12 de abril de 2012

De mujeres y vibradores

Si escribo Hiparquía, Nefertiti o Hipatia lo más normal es que los tres nombres –el último tal vez no tanto- nos suenen a antigüedad y a poco más. Sin embargo, nombres como Coco Chanel, Marie Curie, Virginia Woolf o Agatha Christie sí resultan mucho más reconocibles –esperemos. Esto ocurre por un efecto estrictamente temporal. Bueno, temporal y social. Hiparquía nació el 346 a. C y fe la primera mujer filósofa históricamente declarada. Nefertiti fue la gran reina de Egipto entre el 1370 a. C. y el 1330 a. C. Hipatia nació el 355 y fue una gran maestra de la escuela neoplatónica de Grecia (su nombre puede sonar más que los dos anteriores por la reciente película que se rodó sobre su vida y que dirigió Alejandro Amenábar).  De Chanel, Curie, Woolf o Christie no es necesario citar nada, más que las cuatro nacieron en el siglo XIX. ¿Pero dónde están las históricas y destacadas mujeres anteriores a ellas? ¿Cuándo o dónde
se perdió el párrafo de la historia que las presentaba? ¿Quién es la homóloga femenina de Da Vinci, de Rafael, de Velázquez? ¿Dónde se escondió la prójima de Shakespeare? Pensad rápidamente en mujeres célebres de los últimos dos mil cien años.
¿Quién se os ocurre?: ¿la pérfida y desalmada Cleopatra VII?; ¿la puta María Magdalena, meretriz de la iglesia, ramera del mesías, el pecado de la fe?; ¿Teresa de Jesús, santa donde las haya y monja carmelita? ¿Dónde están las poetisas italianas y sus épicos versos de comedias divinas? ¿Dónde, las oscuras pintoras, las elegidas, las escultoras de David y la Piedad y El rapto de las Sabinas? ¿Dónde, aquellas compositoras desgarradas, perturbadas, capaces de engendrar las deidades misas en mi menor, las fatales novenas sinfonías? ¿Dónde permanece la pluma de la mano femenil que dio luz a Julieta, a Romeo, a Macbeth…? No están. Las hubo. O las hubiese habido. Pero hoy, de su sombra, de su genio, de su terrible página en la historia, no hay ni rastro.
Eso, evidentemente, se debe a la terrible predominancia masculina de los dos mil últimos años. La iglesia, la religión; su cultura. La mujer se ha visto condenada al plano lejano de la sociedad, a sus supuestas y sobre todo impuestas obligaciones biológicas: a parir, a criar, a cuidar y a callar. Aunque hoy todavía se así, hemos cruzado dos milenios de inmensa falocracia que nos ha acercado a un abismo acaso insostenible. ¿Cómo hubiera sido el mundo con una mano ejecutora femenina? Como ni lo sé ni realmente me importa, lo eludo. No eludo, no obstante, el título de este artículo.
El siglo XIX desveló nombres como los de Woolf, Curie, decía antes, o Rosalía de Castro. Y el siglo XX aportó una mayor cantidad –sobre todo con el séptimo arte- y añadió otros como los de Frida Kahlo, Grace Kelly, Hepburn, Teresa de Calcuta, Ana Frank o Monroe.
Pero, ¿qué les ocurrió a las mujeres en el siglo XIX? Junto a la revelación de unas pocas llegó la desesperación de otras muchas. Al menos eso cuenta la sexología, que en la época victoriana, eso es el 1850 por ejemplo, se comenzó a diagnosticar masivamente la enfermedad occidental conocida como histeria femenina. La histeria femenina, se dice, se manifestaba con síntomas tan dispares como el vómito, la presión abdominal, los espasmos musculares, la retención de fluidos, la pérdida de apetito, el insomnio o los desmayos frecuentes en la paciente. Las enfermas acudían a sus médicos para que les practicaran el tratamiento. Éste era un masaje pélvico, o lo que es lo mismo, la estimulación manual por parte del doctor del clítoris de las pacientes hasta alcanzar el orgasmo –el paroxismo histérico, que llamaban entonces-. Así se solucionaba la enfermedad, es decir, el deseo sexual reprimido. El deseo sexual reprimido. Entiendo que los ajetreos diplomáticos de los Sirs y grandes Lords británicos les impedían consumar el acto con sus esposas, criadas de sus hijos, esclavas de la hora muerta, claro, ¿qué organismo primordialmente sexual puede huir al sexo? El caso es que el deseo sexual reprimido se extendió por toda Europa; de América llegaban las mismas apresuradas noticias, hasta el punto que a una de cada cuatro mujeres le era diagnosticada la histeria. Los médicos, por extraño que les pueda parecer a la mayoría, no disfrutaban con el acto de la masturbación ajena, no, porque las mujeres histéricas tenía el útero y el clítoris compungidos, y tardaban mucho en correrse, horas se ha dicho. Fue entonces cuando un aparato mecánico llenó las consultas médicas. Era un instrumento fálico, que vibraba y que, sorpresivamente, producía un placer sustitutivo y mayúsculo a las pacientes afectadas de histeria. Casi mágico, les  proporcionaba un orgasmo rápido y feroz, y ellos, los doctores, porque todos eran hombres, ganaban tiempo y, por tanto, dinero. Con los años, las mejoras tecnológicas presentaron un vibrador electromecánico, y en breve se encontraron ya en el mercado de consumo. Pero  arribaron los felices años veinte y, con ellos, la pornografía, y con ella, la suciedad de su nombre, la promiscuidad, el sectarismo, el uso mal visto. Y así, un aparato nacido en las consultas, inventado antes que la plancha o la misma aspiradora, se apartó de la vida pública.
Ahora el debate se reabre. Vuelve el vibrador. Y vuelven las preguntas. Vuelven los interrogantes. Vuelve el dualismo, vuelven ellas, ¿aparecen ellos? El tema es de interés general. Los estudios estadísticos confirman  que más de la mitad de las mujeres tienen y usan vibrador. Ya pasó la histeria femenina, de hecho ya pasó la neurosis que denominó Freud, y afortunadamente, aunque despacio, las mujeres consolidan los derechos merecidos. No obstante: ¿qué es hoy la figura vibratoria? Es un medio de juego, un consolador onanista, masturbatorio, una herramienta avivadora de la curiosidad conyugal. Resultan harto simpáticos los hombres preguntados por el tema. Muchos dicen que lo han probado, algunos que les gusta, que es curioso, pero no es el estilo de otros. Sí coinciden más las mujeres: es un artilugio insaciable y placentero, eficaz y satisfactorio. Porque, aunque su aplicación en el perineo masculino pueda ser muy excitante, incluso en el ano y en otras muchas zonas erógenas, no deja de ser un aparato fálico, es decir, de reminiscencias masculinas, cuya cultura sexual encaja mejor en la vagina heterosexual –o en el recto gay o en lésbicas- que en el gusto por lo femenino. Sé que esto es peligroso, pero culturalmente es así. Los hombres pueden disfrutar más o menos con el vibrador; pueden ser detractores acérrimos o simpatizantes empedernidos, pero lo único que saben a ciencia cierta es que aquel aparato de distintos tamaños y colores y sabores y funciones y ritmos es, en definitiva, su prójimo. Y aquí es donde nace el contencioso. ¿Qué piensa el hombre cuya novia de veinte, treinta, cuarenta años aprovecha el goce artificial de una máquina? Puede gustarle. O no. Puede utilizarlo también él. O no. Puede compartirlo con ella. O no. Pero sabe que el vibrador es un ente inamovible y susceptible de ser utilizado en soledad masturbatoria. ¿Y si ella se masturba con el vibrador? El aparato es silencioso, resistente, limpio, personal, sumiso, obediente y, sobre todo, incansable. No tiene vida, no es carne, claro, no te dice te quiero, ni qué guapa eres, ni cómo le pones, porque no se pone, solo en marcha, pero es tan puntual como perfecto. ¿Puede el hombre tener celos de ello? Evidentemente sí. Y son unos celos hermosos, artificiales, profundos: celos de una figurita alargada, celos de una polla de plástico con motor insaciable diseñado específicamente para trabajar en permanente contacto con el clítoris.
Pero no se trata de un conflicto personal, no de una batalla entre sexos de una misma forma, sino una guerra temporal e histórica todavía sin resolución. En un tiempo tan falócrata como estos dos milenios, el género masculino no quiere aceptar la superioridad sexual femenina; no están preparados para una repentina ginecocracia, y menos sexual: los edificios son fálicos, no vaginales; las clases son verticales, no horizontales; el fin es lo importante, no el proceso.
Ellas pueden introducir dentro suyo un cuerpo, que roce el punto ideal, un cuerpo que les da mucho placer, que las posee, que hace que se corran, pero, ¿qué tienen ellos: cremas lubricantes, muñecas de plástico, freshlights impermeables? Virgina Woolf escribió mejor que Faulkner y que Joyce. Coco Chanel tuvo más estilo que nadie. Frida Kahlo rebasó con notoriedad el talento de Diego Rivera. Audrey fue más exitosa que Cary Grant. Margaret Thatcher dominó las Islas cómo ni Churchill en la segunda gran guerra. Pero que las mujeres tengan un amante artificial, aunque lo compartan con ellos… ¡Somos falócratas unipersonales!
Todavía hay mucho camino hasta el destino de la igualdad. Porque nos dirigimos a la igualdad, ¿no? Queremos la igualdad. (¿No?)

