En la costa gallega navegan buques mercantes y pesqueros de rojos y azules oxidados. Impresiona el oleaje y son puntos referentes los faros que, entre rocas, mar adentro y cercanos a la vista, se alzan con su lucecita tintineante sin noche. "Una promesa, no vuelven nunca más/ En cada puerto una mujer espera;/ los marineros besan y se van./ Una noche se acuestan con la muerte en el lecho de la mar." De estos versos que escribió Neruda en su Amo al amor de los marineros a la práctica pesquera que hoy en día se desarrolla en las costas lucenses, podrían encontrastre ciertas reminiscencias que relacionaran la profesión de los actuales marinos con la que, intransigentes, forjaban los vetustos marineros. ¿Cuántos cénits localizaríamos a lo largo de la historia? Sin ir más lejos: Arthur Gordon Pym, Ahab, El viejo y el mar, Ulysses. Todos ellos gloriosos aventureros de un romanticismo sin límites; arduos competentes que anhelaron Nuevas Tierras, las bonanzas rozas de la juventud, el poder bello de la sirena que baila un vals densuda en la isla de Creta. Es obvio que los tiempos han cambiado... El mar no es tan críptico, y los jóvenes ya no quieren ir. Las jóvenes ya no lo quieren bailar. Y, sin embargo, qué extraña coincidencia, si recurriéramos a Barcelona, ciudad de tierra fértil y tradición marinera donde las haya, encontraríamos un vértice relacional con el fondeo cánonico de la navegación clásica. Se trata de un barco, de 1924, cuya función se limita al albergo de pasajeros que desean escuchar poesía. Así es. La compañía contrata a una serie de poetas. Se les hace firmar un contrato -previa adución- y los clientes disponen de una carta literaria. Allí, la fotografía de los poetas y su pequeña biografía los erigen hacia la temética que el consumidor prefiera: amor, erotismo, iniciática, rebelación, bucolismo. Los pasajeros compran fichas por valor de euro y medio, cada una canjeable por un poema. Así se desarrolla el viaje: pagas un euro para que un poeta te lea in situ uno de sus poemas. Los organizadores afirman que es una nueva forma de hacer arte, perfecta para saciar la curiosidad poética de la gente que prefiera escuhcar a leer. "Las recitaciones expresas de los autores transforman el poema, lo dotan de vida", dicen muchos de los oyentes. Esta gente empezó en Nueva York. Ahora están en Barcelona. Y en breves meses la tropa zarpará hacia otro puerto bienvenido. (Esnobista, por supuesto, tal vez presidido por Woody Allen).
Todo se hace un poco extraño. Sobre todo si se ha leído que, esta pasada semana, Umberto Eco ha admitido que va a adaptar su propia obra El nombre de la rosa para un prototipo de lector básico, que la va a aligerar, a moderar, a abreviar, facilitando las cuestiones filosóficas y profundas de la novela. El barco de los poemas a un euro se llama, evidentemente, Burdel poético. Se hace arte nuevo sobre arte moderno. Por lo visto no bastó con el cubismo, el futursimo o la pintura parametafísica. Ahora, para degustar un poema, no solo tienes que pagar, sino que además te lo recitan a solas en un barco, a alta mar, con una copa de vino en la mano y exclamando: "Oh, mi muy señor mío, magnífico, magnifique, bravísimo." Nadie está obligado a zarpar. Pero consideremos hoy algo importante: cuidado con comprar la adaptación de Eco o con subirse al burdel poético, no nos veamos obligados, al final, a pagar para algo tan simple, sencillo y perfecto como es leer un libro abierto.
Las jóvenes ya no quieren bailar con la mar. Ya nadie se conforma con leer un libro. For the times, they are a changing.
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