11 de abril de 2012

La historia de los inventos desgastados

Así como una jornada bien empleada produce un dulce sueño, una vida bien usada causa una dulce muerte, dijo, probablemente después de idear la escafandra, la primera máquina voladora, el hombre de Vitrubio o el anemómetro, el guía de la modernidad, el polímata de Occidente, el hombre genio de la insaciabilidad intelectual, Leonardo da Vinci. Y añado el probablemente porque tampoco me extrañaría que un individuo de semejante e ineludible lucidez, sujeto a la realidad de un siglo XV oscuro, lleno de pestes, de persecuciones, de inquisiciones, de nuevas américas, de guerras de cien años, poseyera la suficiente confianza en sí mismo como para estar seguro de redirigir la perversa singladura de su tiempo sin apenas haber empezado a trabajar. Porque, bien pensado, a lo largo de los siglos se han inventado instrumentos contributivos a la evolución general: la rueda, el comercio, la moneda,
las ciudades, la pólvora, la electricidad,  la aviación, Internet.
Una invención, es decir, una ocurrencia, una evolución es una punto de inflexión para la sociedad capitalista en que nos sumimos; una idea puede ser un millón de billetes, una escalera al futuro. No obstante, la reiteración de una idea –aplicada al sistema, es decir, al entorno- sale caro. No en balde dos de cada tres bares que abren en España –en España…- cierran antes de cumplir el primer ejercicio. Es evidente que al emprendedor de hoy no le interesa caer en la reiteración. Entonces, ¿por qué no buscan alternativas? Es cierto que abrir un bar estándar, o una juguetería, es mucho más seguro que abrir una vinoteca, o una librería, o una vinoteca con fragmentación de catas y libros. Pero, ya se sabe, sin riesgo…
El caso es que las librerías llevan años descubiertas, y las vinotecas, y seguramente también las vinolibrerías. ¿Tan pernicioso es el sistema capitalista, tan cerrado, tan limitado que no hay cabida para una nueva aportación? La última gran operación ideal la tuvo Mark Zuckerberg –bueno, o tal vez no fue él-, con Facebook, en breve operativo en la bolsa de valores Nasdaq; una idea que, revalorizada en millones de billetes, en miles de millones de billetes purpúreos, ha cambiado la idiosincrasia social con otros tantos millones de usuarios.
Tengo la terrible sensación de que la sociedad del 2012 no está preparada para un nuevo cambio global. No sé por qué. La curiosidad me lleva a buscar los orígenes de lo que podría ser el nuevo giro mundial, me refiero a los inventores, a los da Vincis del XXI, a los Zuckerbergs de la aeronáutica, de la filosofía, de la cocina, de la artesanía en general. Entre las nuevas herramientas –eludo aquí la medicina, que tampoco es una delicia- encuentro el pedal del retrete, un pedal que, fijado al pie del dispensario, lo pisas y  te alza la tapa evitándote el fatal movimiento del agache. O la pastilla de jabón fragmentada, con dos caras, una marrón, otra blanca, una para el cuerpo, otra para el descuerpo. O la magnífica Ropa interior para dos, una braguita sensual pero ancha para que quepas con tu pareja; todo un símbolo de la sexología nuestra y contemporánea… Lo cierto es que esto no son inventos, son chapucillas, bromas de mal gusto, teletiendas baratas, representaciones gráficas de los verdaderos valores del conjunto social.
La única solución que veo para todos aquellos que anhelan un avance evolucionista -más allá de Facebook- es una de las más antiguas: la embriaguez. Que, por cierto, entre este catálogo de lucidez e iluminación de pastillas de jabón y ropas interiores, de pedales y alfombras electrificadas desperatadoras, he encontrado el único que puede resultar útil: la nevera con dispensador de cerveza integrado.
Más claro, agua.

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