18 de junio de 2012

¡Ay, la guerra!


Reikiavik, 1972. Al fin el campeonato mundial de ajedrez se disputó lejos de las fronteras moscovitas. Bobby Fischer, de apenas 29 años, se enfrentaba a un Boris Spassky refrendado por las omnímodas ansias de triunfos del bloque soviético; un intruso americano contra una institución ideal cuyo reinado intelectual se remontaba a la obtención de 24 títulos consecutivos; un jugador (Fischer) que jamás había podido con otro (Spassky); dos superpotencias (EEUU y URSS) sumidas en el más gélido de los conflictos; una partida de ajedrez que manifestaría en su tablero el devenir de la guerra fría.
La Unión Soviética, vaya por delante, hubo contratado innumerables analistas del juego de Fischer a fin de mantener la supremacía intelectual; unos analizaron sus aperturas, otros su defensa, otros sus orientaciones, sus gambitos, pero Bobby, que despidió a su  único aliado, a su representante, el día antes de dar comienzo la competición, accedió a firmar las condiciones de la final, que se disputaría al mejor de 24 partidas en la capital insular de Islandia. No obstante, el día antes de la inauguración, cuando la FIDE reunió a los dos finalistas para sortear el color de las piezas, Bobby dijo importarle una mierda qué color defender, pero que quería más luz, sí, una iluminación perfecta sobre el tablero, una cantidad económica mayor a la que brindaba el premio, también quería que retiraran las cámaras de TV de allí enfrente, que se alejaran al fondo del pabellón, lejos, muy lejos, casi tanto como lo estaba Moscú. La federación tuvo que pasar por alto muchas de sus propias normas para no desclasificar a Bobby. Pero éste, en un acto de insistencia filosófica, de cabezonería muy poco americana, llegó diez días tarde a su primer encuentro con el soviético. Tras mantener una charla con el Secretario de Defensa de los Estados Unidos, por aquel entonces Henry Kissinger, se disculpó vía carta a Spassky y pudo comenzarse la gran final. Fischer perdió la primera partida y la segunda, donde se volvió a presentar 5 minutos tarde -nada comparado con los pessoanos diez días de la inauguración, pero una violación fatal en la matemática ajedrecística-, meditó una apertura durante treinta minutos hasta que localizó una cámara oculta sobre la mesa y decidió retirarse de la partida. 0-2 a favor del soviético. Las tres siguientes partidas terminaron en tablas, pero a partir de la quinta, Bobby no dio tregua y alcanzó los 12 ½ puntos necesarios que le proclamaban primer campeón estadounidense de la historia del campeonato mundial de ajedrez.
El llamado Match del siglo registró sus señas en el intelectualismo seglar y la guerra fría pareció decantarse hacia el nuevo continente.
Transcurrieron cinco años y el nuevo campeonato mundial semejaba un plato vengativo. La nueva promesa rusa, el joven Kárpov, heredero de la cultura spasskyasta, se impuso esta vez en la tabla de clasificación al resto de grandes maestros y se ganó el privilegio de medirse con el actual campeón del mundo, su verdugo, su casi álter ego americano, en otra Gran Final. Fischer, sin embargo, no se presentó y la federación trasladó el título de campeón a Kárpov.
Fischer se mantuvo fuera de la competición durante casi veinte años. Aislado y excéntrico, rehusó todas cuantas proposiciones de cantidad económica ingente le habían llegado, hasta que accedió a competir en Yugoslavia con quien fuera su máximo rival, Spassky. Eso, claro, significaba violar la resolución de la ONU de 1974 que discrepaba con la política bélica del territorio yugoslavo. Fiel a su estilo (o contradictoriamente), Bobby se presentó al encuentro y volvió a vencer al soviético. Su deserción podría acarrearle hasta diez años de prisión, pero Bobby jamás volvió a los Estados Unidos; se nacionalizó en Islandia y allí existió  hasta su muerte, el 17 de enero de 2008.
Ahora este tipo de batallas ya no tienen cabida en la amplitud geopolítica mundial. Ciertamente el deporte sigue siendo filtro catártico y entidad nacional de los pueblos, pero ya no tiene la corona inteligente del arte, ya no posee el traje matemático de lo literario. Si antes una guerra se podía vencer en un tablero de ajedrez (caballo, alfil, reina, c3, b4, e6, jaque, Washington, Moscú, misiles de Cuba, avanza el peón, la torre se interpone, sangra el rey en su destierro estentóreo, jaque mate), ahora el fútbol, y más especialmente la Eurocopa, puede curar estragos provocados por crisis financieras. Hace unos días, por ejemplo, veíamos a Mariano Rajoy en las gradas del estadio de Gdansk para presenciar el encuentro inaugural de la selección contra Italia (menuda mezcolanza…); hoy, la llamada Roja, se juega ante Croacia lo que parece un plácido pase a cuartos de final. Unos cuartos donde ya están Portugal, Grecia o Alemania, equipos, Grecia y Alemania, que se batirán por cierto en los cuartos de final; un partido a priori fácil para los germanos, que, al contrario que sus contrincantes, que han pasado apurando los puntos en los últimos minutos, han logrado el pase con un pleno en la liguilla de grupos.
Aun así, más allá de las evidencias simbólico-políticas y la aparente superioridad teutona, ¿estará Merkel en el palco de este encuentro? ¿Y, en caso de que esté, quién representará a los helenos? ¿Será, tal vez, el recién ganador de las elecciones de ayer, Andonis Samarás de Nueva Democracia, quien asuma la responsabilidad? Considerando las recientes complicaciones que ha tenido Grecia para formar gobierno, viéndose obligados a repetir, en pleno hundimiento nacional, unas legislativas urgentes, dudo mucho que le dé tiempo. Pensad, sin embargo, que dejar vacío el palco griego del estadio puede resultar igualmente simbólico, un mensaje directo para Ángela Merkel, un caos extensible solo a guerras o Uves de Vendettas: “que aquí no funcionamos, Ángela, que ya ves que no tiramos...” Tal vez Ángela se lo perdone, porque ayer ganó la Grecia Proeuro, pero, aun así, lanzaría un mensaje cauto a la cancillera alemana: vigila bien tu derecha en el estadio, sí, tu derecha,  no sea que te encuentres a los nazis del Amanecer Dorado tirando bengalas a los “putos negros de mierda” que forman en las filas alemanas. Cuánta incoherencia, eh…

