15 de marzo de 2012

El hombre en el alambre

Un bailarín en el cielo, la cuerda floja del arte o un crimen artístico. Existen varios títulos ciertamente sugerentes para abrir la página de la columna. Pero el hombre en el alambre, aliteración muy poco poética, o directamente Man on wire, documental galardonado con un BAFTA y un Oscar, que narra la terrible hazaña de Philippe Petit, aliteración más bella, es el título acertado.
El hecho se consumó un 7 del verano del 74, aunque la gestación del crimen se produjo años antes, en el 68, cuando su francés ejecutor, que entonces contaba con solo dieciocho años de edad, ojeaba una revista en la sala de espera de un dentista cualquiera pero igualmente francés. En aquella revista, el bueno de Petit encontró un artículo sobre una próxima mega-construcción que se finalizaría en Nueva York seis años después: el World Trade Center.
La impresión que debió de causarle la ilustración de dos torres de 417 y 415 metros le marcó con la obsesión de coleccionar maníaco cuantos artículos, reportajes o fotografías aparecieran de las nuevas torres gemelas en la prensa francesa. Dos años transcurridos. Philippe viajó con un amigo a Nueva York para contemplar personalmente su inmensa y todavía fetal pasión. Un helicóptero sobrevoló las dos torres todavía mediadas. Las fotografías que tomó el funambulista fueron suficientes para construir la maqueta que, tres años más tarde, le permitiría lograr el paseo más atrevido del siglo veinte: más incluso que los de Pessoa ebrio por las calles de Lisboa, más que los paseos de Joseph K. por los pasillos del tribunal…
Philippe Petit y sus cuatro cómplices practicaron un ejercicio de innata criminalidad cuando, falsificando sus identidades, burlando las modernas vigilancias, durmiendo más cerca de las nubes, se escondieron en las ascendientes plantas de la torre sur del World Trade, para el siete de agosto de mil novecientos setenta y cuatro disparar un sedal con arco hacia la torre norte e ir pasando cables hasta lograr la definitiva colocación de alambre de 450 libras por que cruzaría Petite con su estética bailarina, con sus pies casi magos, durante 45 minutos a una altura de 415 metros sobre el suelo.
La imagen y el acto merecen el más sincero reconocimiento. ¡Un hombre bailando en el cielo! Petit fue foco de las miradas curiosas de los americanos que, casi medio kilómetro abajo, observaban con un vértigo terrible la pasión con que aquel hombre retaba a sus dos torres de Babel. La policía le ordenó abandonar semejante locura, pero él prosiguió. ¿Qué iban a hacer los ocho u ochenta agentes sin alas que, megáfono en mano, le ordenaban frivolidades? Solo cuando le comunicaron que un helicóptero policial se dirigía hacia las torres para sacarlo de allí, Petit decidió dar por terminado su paseo, siendo arrestado de inmediato. “Cuando veo tres naranjas, hago malabares; cuando veo dos torres, las cruzo”, declararía célebremente horas más tarde.
La conmoción sobre la sobriedad humana que causó Petit fue casi tan grande como las torres, pues la amnistía le fue concedida sin ningún tipo trabas: exculpado de todo delito, libre de toda culpa.
Un hombre acababa de consumar su máximo anhelo. Un hombre acababa de hacer arte con un cable y su solo cuerpo. Un hombre había cruzado las dos torres más altas del mundo. Un hombre acababa de delinquir a una altura que nadie antes hubo violado. Qué caprichosa es la historia, ¿quién se imaginaría que 27 años después otros hombres delinquirían todavía desde más arriba, hundiendo las mismas torres que él hubo levitado?
Lo cierto es que ya no se estila el carácter de estas hazañas. Ya nadie hace arte del no-arte. Ya nadie tiene miedo a las alturas. Porque ahora todo el mundo pende de un hilo, frágil, fino, ininteligible, y la caída es eterna mientras palabras como economía, prima de riesgo, obligaciones subordinadas, déficits, crisis… nos observan con lascivia desde el más jocoso de los infiernos: “caeréis, caeréis…”, parecen susurrar con un inmenso rugir de avión.

2 comentarios:

  1. Una historia que das ganas de descubrir, desde luego. Los documentales suelen pasar desapercibidos en los Óscars, lo tengo que buscar.
    Gracias por la recomendación.
    Besos

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  2. La verdad me impactó bastante la primera vez que lo vi. No es un muy buen documental pero si una buena historia, preciosa, de superación personal de la que deberíamos aprender. A veces hay que soñar y dejar a un lado la mano que nos empuja al vacío. Un beso.

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