Una tal señorita Vega, Jessica Vega, ha corrido por las portadas de periódicos de medio mundo –al menos en todas sus secciones de sucesos- por haber fingido un cáncer terminal con el único fin de costearse una boda de magnanimidad inmensa. Pretendía casarse con su pareja, con quien ya tenía una hija, entiendo, para consumar el gran amor que los hubo unido durante años, tal vez en aquel paseo por Central Park en los comienzos del mes más cruel, o en un establecimiento de comida rápida to take away. De leucemia. Acusó que la fortísima y súbita dolencia, a lo sumo, le concedía unos cuatro meses de vida. Lo anunció en todo el barrio, a todos sus conocidos, amigos, allegados, vecinos, amigos allegados de vecinos, le confesó la terrible noticia al marido, y la gente, filántropa como solo Diógenes no fue, se volcó en su situación y presentó una donación con unos cuantos miles de dólares a razón de que
ella, la desgraciada Jessica Vega, la leucémica Jessica Vega, pobre, pobre Jessica Vega, pudiera cumplir el sueño de su vida, a saber, según declaró a la vez que publicitaba su enfermedad: tener una boda de princesa, por todo lo alto, antes de morir. Celebró los esponsales, imagino en una hermosa catedral, con un vestido decimonónico, pomposo, de cola larga, de velo de tul beige tras cuyas rejillas su rostro finamente maquillado con Chanel perfeccionaría el nuevo concepto de belleza occidental, con una piel ínclita, normalmente vulgar…, para irse, sin demora, a Aruba, una isla de las Antillas menores, al noroeste de Venezuela, en el mar Caribe, aunque en realidad forme parte del Reino de los Países Bajos, a disfrutar sus últimos días con su marido compungido y tristísimo en un hotel cinco estrellas sobre-lujo. El caso es que, tras el viaje sumamente satisfactorio, Jessica Vega y su marido volvieron a la triste realidad neoyorquina a sufrir el último tiempo antes de la muerte. Pero ella, pobre, paupérrima, no parecía mostrar signos de debilidad. Su marido, extrañado por lo que tal vez era un milagro eternamente soñado, acudió a escondidas al médico familiar para anunciarle lo que empezaba a creer: que su mujer se estaba curando mágicamente de la leucemia. A lo que el doctor le contestó: leucemia, ¿qué leucemia? Jessica is so well.
ella, la desgraciada Jessica Vega, la leucémica Jessica Vega, pobre, pobre Jessica Vega, pudiera cumplir el sueño de su vida, a saber, según declaró a la vez que publicitaba su enfermedad: tener una boda de princesa, por todo lo alto, antes de morir. Celebró los esponsales, imagino en una hermosa catedral, con un vestido decimonónico, pomposo, de cola larga, de velo de tul beige tras cuyas rejillas su rostro finamente maquillado con Chanel perfeccionaría el nuevo concepto de belleza occidental, con una piel ínclita, normalmente vulgar…, para irse, sin demora, a Aruba, una isla de las Antillas menores, al noroeste de Venezuela, en el mar Caribe, aunque en realidad forme parte del Reino de los Países Bajos, a disfrutar sus últimos días con su marido compungido y tristísimo en un hotel cinco estrellas sobre-lujo. El caso es que, tras el viaje sumamente satisfactorio, Jessica Vega y su marido volvieron a la triste realidad neoyorquina a sufrir el último tiempo antes de la muerte. Pero ella, pobre, paupérrima, no parecía mostrar signos de debilidad. Su marido, extrañado por lo que tal vez era un milagro eternamente soñado, acudió a escondidas al médico familiar para anunciarle lo que empezaba a creer: que su mujer se estaba curando mágicamente de la leucemia. A lo que el doctor le contestó: leucemia, ¿qué leucemia? Jessica is so well.
¿Qué cara se le debió de quedar al marido? Lo desconozco, pero la denunció a los tribunales, lo anunció a la prensa y liquidó el folletín de un divorcio extraordinariamente prematuro. Ahora, Jessica se enfrenta a seis cargos de estafa, falsificación de documentos y hurto mayor. Si finalmente resulta condenada, le caerían 20 años de prisión.
Nadie permanecerá indiferente ante semejante propulsor de indignación; crueldad, perversidad y perfidia… Y tampoco negará que, de haberle salido bien la jugada, pongamos, que el marido hubiera aceptado la estafa y que los donantes entendieran que un milagro caído del cielo de las islas caribeñas había curado su fatal enfermedad, a nuestra pobre, pobre Jessica Vega se la hubiera considerado una verdadera heroína.
Aquí, en España, conocemos bien los temas de estafas: Camps, Urdangarín, Millet, Matas e incluso el Gobierno, ahora de derecha, que pide y pide más a los contribuyentes para sanear las cuentas del estado. Ellos, sin embargo, el Gobierno digo, no estaría estafando en su totalidad moral a los ciudadanos, porque el Estado, enfermo lo que se dice enfermo, parece que sí lo está.
El estado está enfermo y no se va a curar de esa milagrosa forma ni va a encontrar marido que le "retire".
ResponderEliminarEsperemos que no se trate de algo terminal.
Besos
Excelente analogía final. Y, como siempre, buenísima columna ;)
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