10 de julio de 2011

El poder de los inútiles

El poder es una virtud secular, y no un defecto monárquico, autocrático o capitalista. El poder es una necesidad creciente del individuo, y no un proyecto de sumisión frente al tercero desproveído. Quien crea lo contrario es un absoluto cateto. Si bien es cierto que ser mandado es complicado, no menos veraz es que el mandar es doblemente complejo. Hay que ser siempre un poco iconoclasta: perseguir los vicios fehacientes, las manos de hierro que no se dan a torcer. Sin embargo, quepa en la razón que el hostigo al maestro no está siempre permitido. Aquí, y no en otro sitio, es donde el  poder alcanza su expresión suprema: el poder del individuo. Discernir, diferenciar y prestarse a la deferencia. Saber y decidir que él sí es digno de ser escuchado  y que el otro no lo es ni lo será jamás. Este es el poder exclusivista del individuo.
¿Qué hacer cuando en el trabajo –una de las situaciones en que el exclusivismo se convierte en aceptación inclusiva- te toca someterte al poder estridente y silenciador de un jefe malnacido? Conozco el caso de un empresario catalán –Delicioso A.-  que ejemplifica mi teoría. Él es el hombre que debe de despertarse cada mañana con la misma expresión con la que solo se muere una vez. Él es el hombre entorpecedor del poder y del trabajo. Él es el hombre que no sabe mandar, el defecto capitalista y autócrata: él es el poder de los inútiles. Probablemente, al despertar, se desquita las sábanas pegadas de la cara; se acerca al espejo y mira su larga sombra de barba; se desviste del pijama y se arma la camisa sin corbata que, ahora, siendo el jefe de una juguetería, no importa llevar o perder. Él regenta una cadena de tiendas esparcidas por Mataró, Badalona y Barcelona capital. Es el completo inútil que, a trancas y barrancas, supera la extraña situación económica que hunde al Gobierno y al país. Para que os hagáis una idea: las tiendas del hombre están localizadas en barrios centrales y secundarios. Su cliente es afín y fiel. Compra asiduamente en la tienda, porque está cerca de su casa, porque es la calle de la escuela del hijo y, en Navidades, las luces y la musiquilla embelesa sus amores. Cual perro de Pavlov relaciona diciembre y magia con la juguetería del empresario catalán. El mismo hombre que, a sus trabajadoras –que las contrata porque son mujeres y les puede pagar menos-, por las fechas de Natividad de Nuestro Señor Jesucristo, las obliga realizar cincuenta y dos horas semanales, de domingo a domingo, sin descanso y devengándoles, al mes, lo mismo que a un trabajador de media jornada; los clientes relacionan Reyes y Papá Noel con el hombre que a sus elfos –sus trabajadoras- les prohíbe estar enfermas y, por supuesto, pagarles las bajas debidamente; si están de santísimas vacaciones, les rebaja el sueldo. Por supuesto, ¿para qué pagar a alguien que no está trabajando? Además, si algún ladronzuelo abre la caja mágica del dinero, las comprometidas y responsables son ellas, las elfas. Que lo haga con pistola en mano, en colectivo organizado o violentamente, eso no importa: hay que dejar cuerpo y alma en la tienda del bendito señor que paga setecientos cincuenta euros al mes por trabajar hasta la saciedad. Cuarenta grados en verano, ocho en invierno. “Han bajado las ventas” –les grita- “o espabiláis o es echo a la calle. ¡Aquí mando yo! Suficiente favor el mío de daros trabajo.” Sumadle a esto invectivas filípicas remitidas mensualmente con términos sinónimos a  sucias, guarras y negras.
Es cierto que la gente tiene pocas ganas de trabajar. Hay, pues, trabajadores vagas. Pero en notable inferioridad.
Este artículo es arma de doble filo. Más allá de crítica, es un argumento publicitario y comercial para que la gente pase por alguna de estas tiendas asociadas catalanas. Igualmente, me permitiré aportar ciertas ideas al señor Delicioso: remodelación de las tiendas, aprender a escribir sin faltas de ortografía, ajustar los contratos dentro del margen legal, adaptar infraestructura –que no se desmoronen las estanterías, que todavía morirá un niño. Etcétera.
Sabe mal que aquellos clientes que vinculan Reyes y Papá Noel con Delicioso A. sean sabedores de todo esto.
Si los niños se enteraran, pensarían que el hombre del saco es el mismo que cumple sueños en la tienda de la Calle Soledad; el mismo que les deja el carbón en el sofá y el que se bebe su agua, anís y contempla tenuemente sus zapatos. Sentirán que, sin ser sus esclavos ni estar en edad laboral, se les ha llevado un poquito de su alma. Lo que hace el poder de los inútiles.

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