Lejos está ya el interés de sacar a colación la desgastada cantarina de la Navidad: si es familia, si es consumo, si solo es un cuento inventado por unos pocos para gasto de unos muchos, etcétera. Y por eso mismo, por su evidente falta de interés, no escribiré sobre ella. Sí lo haré, sin embargo, sobre una nueva tradición que tanto es miedo como risa su máxima proyección y que se desarrolla en la envolvente capa de la Navidad.
Tomo por inicio un artículo en que fijé el principio –porque es demostrable, no es teórico- de la mendicidad. Los que acostumbran a pedir en las grandes sedes del poder. Ya sea en la puerta del supermercado –comida y chatarra-, en los bancos –capitalismo asesino- o en las iglesias –poder incorruptible mal predicho por Nietzsche- son de nuevo (en su módica porción) los protagonistas del presente artículo. Por lo pronto uno. Un señor que se sitúa en la Travesera de Gràcia de Barcelona. Sentado ante un gran supermercado –de tamaño, no de calidad. Cada 1 de diciembre aparece el hombre disfrazado de Papa Noel. Vestido rojo, a veces gafas de sol incorporadas. Hoy me fijaba en cuan raídas y zarrapastrosas estaban sus mangas de puntas blancas o la misma barba de mal encaje; el buen hombre se fumaba su purito de hoja y escondía, por educación, la cerveza mañanera tras la silla donde hace su jornada inmensa de 16 horas. Esta mañana una niña pasaba por delante y lo miraba con incongruencia y curiosidad. ¿Un Papa Noel sucio que en vez de dar caramelos tiene una cajita con cuatro (o cuatrocientos) céntimos postrada ante él en el suelo? Esto me recuerda a otro sujeto interesante. Este está en Canonge (Badalona), al lado de otro supermercado (precisamente el que luchaba por el cartel de Prohibida mendicidad del artículo a que me refiero al comienzo). Cuánta individualidad. Cuánto hablar de uno mismo… Pero él no es vagabundo –es decir, sin techo o residente de la calle-, de hecho es un hombre que trabaja en el bazar contiguo al supermercado. Lo rigen dos inmigrantes. Él debe de ser el trabajador. Es un hombre de complexión gruesa, mirada perdida, boca colgante. Algo ictusiano, bastante embólico. Enormemente apopléjico y considerablemente apoplético. Camina a pasos zambos, tiene acento fuerte del catalán, podría caérsele tranquilamente la baba, y se peina el pelo canoso con la raya al lado. Pues han tenido la gran idea de sentar al señor, con una silla de princesa, en la puerta del establecimiento, con una bolsa de caramelos que él, encantado, hay que decir que lo hace con ilusión, reparte a los niños cuando estos pasan apresurados o tranquilos con sus padres con la magia a cuestas. Cuando paso por delante no puedo evitar esbozar una sonrisa. Los niños, que ven a un hombre enfermo con la nariz pintada de rojo (esto no lo entiendo; será por Rudolf, el reno) y la barba colgando a la altura del labio inferior, se quedan atónitos cuando lo ven. Incluso se detienen mientras sus padres charlan con el vecino que acaban de cruzarse. Entonces el señor se levanta y, gruñendo un pequeñito gemidito de eiñ se precipita cual zombie sobre el niño y le tiende el caramelito. Hay que decir que el espíritu de la navidad no podría ser más moderno. Se mantiene la felicidad, el cariño, la magia, pero se hace con medios muy cuestionables. Y es que hay niños muy espabilados. A este mismo señor, una madre se le detuvo con su hijo –un gamberrete de gorra torcida y seis o siete años- y le dijo: “mira, hi, hijo, Papa Noel te da un caramelito”. El niño aceptó a regañadientes el caramelo pero no tardó en echar a correr: “pero si este no es el de verdad,” le comentaba el niño a su hermano pequeño mientras la madre corría detrás.
Ay… viva el espíritu, viva el alma.
Lo único cierto es que sea indigencia, enfermedad o salud, la Navidad es grotescamente luminosa. Dotada de cruzar del eclecticismo al extremo de la solidaridad con un solo gesto. Pensaba ahora que no hay indigentes ni espíritu moderno en todas las grandes sedes del capitalismo. En las inmobiliarias, por ejemplo, ya no se ponen, al menos no fuera. Ahora los indigentes son directamente los que estaban dentro.
Felices fiestas.
hombre yo creo que tampoco hay que tomarselo tan a la tremenda... mira este vídeo de papa noel en un coche enano cantando su pedido en el mcauto y verás el auténtico espíritu de papa noel...jajaja aunque por lo visto tampoco ha escapado a la crisis ajjaaj es buenísimo... http://www.youtube.com/watch?v=zLJM55TA6Mw
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