5 comentarios:

  1. Genial la entrada y muy curiosa tu reflexión. Hombres y mujeres podemos llegar a ser tan diferentes... Incluso acerca de cosas tan nimias como un vibrador. ¿Es el falo lo único que aporta un hombre a la sociedad?

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  2. Interesantísima entrada. Me la he leído con gusto. Lo mejor es que fuiste enlazando temas con otros, hasta terminar por el principio.

    Muy cierto lo primero que dices: si a la mujer se le hubiera tomado en cuenta como ser pensante e intelectual quizá tendríamos muchísimas artistas, literatas y científicas más que renombrar en la historia. El mundo podría estar incluso más avanzado.

    Sobre lo del vibrador, bueno, soy mujer, pero lo cierto es que nunca he utilizado uno. Pero resulta muy interesante tu analogía: ¿será que las monjas viven con histeria o son expertas en el uso del vibrador?

    ¡Saludos!

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  3. Me quito el sombrero. Por el razonamiento, por la prosa y las florituras con las que hilas.. por la reflexión.
    Por todo.
    Yo también dudo lo que queremos.
    Besos

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  4. A medida que iba leyendo lo que ibas escribiendo me iba fascinando la reflexión que hacías y como unías un tema con otro.
    Sin palabras.

    Un saludo!

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  5. Definitivamente me encanta cómo escribes.

    Me has hecho reír y reflexionar y todo en una misma entrada.

    El papel de la mujer en la historia podría haber sido otro, si se la hubiera tenido más en cuenta. Aún nos queda mucho por avanzar. Pero como tú bien dices...hay veces que me sigo preguntando: ¿Estamos tod@s dispuest@s a que la verdadera igualdad llegue?

    Gran reflexión Marc.

    Un saludo!

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