8 de diciembre de 2011

Mensaje (real) hallado en una botella

El 13 de octubre de 1833 se publica en el Baltimore Saturday Visiter uno de los pocos relatos que dota a Edgar Allan Poe con un premio económico: 50 dólares. La historia del periódico es por lo pronto rocambolescamente peculiar. El Visiter se fundó en 1832 cuando Charles Cloud y Lambert Wilmer decidieron aunar ahorros y sacar al mercado semanal su periódico baltimoriano de alcance inmediato y popular. Sí. Y no. Un año después, la edición pone de manifiesto su intención de publicar un relato y un poema resultantes ganadores de un concurso de fácil participación: todo aquel quien quiera, que presente un relato breve o un poema de cincuenta versos pues, el mejor, los mejores, serán publicados en nuestra edición semanal y dotados con un total de 50 dólares libres de impuestos. Poe, gran amigo de Wilmer –el cofundador- presenta Manuscrito hallado en una botella (relato que narra la experiencia de un joven que, tras hacerse a la mar con un buque de carga, camino a la Isla de Java, decide escribir un diario de bitácora personal), y resulta ganador por la originalidad e innovación de la trama. No es extraño que así fuera. Manuscrito hallado en una botella no solo cuenta el accidentado viaje del buque carguero, ni los remolinos y tempestades del océano; tampoco se queda en la agilidad de describir cómo el joven protagonista se encarama a la cubierta de un barco ochenta veces mayor que atropella sinsentido al accidentado. Sino que desarrolla con incomparable maestría la nauseabunda sensación de sentirse en un ambiente extraño, lleno de tripulantes que bien podrían descender de los fantasmas piratas, de un barco sin rumbo que se adentra profundamente en las gélidas aguas del sur antártico, de las terribles desganas de seguir escribiendo y de lanzar al mar, embotellado de ron, el manuscrito que evidenciaba la vida. Edgar Poe ganó merecidamente con una historia que solo él escribió. Pionero como lo es en los géneros literarios (terror, policiaco, fantástico, detectivesco), quién se hubiera atrevido a decirle que un par de siglos después, es decir hoy, alguno de sus sucesos se reproducirían fielmente en la realidad.
No hace tal vez demasiado, un par de meses acaso -incluso menos-, escribía un artículo sobre paridades (semejanzas, paralelismos, casualidades) que se han dado entre la literatura y la realidad: Jules Verne y sus viajes a la luna, Morgan Robertson y su trazada conciencia del hundimiento del Titanic, o el mismo Poe y su única novela -Arthur Gordon Pym-, cuando cuatro tripulantes a la deriva deciden utilizar el mismo método se supervivencia que escribió el poeta norteamericano: matar a uno de ellos para comérselo. Y hoy, dos meses después (dos meses, dos siglos) se vuelve a evidenciar un hecho ya descrito por un genio. Además, otra vez Poe. Mas esta vez no es una desgracia.
Según fuentes de la BBC, la pasada semana una joven de nombre Ana Ponte recogió en la Isla de Terceria –en Las Azores- una botella con el curioso contenido: un mensaje. Según escriben (siempre según, veremos por qué), el mensaje era de un niño neoyorquino que, 10 meses antes, desde el muelle, había lanzado la botella contenida de su día a día, de su escuela, de sus padres, de su propia vida, de una letra infantil pero sincera, de un espíritu quien sabe si romántico de la verosimilitud y la casualidad. La botella ha recorrido 2600 millas –o, lo que es lo mismo, 4184 (cuatro mil ciento ochenta y cuatro) kilómetros-, de New York a la familia portuguesa, del niño melancólico a las Azores, a la isla pesquera de Terceira sin rumbo fijo y entre el oleaje.
El suceso –eludiendo la pérfida necesidad de acudir al entredicho- es por lo pronto rocambolescamente peculiar. Y bello. Tanto como cuando se supo que el ganador del premio de poesía 1833 del periódico Visiter, Henry Milton, era en realidad John Hewitt, su editor y formante del jurado. Poe, igual que el mensaje, no se mojó. Tan solo declaró que John Hewitt había ganado “por métodos turbios”. Y de eso Urdangarín debe de saber mucho. Dos meses, dos siglos… Toda la vida.

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