta la gente que vocifera como si estuviera en un palco, ni me gustan los que me dan golpecitos en el brazo para captar atención.
    Tampoco me gusta el lenguaje sms, ni el uso excesivo de coloquialismos, palabras mal sonantes, las terminaciones "aos", las contracciones "pa'lante"...
    Creo que la edad me hizo rara, no veo otra explicación.
    Gran entrada, como siempre.
    Besos

    ResponderEliminar
  3. No soporto los gritos.
    Soy de Madrid, ciudad de gritos, como España, pero te aseguro que esta Andalucía está sorda perdida, qué arte y qué poderío. ohú!!!

    Si follando me grita en vez de gemir, desaparezco, seguro.
    La mayoría de gritos son por miedo.
    Así de simple.

    Abrazos

    ResponderEliminar
  4. Debe ser el Mediterráneo, que nos altera. Es cierto, cualquier argumento desmerece cuando se eleva el volumen. Como en casa de mis padres, que tienen la dichosa costumbre de tener la tele alta hasta a la hora de comer. No hay cosa que más deteste.
    Con lo de la voz grave me has recordado un estudio que me comentaron hace poco sobre la masculinidad y el timbre de voz. Para completar tu teoría sobre la 'ciencia rosa'. Pura falacia.
    Un abrazo!

    ResponderEliminar
  5. Además los que gritan suelen acompañar sus palabras de perdigonazos de saliva. Parte del problema quizás sea que se enseña a los niños a hablar y a escribir, pero no tanto a escuchar. Oye, qué imagen más buena, ¿quién es su autor?

    ResponderEliminar
  6. Los peores, creo, son los cantantes, que les ponen color y acentos a vocales que no las llevan, o al revés. Aghhhhhhhhhhhh...

    ResponderEliminar
  7. Paso del fútbol me parece asqueroso... En cuanto a los gritos: Al cantar sobre todo en tesitura aguda sin querer al ejecutar sobre agudos, son gritos, gritos artísticos e incluso timbrados pero no dejan de ser gritos conscientes.
    Te dejo un ejemplo: http://www.youtube.com/watch?v=MGTc2JFn9Ig

    Un saludo.

    ResponderEliminar
  8. No me gusta nada que la gente grite, para ellos normalmente es su forma de hablar... Y yo que hablo de forma un poco más moderada siempre tengo que escuchar: ¡Habla un poco más alto Ana que no se te entiende! (No se me entiende porque ellos gritan) Y yo, lejos de ponerme a gritar sigo hablando con una intensidad normal. Por mucho que grite, si ellos siguen igual, no podrán seguir la conversación.


    Besos.

    ResponderEliminar
  9. Pero gritar es bonito. A veces, gritar es bonito.
    http://www.youtube.com/watch?v=tZapJzlivGY

    ResponderEliminar
  10. Pues una servidora aquí no tiene nada que hacer, mi tono de voz es bastante alto y encima soy un auténtico As con las faltas de ortografía...:(

    Besos.

    ResponderEliminar