18 de abril de 2012

Co-ficción a sangre fría


Conjugar ficción e invención, dimensión estética e investigación es lo que hizo Truman Capote en su célebre In cold Blood, a menudo considerada padre y fundadora del Nuevo periodismo, aunque los buenos replicadores reiteran que no hay que olvidar a Rodolfo Walsh que, en 1957, es decir, nueve años antes, ya había publicado Operación Masacre, novela testimonio que narra los fusilamientos de José León Suárez.
¿Qué es la non-fiction de Capote? En 1959 el suceso del pueblo de Holcomb, Kansas, hizo saltar todas las alarmas: sirena, nuestro plácido sueño americano está siendo atacado, señor. Una familia, próspera, agricultura, viva imagen de una sociedad en súbito desarrollo, hubo sido brutalmente asesinada en plena noche por dos asaltantes forasteros.
 El orgiástico y multidimensional Capote cargó entonces su maleta y se dirigió rápidamente hacia el condado central de Finney para investigar los hechos. Preguntó a vecinos, a familiares, preguntó a los sospechosos –a los asesinos- y trabó fuertes lazos relacionales. Intentó así reconstruir los hechos. Entre las declaraciones y su imaginación estableció el principio de una novela cuya metodología era destino directo de renovación tanto periodística como literaria. Así, con conversaciones veraces, cortas, realistas, hechos documentados, comprobables, y sucesos adicionales o ficticios construyeron el monumental edificio del Nuevo periodismo. Tom Wolfe, Norman Mailer, Gay Talese, Hunter S. Thompson, entre otros muchos, se encargaron de cuidar la corriente y abrirla a nuevas experimentaciones, hasta el punto que, el mismo Hunter S. Thompson, tan amigo y admirado por Johnny Depp, llegó a incurrir en lo que él mismo llamó el método Gonzo: no expliques la noticia, no la sesgues, sino influye en ella, sé la noticia, moldéale a tu gusto, sé parte activa de ella. Por ejemplo en Fear and loathing in Las Vegas (Miedo y asco en Las Vegas), en que un periodista y su abogado viajan a Nevada para cubrir un evento deportivo, que termina siendo un ejercicio de ingesta masiva de drogas protagonizada por el mismo Thompson y narrada en un tan lúcida como ebria primera persona americana. Esto podría denominarse como la extensión moderna de un estilo, la extensión del nuevo periodismo, el novísimo, la belleza por el arte, las drogas por el arte, el método Gonzo del movimiento.
Sin embargo, es evidente que no se vivelo hecho: charco pasado, santo olvidado, igual que el agua pasada que no mueve molino. Y, por tanto, no estaría mal generar una nueva aportación literario-periodística a la década segunda del siglo XXI. Y esta es la co-ficción. 
La co-ficción es un recurso aplicable, principalmente, al relato breve y a la novela corta. No es recomendable para el género novelesco porque el presente riguroso no es calculable y una novela, por poco que guste, requiere de cierta predeterminación. Utilicé la co-ficción en la última novela corta que he escrito: El curioso oficio de limpiar espejos, una sátira de la condición individual y de la monarquía parlamentaria. Para la composición de un relato se piden dos cosas, una concerniente al lector, otra al autor: una lectura activa –a poder ser continuada- y una inspiración inmediata. La tarea del lector es clara. Pero no tanto el término inspiración, que, bajo ningún concepto, debe tomarse con el sentido figurativo y romántico del siglo XIX. La inspiración es inmediatez, originalidad y una probabilidad de improvisación. De un relato se puede saber su destinación, pero nunca se deben hermetizar los caminos a recorrer. Es por eso que el relato es más veraz que la novela, posee una génesis comparable a la de la poesía, es genialidad y destreza. No en vano los mejores prosistas se han sentido cómodos escribiendo ficción corta, desde Chejov, Dostoievski, Poe y Wilde, a Kafka, Woolf, Mann y Nabokov. El relato contiene la pureza del autor, su talento inmediato, su habilidad con la pluma. Por ello es tan difícil terminar un relato. La idea surge, pero falta la continuidad.
