2 de julio de 2011

La mujer que muere por no haber muerto

La historia es curiosa. Ocurrió el pasado jueves, a orillas del río Volga. Una mujer de cuarenta y nueve años falleció. ¿Pero tiene esto algo de curioso?, ¿algo en especial?, ¿acaso no fallecen miles de personas en Europa, Asia o América cada hora? Por supuesto que sí. Y, sin embargo, la muerte de Fagilyu Mukhametzyanov –este era el nombre de la señora- está por encima de todas las demás. ¿Por qué? Porque Fagilyu Mukhametzyanov ya estaba muerta cuando murió. La buena mujer fue declarada extinta por el médico forense del Hospital Central de Kazan el miércoles 29 de junio. Hora: 20.32 minutos de la tarde. Fuentes informativas aseguran que el Doctor cuyo nombre desconozco se puso en contacto con el marido de la fallecida para anunciarle la terrible noticia. Me lo imagino: <Mariano, siento comunicarte que tu mujer se encuentra exánime. Ha muerto, Mariano>. El aciago viudo, zalamero donde los haya, lloró incesantemente en su dormitorio. En la almohada todavía restaba la vaporosa fragancia de menta y citronela con que su querida esposa se rociaba cada mañana antes de ir a la oficina. Mariano cogió la almohada y hundió su cara en ella. Era como si la acariciara todavía. Destrozado y valiente, inició los trámites de sepelio. Tuvo que proceder a la vieja tradición occidental que empeñamos en mantener: regocijarse en el dolor, mostrarlo, llamar a los familiares, contratar el coche fúnebre, alquilar la mortuoria caseta del tanatorio, charlar con el incinerador y con un maquillador –de L’Oreal, por supuesto… Al fin era viernes, y todo estaba preparado. Incluso el doctor forense le dio el pésame con un ligero toquecito en el  hombro. Hermanos, primos e hijos se congregaron en reunión familiar para dar el último adiós. Despedirían a tía Fagilyu tal y como ella vivió: bondadosa, prudente, generosamente. Comieron canapés y rezaron por su alma. Y fue entonces, tal vez por el tenue y fúnebre tono de la oración, tal vez por la prez fervorosa con que suplicaron sus amigos el glorioso abrazo de Dios, o simplemente por la prosodia concurrente del tártaro, cuando la mujer despertó súbitamente: <Oh, no. Yo aquí no me muero. ¡Qué hacéis comiendo mis canapés!>. Pero la muerte es ciega y los caminos de de Dios, inescrutables. Y la mujer, que hubo permanecido en un letargo luctuoso y nocturno durante un día y medio, no pudo soportar la estampa. Allí tumbada, en posición supina, en un lecho de madera de robles que es de fácil combustión. Esa cama roja de encierro y tumba. Fue tal el espanto de la mártir, que su corazón no lo pudo soportar. <Volvió a abrir los ojos unos siete segundos; y entonces los cerró de nuevo. Esta vez, para siempre>, comenta Mariano. Él, zalamero, se encuentra ahora en medio de un barrizal de responsabilidades que nadie desearía para sí. ¿Cómo pudo el médico certificar la muerte de un vivo? ¿Cómo pudo ella, si realmente estaba muerta, resucitar? Tal vez se trataba del género femenino del nuevo mesías. Se fundaría una doctrina cuyos feligreses alzarían Iglesios, y rezarían en tártaro y comerían canapés de anchoas y philadelphia para honrar a los muertos.
Fagilyu Mukhametzyanov, mujer con rasgos asiáticos y regordeta, ha muerto y esta vez lo ha hecho para siempre. ¿Pero, sabéis algo todavía más curioso? Kazan es la ciudad donde nació Gala Éluard Dalí, la musa eterna del pintor ampurdanés. Yo me pregunto: si Mukhametzyanov hubiera representado esta macabra escena a eso de los años cuarenta, ¿Salvador Dalí hubiera retomado las alegorías del impresionismo? Me imagino una serie de cuadros –a lo Edvuard Münch-, con el mismo nombre: angustia y muerte, y el rostro aterrado de la Señora Fagilyu Mukhametzyanov, recostada en su propio féretro, con un canapé en el moño de su pelo y un consolador gigante penetrado en su recto, propinando un grito de gran muerte. Los relojes se detuvieron para siempre, deshechos.
Si es que este Dalí… seguirá jugando, por allá, en el cielo.

1 comentario:

  1. Estàs segur que els bojos van al cèl? bones noticies per alguns en tal cas. Curiós humor cínic com sempre, que m'ha portat records de l'enterro de mon pare ara farà any i mig. Es curiós com en els moments més inesperats surt familia de sota les pedres sobretot quan el mort deixa rere seu valors materials. Suposo que es part de la falsa naturalesa humana que hem creat, hem de fer una teatre de tot, aparença, máscares i rols; això acaba sent el comportament social. Però bé, no tot és tant desagradable, per sort; sempre hi ha relats que t'arrenquen el riure quan menys t'ho esperes.
    Que vagi bé.

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