3 de diciembre de 2011

Juicios absurdos, condenas fatales

Que la justicia vive uno de los momentos más pobres de su vida está claro. Que la justicia nunca ha sido tan hermosa y cardinal como se la ha pintado está igualmente claro. Que el poderoso siempre tiene las de ganar es una obviedad. Y Que el mito de David y Goliath haya gustado tanto a las masas –por su sugestión y excitación- es un facto obvio y regocijantemente normal. ¿Qué adjetivos aplicaríamos hoy a la justica? Probablemente lenta, trabada, burocrática y corrupta. ¿Pero qué adjetivo le daría la historia a la historia de su justicia? Probablemente uno y solo: injusta. La justica ha tenido que hacer frente a los dichosos prejuicios naturales, al vicio social, a la perversidad del género humano. Por ejemplo, hablando de hoy: ¿cómo diferenciar un caso de maltrato de sexo verdadero a uno falso? ¿Es peor el maltratador o el denunciante que embauca y miente cual bellaco? Los problemas se suceden desde la aparición de la mayor evolución occidental: el Imperio Romano y su derecho. Fijemos una concreción. En la Antigua Roma el peor crimen que podía cometer una mujer era el adulterio; entonces el paterfamilias tenía la libertad de repudiarla, organizar un tribunal familiar, y ejecutarla si lo consideraba necesario. Claro, debía sorprenderla en el acto. No se estilaban los chismes y rumores. La sociedad civil se salvaguardaba las espaldas: o hay pruebas fiables o no hay posibilidad denunciante. Desde luego, el marido –solo por querer deshacerse de su esposa- podía inventárselo, pero para ello debía personarse el amante adúltero que, apretándose fuertemente los testículo, debía explicar bajo juramente la verdad y nada más que la verdad (de allí el verbo testificar). Pero, claro, hablar de Roma es hablar en pasado. Y hablar de hoy es como no hablar de nada. Por eso mismo pretendía fijar este artículo a un apartado pequeño pero simpático, veleidoso pero ruin, insignificante pero ejemplar.

Y es que cada vez son más, más sonados y más incongruentes. Juicios absurdos, condenas millonarias. Como escribe Alba Díez en la publicación de hoy sabática de La Vanguardia, “¿se imaginan demandar a Michael Jordan y a Nike por el sufrimiento emocional que le provoca su parecido físico con la estrella de la NBA? ¿O denunciar a una cadena de televisión por haberle hecho engordar y convertirle en adicto al 'zapping'? ¿O llevar a los tribunales a su pareja por haberle lesionado el pene al cambiar de postura mientras practicaban el coito? Pues aunque les resulte inverosímil, todo esto es posible en Estados Unidos y con el aliciente de que hasta les pueden dar la razón.” Y así es. Todo es posible. Alba Díez relata el caso del “Hot Coffee”, una abuela norteamericana que denunció a McDonald’s porque, tras comprar un café en una estación de servicio (McAuto) se le hubo derramado por las piernas generándole quemaduras de tercer grado en muslos, cadera e ingles. Tras pedir los gastos médicos para repara su piel, la compañía no quiso hacerse cargo más que de un porcentaje ínfimo; la mujer anciana denunció entonces a la empresa de comida rápida y acabó logrando una compensación por daños punitivos treinta veces superior a lo que ella reclamaba inicialmente. O ayer, por seguir, que podíamos leer en El País el caso de un hombre obligado a pagar 10.000€ a su mujer por no mantener relaciones sexuales en los últimos diez años. Sí: 10.000€, 1.000€ al año. ¿El sexo no es un asunto privado? ¿Por qué debe intervenir la justicia en semejante caso? Lo cierto es que la mujer denunciante debería estar muy quemada. Y su marido bastante enfermo: diez años sin mantener relacione sexuales –al menos con ella- es ligeramente sospechoso. Se me ocurría que en ese juicio, celebrado en Francia, sí deberían haber regresado al antaño romano. Obligar al acusado a apretarse los testículos para testificar sinceramente: si le explotaban, es que ciertamente hacía diez años que no tenía deseos y, por tanto, su mujer tenía el derecho de reclamar el cumplimiento del artículo 1382 de “cualquier persona que cause un daño a la otra debe repararlo”; en cambio, si nada ocurriese al comprimir sus genitales, ella podría interponer una demanda por adulterio. En cualquier caso saldría ganando. Pero, claro, el proceso sería lento y eterno. Ella es ya, por cierto, su exmujer. Réprobo.

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