Por lo general, cuando se secuestra a
alguien solo se pretende cobrar un rescate. Y éste acostumbra a tener el olor
del dinero, aunque hay veces en que el trueque deviene en actos o, en el peor
de los casos, en ideas.
La banda terrorista ETA, por ejemplo,
secuestró a Miguel Ángel Blanco en 1997 y pidió a cambio –esto tan actual- un
acercamiento de los presos del grupo al País Vasco. Como las autoridades, es
decir, los políticos de entonces, de su mismo color, del edil, no de la banda,
no accedieron a la petición (chantaje, inmoralidad, etcétera) el concejal de
Ermua terminó muriendo en un hospital con dos balas hendidas en el cráneo. Hay
casos, sin embargo, como el de Frank Sinatra Jr, que fue secuestrado en 1963,
que se resolvieron con una solvencia admirable: ¿cuánto debo pagar, preguntaría
el célebre actor, su padre?; ¿doscientos cuarenta de los grandes? Pues los pagó
y en 48 horas ya hubieron liberado a su hijo. Tan fácil. Incluso a veces, el
dinero, que parece un mal menor para las víctimas y un bien único para los
secuestradores, es un arma de doble filo, y allí donde aparentemente solo hay
delectación criminal, fundición en efectivo, sexo puramente capitalista, se
esconde un verdugo policial como el que sorprendió, pongamos de nuevo, al
mítico Bruno Hauptmann, autor del llamado “Crimen del siglo”. Llamar crimen del
siglo al secuestro del hijo del primer aviador que cruzó el Atlántico sin hacer
escala, resulta harto estúpido, pero consideremos la escena: una escalera de
madera se posa en la ventana del hijo del piloto Charles Lindbergh; Hauptmann
entra a hurtadillas y se lleva al crío de 20 meses; al bajar, un escalón en mal
estado no soporta el peso de los dos, y caen al suelo desde una altura de
cuatro metros; Hauptmann se tuerce un tobillo, el bebé se desnuca. Aun así, el
criminal escribe una carta –con unas faltas de ortografía horrorosas- y pide un
rescate de cincuenta mil dólares –año 1932. La familia, asesorada por una joven
Oficina Federal de Investigación, dirigida por un joven J. Edgar Hoover, realiza
el pago de cincuenta mil dólares en certificados de oro, que estaban seriados.
La policía solo debía esperar a que éstos salieran al mercado (la banca los habría
retirado una década antes) y dar con el asesino. Lo hicieron. Muy
sospechosamente, ¿quién puede confiar en que un hombre que paga con uno de los
seriados en una gasolinera cualesquiera no es el tercero o cuarto o quinto de
la cadena de mercado negro? El caso es que se decretó la silla eléctrica para el
exconvicto alemán, carpintero, judío y de nombre Bruno Hauptmann y se pudrió en
el infierno (justa o injustamente, pero se pudrió). Se pudrió, de hecho, en el
mismo lugar donde años y años antes había gobernado una hermosa diosa:
Proserpina, que también fue secuestrada por un Plutón que, sin quererlo, se vio
hechizado por el poder de Cupido, enviado por su madre Venus, y, en un
surgimiento en el volcán Etna (Sicilia, queridos, recordad) raptó con sus
cuatro caballos negros a la más bella de las diosas que recogía flores y se
bañaba en el lago Pergusa, para llevársela a sus lares, es decir, al Hades, al
infierno, y allí desposarse con ella. Ceres, no obstante, la suegra, o sea, la
madre de Proserpina y diosa de los cereales y de la Tierra, vagó por el mundo
en busca de su pequeña. No hallándola en ningún lugar, se sumió en la locura y
dicen que tierra que pisaba, tierra que moría, y la vegetación, y los lagos, y
las flores se pudrieron como su espíritu. Júpiter, su marido y, por evidencia,
padre de la presa, ordenó a Mercurio que viajara al infierno, le dijo que solo
allí podría estar secuestrada su hijita, y que la trajera inmediatamente de
vuelta. El dios del comercio descendió pues al Hades y, tras cruzar el Estigia,
el Arqueronte, el Cocito, y el Lete, tras convencer a Caronte para que lo
condujera en su barca, tras -cual Orfeo- embelesar a Cancerbero para que le
dejara traspasar las puertas, se dirigió a Plutón y le ordenó autoritariamente
que librara a la chica. Éste, raramente, accedió con la condición de que
Proserpina, su mujer, ingiriera seis semillas de granada, fruto de fidelidad en
matrimonio, en señal de los seis meses que, cada año, pasaría con él en el
infierno. Por eso, en abril, cuando Proserpina regresó al mundo, la diosa de la
Tierra florecía los campos, y frutaba los árboles, y esclarecía el cielo para
pasear con su hija con la felicidad que solo produce un regreso, una vuelta más
de tuerca; pero en octubre, cuando volvía al infierno con su querido marido, la
tierra volvía a marchitarse, y llegaba
el otoño; y se iba la primavera.
