20 de febrero de 2012

Sexo público

El voyeur puede estar en cualquiera parte; puede ser cualesquiera de nosotros y, de hecho, está en todas partes y es todos y cada uno de nosotros. El espíritu del mirón nace ya unos cuantos siglos ha. A modo de leyenda ha llegado hasta nosotros el gran y virtuoso y casi pornográfico mito de la caballerosa y gentil Lady Godiva. Hace un tiempo la mencionaba en esta misma columna. Recordar, simplemente, que Lady Godiva fue una dama anglosajona casada con el Conde de Chester y de Mercia, perverso en su abundancia, abundante en perversidad, que cual Rajoy no le temblaba el pulso para recortar derechos a sus vasallos, subir sus impuestos, y esquilmarles con un abuso explícito y, desde luego, legal de su jurisprudencia no precisamente prudente. Godiva, terrible en su belleza y preocupadamente bondadosa con su pueblo, le pidió a su marido que redujera la firmeza de su mano, que
rebajara tamaña y desorbitada dureza, aunque fuera por favor o caridad. El conde, ¿quién se resiste a la palabra bella de una mujer?, aceptó, siempre y cuando Godiva se paseara desnuda sobre su pinto caballo por las calles de su pueblo. La valiente aceptó, pero pidió antes a todos sus vecinos que se quedaran en casa (y que bajaran las persianas) para no perturbar su desnudez. La leyenda sucede así: ella se pasea desnuda y su marido relaja las tributaciones. Sin embargo: lo interesante: un sastre no pudo resistirse a la tentación de ver desnuda a Godiva y, tras meditarlo, la observó a través de un agujero de sus persianas quedando así ciego de por vida. A este sastre, de nombre Tom, se le añadió desde entonces el epíteto Peeping Tom (Tom, el mirón); de aquí el surgimiento de la palabra voyeur (voz francesa) o mirón: persona que disfruta contemplando actitudes íntimas o eróticas de otras personas.
De igual modo, el espíritu mirón se une intangiblemente al deseo exhibicionista: el secreto, la prohibición, el mirar sin ser visto, el ser visto sin tener que serlo. Freud acuñaba los atributos sexuales al comportamiento del individuo. Es evidente que Freud no iba del todo desencaminado.
Especialmente si se hace con amor, con tu pareja por ejemplo, el lugar común -el entorno social- se convierte en un núcleo de excitación desmedida. “Hacemos lo más privado en un lugar compartido, convirtiendo los parámetros comunes en un núcleo de privacidad fácilmente quebrantable y destructible”. Es decir, que la idea de ser pillado excita; excita tanto como aplaca el acto de ser pillado. Y aquí surge la premisa deductiva que falta: si la idea de ser visto excita y el hecho de ser visto sosiega, la idea y el acto de ver sin ser visto excita. Silogismo sexual; la idealización del mirón.
Además, los brotes eróticos de esta última semana son coherentemente representativos. Por ejemplo, el pasado jueves aparecía en los periódicos la instauración del “Love Parking” que el ayuntamiento de Nápoles ha sitiado en el este del barrio de Barra; es, por principio, un llano vallado donde –siempre dentro del coche- se puede copular tranquilamente con el pago de una módica cantidad por estacionamiento. La opinión pública es diversa, pero el ayuntamiento justifica el gasto público con la delincuencia de las calles, la violencia general, el sexo público que los jóvenes sin casa o picadero practican deliberadamente sobre las motos, en las aceras, etcétera. Pero, en realidad, el acto de hacerlo en un lugar de copulación masivo esconde cierto exhibicionismo: las lunas de los cristales son trasparentes, en el Chrysler de atrás otra pareja hace lo mismo que tú. Igual ocurre con la noticia que leemos hoy: la del avión picantón. En primer lugar se nos presenta una fotografía cutre de un avión cutre con una puerta cutre abierta y unos cojines situados posiblemente del modo más cutre posible con unos colores cutres de estampado. Luego se nos narra la iniciativa de la aerolínea Flamingo Air que, tras veintiún años de vuelos turísticos, ha decidido ampliar su negocio y ofrecer: “sexo en el aire”. Con el pago de una pequeña tarifa (unos 350 euros) la pareja contratante podrá follar desmedidamente en los cielos de los lugares que ellos prefieran, sean oscuros o románticos. “La compañía ofrece una hora de vuelo en una cabina especialmente preparada para tener encuentros sexuales, una botella de champagne, chocolate y la garantía de que el piloto será "discreto". Lo que empezó como una apuesta humorística entre un grupo de amigos es ahora un negocio de éxito: la compañía asegura que lleva a los cielos hasta a ocho parejas al día.” Se expone en estas mismas líneas un estudio del Huffintgon Post que afirma que el 95% de los pasajeros de avión han fantaseado alguna vez con follar en un avión.  Está estadística, sin embargo, choca con la de “2 de cada 6 personas sufre terror a volar”. ¿Existe, pues, otra conducta sexual a parte de la  del voyeur y el público? Una, acaso, sádica y flagelantemente tortuosa; una conducta perversa, como la del Conde de Chester, que se excitó al ver a su preciosa esposa desnuda por las calles…
Para el bienestar del amor espero que estas conductas –muy halagüeñas socialmente hablando- no se extiendan tan fácilmente como se publican. Ryanair: “¡hazlo de pie, y si sois tres tendrás el 50% de descuento!”. Cómo excitan los celos…

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