Siempre recurrimos a nombres pasados para invocar la buena literatura. Ayer mismo el Pulitzer de ficción quedó desierto –mejor esto que dárselo a MacCarthy-, y qué lejos quedan aquellos Faulkners, Hemingways o Steinbecks (todos ellos cultivadores del género breve) galardonados anteriormente con novelas como The sound and the fury o The old man and the sea. En cierto modo, obtenemos la salvación actual de la mano de Europa, principalmente con las novelas de Michel Houellebecq. Houellebecq presenta nuestro tiempo con la precisión y objetividad necesarias para no caer en la vieja trampa de la superfluidad y subjetivismo. Y es que describir un tiempo actual nunca ha sido fácil; ni para los revolucionarios franceses, ni para los victorianos de Inglaterra y, desde luego, para los contemporáneos europeitos occidentales que somos nosotros.
El relato, pues, posee vacíos centrales en su desarrollo, vacíos a rellenar por la genialidad del autor; y el presente literario requiere referentes en que reflejarse.
La co-ficción, claro, no es la panacea atemporal, no lo es porque no es un movimiento, en realidad no es ni un recurso, sino un juego que sigue las reglas del ajedrez y del puzzle, un juego para todos aquellos empedernidos que, queriendo ver retratado su presente inmediato, no esperen al siglo venidero para contemplarlo desde una fe muy poco comprometida con el género humano.
Utilicé la co-ficción de un modo sorpresivo. En realidad, solo pretendía describir los recursos mentales de Gabriel Baubach –personaje de El curioso oficio de limpiar espejos- para apoderarse de las facilidades de su entorno simpatizante. Claro. Narrar una condición humana sin enfrentarse a su tiempo es un error. Así, cuando, sin ninguna intención de terminarlo, seguí escribiendo el relato por puro ejercicio prosístico, me percaté de cuan aplicable eran las noticias diarias de los periódicos a su argumento. No es que el terrorismo noruego de Brievick o la primavera árabe o el movimiento 15-M se fijaran como sólidos componentes en la narración, pero sí encajaban como telón de fondo, como activo del dinamismo social y cultura. Un Miró se convierte en el cuadro más caro del mundo: ¿por qué no citar la noticia y dar a entender la decadencia cultural? Rescate a Portugal: ¿por qué no evidenciar la inestabilidad y desequilibro económicos de Europa? Dominique Strauss Kahn es un buen ejemplar de la alta política. Incluso los 100 años del hundimiento del Titanic, a quien parece queremos imitar irremediablemente.
La co-ficción es la aplicación –perfecta- de noticias periodísticas inmediatas al relato de ficción. Evidentemente no se trata de leer la noticia en cualquier periódico y cincelarla para que encaje chapuceramente en el relato. Bien al contrario, el ejercicio de investigación será semejante al de Capote, con contraste, documentación y opinión crítica. La co-ficción consigue deformar literariamente la actualidad y reducirla a su real componente. Con la co-ficción se ilustrará, enunciará, divertirá y, nuevo, informará.
Con El curioso oficio de limpiar espejos me ha pasado algo simpático, inversamente relacionado con la co-ficción. Al término del relato se produce el estallido de la Tercera República Española e, inmediatamente, el otro día el Rey se rompe la cadera cazando elefantes en Botswana. La co-ficción nunca debe adelantarse a la realidad, y si lo hace es pura casualidad. No en vano: todo lo nuestro es literatura.

1 comentario:

  1. Has nombrado a uno de mis autores predilectos, Capote. Que dejó el mundo sin herederos de su pluma salvo Houllebecq, un futuro clásico. si acaso Frazen de una forma un toco más escondida, nada de directos. Incluso Foster Wallace apuntaba maneras, pero se suicidó...
    Hoy me voy con una tremenda curiosidad por leer 'El curioso oficio de limpiar espejos'
    Un beso

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