10 comentarios:

  1. Me gusta tu análisis final. Tu aporte. El deporte como catarsis. Al fin y al cabo, quizá sería maravilloso un mundo que se resuelva en inofensivos juegos...Un abrazo.

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  2. Qué maravilla... Qué tiempos aquellos de guerras tecnológicas e intelectuales, de hipnosis y telepatía.
    Ya veremos los titulares juguetones de la prensa, alimentando a las masas...
    Yo creo que para los rusos Spassky era como su proyecto de ciencias. Bobby representaba la heterodoxia, desde luego que bordó el papel.
    Para simbolismo, hablando de rusos, el de los chandals de los JJ.OO. Irrisorio estampado de dudoso criterio. Así con todo.
    Abrazos!!

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  3. La foto que para mí define el día de hoy:
    http://satanismocatolico.tumblr.com/post/25352620397

    Un abrazo.

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  4. Cuando era pequeño me impresionó muchísimo el duelo ajedrecístico entre Karpov y Korchnoi. Yo apenas sabía mover las fichas, pero aquello de que uno fuera apátrida, que en el equipo de Karpov figurara una especie de doctor Jiménez del Oso ruso -y ya se imaginan ustedes que los osos rusos no son cualquier cosa- y todos los tics y manías de los que hablaba la prensa me encantaban. Después, la mayoría de los duelos deportivos comparados con aquel me parecían partidas de guiñote. No obstante, espero con ansiedad el Alemania-Grecia, a ver si se les indigestan las salchichas.
    Gran artículo, Marc.

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  5. Tras leerte me han entrado unas ganas tremendas de volver a ver la genial película de Kubrick : "teléfono rojo? volamos hacia Moscú"... y dejar el fútbol para ummm, para...para los futboleros! ;)

    Besos.

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  6. Que historia!! no la conocía...
    Usshhh si mezclamos también el fútbol con la política uhhhh...para acabarnos de marear jajaja
    (pero sólo el tiempo nos dirá si hay una historia detras como la de los ajedrecistas no?)

    Besos abisales

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  7. Una gran historia, el mundo sería un coñazo sin heterodoxos como Bobby Fischer. Y el ajedrez tiene algo místico, personalmente le tengo tanto respeto que hace años que dejé de jugar, y la única excepción la tuve con un timador en una estación de trenes polaca que fingió ser malo para luego darme una paliza (lo vi venir pero tampoco tenía nada mejor que hacer).

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  8. Genial, interesantísima reflexión, enhorabuena. Me decanto por el palco vacío, y lo de la Grecia Proeuro sigo sin comprenderlo, entre tantas cosas.


    Un saludo!

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  9. Genial, una vez más... Como siempre.
    Me pregunto (y me lo seguiré preguntando siempre - de ahí el hecho de cuestionarte acerca de tu edad, ¿Recuerdas?-) de dónde sacas tanta sabiduría. Sabes muchísimo. No sé si tendrá algo que ver con el intelecto (evidentemente, eres muy inteligente) pero, cultivas mucho el ático. Enamoras con las palabras. Habría que verte en estado puro.

    Un abrazo.

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  10. La historia de Bobby Fisher siempre me ha parecido fascinante.
    Su rebeldía o locura me produce envidia.

    Admiro la gente que se rebela.

    Y más hoy en día.... en esta Europa lamentable, egoísta y usurera.

    Saludos.

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