Los raptos y los rescates están
históricamente relacionados. Pero en nuestro tiempo cambiante… los tiempos que
cambian. Los tiempos están cambiando: solo se necesita echar un vistazo al
argot económico que adoptamos últimamente a nuestra cotidianeidad y,
especialmente, a nuestros rescates:
Grecia rescatada: Portugal, rescatada; Irlanda rescatada… ¿Qué es rescatar? ¿España será rescatada? Las portadas que se
han sucedido últimamente en las revistas de prensa internacionales no son
especialmente halagüeñas. La revista francesa, por ejemplo, Courrier international publica hoy en
portada un Toro de Osborne escuálido, anoréxico, famélico, desnutrido, con el
jocoso titular “L’Espagne fauchée”, que viene a significar la España segada. O el
The Economist, que publica
simultáneamente otro Toro con las patas delanteras rotas, testículos firmemente
colgando, sí, pero medio arrastrado como roto de la lidia, y el simpático tropo
Spain pain. O el Libération, por fijar un último ejemplo, periódico fundado por
Sartre, que presenta una portada rojigualda con el sustantivo castellano
¡Perdidos!
Y aquí la mitología nos deja otra
ironía política: Europa, mujer fenicia, fue (también) secuestrada por un Zeus
transformado en toro. Eso sí: era un toro blanco. Si España no pinta nada ni en
las ironías. Por eso tendrá el gobierno que tiene. Por eso tendrá la imagen que
tiene. Por eso tendrá el uniforme olímpico que tiene.
Brillante, Marc. Me reí por lo bien que trabas todo, pero lo jodido es que tienes razón, hasta en lo del uniforme.
ResponderEliminarEspaña pinta en fútbol. Y creo que los españoles se sienten muy orgullosos...
Saludos.
Y lo que nos va a costar este rescate...
ResponderEliminarTienes mucha razón en tus palabras Marc, lo has sabido enlazar todo fenomenal.
Al final acabaremos con la tierra marchita, impregnados de otoños y hojas caducas.
Un abrazo.
La verdad es que se empieza a apreciar un tono de vacile general. Con o sin rescate seguimos naufragando y, aunque a ratos aparezcan guardacostas, los secuestradores, dueños de Aquapark, se dedican a fabricar olas. Me pregunto qué diría aquél, el de "la mano invisible".
ResponderEliminarOtoño y gañán se escriben con 'ñ'.
Un abrazo!
Touché! ;)
ResponderEliminarBesos.
Cada vez más el dolor corre por toda Europa. Hay que ser ciego para no verlo.
ResponderEliminarTienes razón en toda esta magnifica entrada.
Y coincidimos al recordar esa estampa de Europa raptada.
Raptada por la codicia.
Besos
Un rescate... Un rescate seria que nos sacaran a todos de aquí.
ResponderEliminarA sus puntiagudos pies.
Un rescate... Un rescate seria que nos sacaran a todos de aquí.
ResponderEliminarA sus puntiagudos pies.
Un rescate... Un rescate seria que nos sacaran a todos de aquí.
ResponderEliminarA sus puntiagudos pies.