En la Legenda aurea, compuesta por el dominico Santiago de la Vorágine, arzobispo de Génova, aparece el relato de Jorge de Capadocia, un soldado romano que, tras criarse con su madre en la ciudad de Lydda, actual Israel, en la más estricta educación cristiana, decide alistarse en el ejército romano, año 290, y a quien solo unos años después, por su valía y valentía, le destnan a Nicomedia como guardia personal del emperador Diocleciano. En el año 303 Diocleciano emitió un edicto que instaba a sus soldados a perseguir a los cristianos del imperio, edicto que, evidentemente, un religioso como Jorge no podía cumplir de ninguna manera. Se le condenó entonces a la tortura y, poco después, en vista de su intransigencia, a la decapitación. Mártir en vida, a Jorge lo santificaron trescientos años después de su muerte.
A los alrededores del siglo IX, con el cristianismo en su máximo crecimiento, surge la leyenda de San Jorge y el dragón, probablemente cuna de los cuentos de hadas y princesas. La leyenda se ha celebrado y adaptado en distintos países europeos y en otros como Etiopía, Brasil y México, cada uno modificando la versión legendariamente sucedida en Libia a su favor. Aquí, en Catalunya, por ejemplo, La diada de Sant Jordi, la historia de desarrolla en Montblanc, pueblo de la Conca de Barberà, y dice que un dragón, feroz y terrible, asoló durante años la montaña del vecindario. Volaba, corría, nadaba, pero lo peor de todo era su aliento –peor que la halitosis, tristemente producida por la alimentación moderna- cuya fetidez, cada mañana que llegaba al pueblo, acababa con la vida de todo aquel que lo respirara. Las pérdidas humanas fueron considerables; moría el rebaño, y la población comenzó a sufrir hambruna. En una asamblea para nada parecida a las del 15M, más bien a la francesa, los vecinos y el rey decidieron enviar, diariamente y por el sistema electivo del azar, a un vecino a la alta montaña para que el dragón se lo comiera y, como buen parásito (o ser vivo), permaneciera el resto del día en su cueva dormitando. Un buen día, la fortuna quiso dejar sin descendencia a la monarquía o, lo que es lo mismo, que la elegida fuera la Princesa Cleolodinda, bella, esbelta, delgada, lívida, adorada por todos y cada uno de los habitantes del pueblo. Las protestas fueron multitudinarias y centenares los vecinos que quisieron sustituirla. El rey, sin embargo, el padre de la condenada, en un ataque de igualdad democrática, dijo con el corazón lleno de duelo que si el destino había querido que su hija fuera la elegida, ni él ni nadie podían intervenir. Así la princesa se encaminó sola pero gentil hacia la montaña donde ya se percibía la terribilidad de aquella fetidez, el olor de la muerte, el trágico final. Mas entre ella y el dragón, llegado el momento, se interpuso Sant Jordi sobre su caballo blanco, dirigiendo brutalmente su heroica lanza al estómago del monstruo milenario. Ató la moribunda criatura por el cuello e instó a la princesa a que lo ayudara a arrastrarlo hasta las murallas. Allí los vecinos, que lo vieron todo desde la muralla, celebraron su llegada y estocaron mortalmente al dragón, de cuya sangre floreció un bello rosal. Sant Jordi asió una rosa y se la entregó a la princesa, acto que conmovió profundamente al rey, que quiso que el gentil caballero se casara con su hija. Éste, no obstante, se opuso firmemente alegando que no poseía méritos suficientes para aceptar su mano, pues solo una voz divina lo había guiado hacia la montaña. El salvador caballero, tras engrandecer la figura de Jesús y la de su fe, cabalgó lejos, muy lejos, sobre su caballo blanco, y dicen que su armadura brillaba tanto que parecía una estrella.
Desde entonces, cada 23 de abril se homenajea la gesta y las parejas se regalan flores y libros indistintamente del tipo de amor o de sexo que les unan. Por lo general, el chico regala una rosa a la chica y ésta le regala a él un libro. El caso es que la Diada se ha convertido de algún modo en el día catalán del libro, y las editoriales aprovechan para presentar –y llenar la caja- sus últimas propuestas, y los escritores se sientan en paraditas de la Rambla para firmar sus ejemplares. En el tiempo presente, cuya producción literaria es de una media de doscientos libros diarios, es normal que los críticos literarios, los teóricos guías referentes, ergo, los mecenas de la buena literatura (actual) no terminen de acertar con las propuestas novelísticas y de otros géneros que finalmente llegarán a los ojos de los lectores y, lo más importante, a su cultura particular. Así este año las propuestas más reseñadas son El lector de Julio Verne de Almudena Grandes, Las horas distantes de Kate Morton, la charla En directe de Josep Cuní i Pilar Rahola o la nueva noveleta de Mendoza, ninguno de ellos santo de mi devoción ni, obviamente, santo de ninguna literatura.
Yo, no obstante, no soy un buen ejemplo para este tipo de fechas seudoliterarias. Soy comprador asiduo de libros y Sant Jordi no debería ser una excepción. Además me gusta la ilusión y pasión repentinas que siente la gente por la lectura, aunque ésta no sea la deseable. (Adoro la sorpresa de saber que me van a regalar un libro). Normalmente consumo autores como Mann, Woolf, Faulkner, James, Verlaine, Kafka, Borges, Freud, etcétera. Pero entiendo la importancia, y el placer, de leer a un autor vivo, que resulte beneficiado de estas fechas colectivas. Por ello, mi recomendación para este Sant Jordi 2012 es Michel Houellebecq. Yo, de momento, sigo con Cheever y con la indecisión de probar a Amelie Nothomb o no.
La rosas siempre mueren.
Pues no conocía la historia y para ser sincera, siempre preferí el libro a la rosa.
ResponderEliminarInteresantísima tu entrada.
ResponderEliminarTambién me quedo con el libro.
Un abrazo
Veo que al igual que yo no necesitas un día “especial” para recordar a los libros, ya que te acuerdas de ellos todo el año.
ResponderEliminarMe ha encantado esta entrada (como todas las que he leído por ahora), porque tenía una idea resumida del por qué se celebra Sant Jordi, pero no sabía la historia completa, y me ha encantado.
Al igual que Guelde y mientrasleo, me quedo con el libro, sin duda.
Si es verdad que vaya a donde vaya me encuentro con Las horas distantes, y he oído y visto varias reseñas acerca de esta novela, pero no me atrae la idea de llevármela a casa.
De todos modos, te deseo un feliz Sant Jordi ^^