11 de enero de 2012

Kafka y su muñeca

Corría el verano de 1923 cuando Dora Diamant, de 26 años, conoció a Franz Kafka en el balneario de Graal–Müritz, Alemania, mientras el escritor trataba de mejorar su tuberculosis ya importantemente desarrollada.

Felice primero, Milena después, Felice otra vez y finalmente Dora, acompañante y amante de Kafka en su último periodo de vida, son las partícipes de la vida amorosa de checo más oscuro y profundo del siglo veinte.

Dora Diamant, de origen polaco, se dedicó a la interpretación, estudiando arte dramático en la Universidad de Berlín. Con la ascensión de Hitler al poder, Dora se unió al Partido Comunista, ideología y entorno donde conoció a su futuro marido, el director del periódico Bandera Roja, Ludwig Lask. En 1934 nace su primera hija, Franziska. Lask huyó perseguido por la Gestapo a
la URSS. Y años más tarde Dora Diamant se une a él, donde presencia la caída de su marido a un campo de concentración. Finalmente, Dora escapa a Inglaterra y, tras un paso aciago por la Isla de Man, se establece en el centro de Londres donde funda un restaurante y un teatro para la comunidad judía.

Pues Dora Diamant fue testigo privilegiado del cuento de hadas más hermoso de la literatura moderna. Porque queda lejos la edulcoración –y también tácita elaboración- de Charles Perrault y sus escrituras de la tradición oral. Esta historia no es ficción. Pero tampoco real.

A ver si nos entendemos.

Franz Kafka, jubilado ya a los 39 años por la tuberculosis, se hubo trasladado a Berlín con Dora. Cada mañana, alredor del mediodía, salía a dar su paseo por el Parque Steglitz. De repente, el llanto de una niña lo enmudeció todo. Cuando la inocencia se entristece no hay lugar para las importancias. Franz Kafka, que se encontraba a escasos metros de la criatura, no pudo eludirla y se aproximó muy tímidamente a ella y le preguntó qué le pasaba. La niña, con la voz rota que envuelve el sollozo, contestó que había perdido su muñeca, que la había perdido para siempre. A Franz Kafka se le debió de enternecer el corazón, o se debió de ver reflejado en el cuerpo de una niña que –al igual que él con la vida- veía su futuro fragmentado. No podía ser. “No”, le dijo a la niña, “tú muñeca no se ha perdido. Tu muñeca se ha ido de viaje”. Entonces comenzó una correspondencia que duró tres semanas. La muñeca de la niña, a través de la genial pluma de Kafka, escribía a su pasada dueña desde las distintas ciudades donde se encontraba.

Nunca se ha sabido quién fue aquella niña. Ni donde están los manuscritos de aquellas –seguro- preciosas misivas.

César Aria compuso un artículo en el año 2004, El País, en que relataba la ocurrencia. Según se dijo, el editor alemán Klaus Wagenbach recorrió incansablemente los recovecos del parque para tratar de encontrar a la niña de la fantasía recompuesta. Llegó a publicar la noticia en el periódico para que la niña se atreviera a dar el paso. Pero jamás apareció. Se dice que a día de hoy todavía recorre el Steglitz en busca de una de las ancianas que acompañan a sus nietas a jugar. Pero la niña de Kafka deberia tener 97 años, y es improbable encontrarla.

El único testimonio veraz del hecho fue la propia Dora Diamant. Dijo: “escribía esas cartas a la niña con el mismo estado nervioso que lo poseía cada vez que se sentaba delante del escritorio para escribir sus relatos”.

Jordi Sierra i Fabra ha publicado últimamente Kafka y la muñeca viajera (Siruela, 2004). Libro que encarna la historia con la ficción necesaria.

Franz Kafka no solo pudo escribir los cuentos infantiles más hermosos del pasado siglo, sino que también formó parte de ellos. Un poco como los personajes de sus novelas, que eran un poco él, un poco Dios.

2 comentarios:

  1. Curiosa historia Marc!!!! Me parece estar leyendo LA OTRA HISTORIA!!! jajaja. Genial

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  2. Hay algún libro de Kafka con el nombre las columnas de Kafka o algo parecido, Disculpen mi ignorancia pero hasta hace poco leí sobre el. Mi correo es christianrmp@hotmail.es Gracias y disculpen

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