Cada vez que leo en algún periódico “científicos
de la universidad de _ descubren…”, pienso: he aquí otro de mis artículos. Y no
porque crea, aunque sea remotamente, que estos buenos científicos decanos, o
subvencionados, o ilustrísimos hayan encontrado la cura, el remedio o la santa
panacea de cualquier enfermedad que pueda tener el mínimo interés público, no.
Ni de broma. Pienso “he aquí una de mis columnas” porque sé –a ciencia cierta-
que a: o bien se tratará de una chorrada investigativa, un descabellado
experimento fruto del tedio o del hastío, o incluso del asco o por be: que lo
que voy a leer ha sido descubierto, ¿dónde acotar?, unas cuatro o cinco décadas
antes. El caso de la investigación que he leído hoy tiene un poco de ambos
componentes.
Se trata de dos investigadores
americanos del departamento de desarrollo evolutivo de los humanos de la
Universidad Cornell de Ithaca, Nueva York, Gerulf Rieger y Ritch C.
Savin-Williams, cuyos nombres, seamos sinceros, le irían maravillosamente a Dan
Brown para su siguiente entrega de misterio. Ellos han descubierto que la
orientación sexual del individuo se encuentra intrínseco en sus pupilas. A
primera vista parece poético, pero luego es patético. Veamos: los científicos,
en primer lugar, reclutaron a 165 hombres y a 160 mujeres. A ellos les mostraron vídeos
eróticos de un minuto de hombres y luego un minuto más de mujeres; a ellas les
hicieron exactamente lo mismo. Dicta el estudio que los varones heterosexuales
dilataron considerablemente sus pupilas con las imágenes de las mujeres,
evidenciando una diferencia monumental a la dilatación producida por las imágenes
del sexo masculino; los gais, por otro lado, se dilataron sustanciosamente con
imágenes de su mismo sexo; y los hombres bisexuales mantuvieron una dilatación
media con ambos tipos de imágenes. Ellas, las lesbianas, manifestaron una
dilatación parecida a la de los varones heterosexuales con la apercepción de
las imágenes de chicas, mientras que las chicas heterosexuales dilataron de un
modo muy parecido a la de los hombres bisexuales, es decir, muy ligeramente, con
ambos sexos, pero sin puntas. Hechos que contradicen la creencia popular de la
bisexualidad y, sobre todo, la teoría de Freud, que decía –más o menos- que en
la excitación no existe diferencias de orientaciones sexuales.
Además, y esto es aun mejor, los
sujetos investigadores han dicho que los resultados sostienen la idea de la
respuesta sexual biológica: que ellos, es decir, nosotros, los hombres,
primamos la erección y la penetración mientras que ellas, es decir, ellas,
anteponen la lubricación y la evitación de las lesiones sexuales (esta última
parte, añaden, es la respuesta evolutiva de los episodios de violación que han
sufrido las mujeres por parte de los hombres a
lo largo de la historia).
Con todo esto, lo que quieren decir es
que el grado de excitación masculino heterosexual es mucho mayor que el grado
de estimulación femenino también heterosexual. Y, además, que los bisexuales
son los que menos estímulos perciben y, por tanto, los que menos se excitan.
Eso, evidentemente, indicado a través de las pupilas. Vamos: que es la
pupilometría sexual que ya escribió el doctor Eckhard H. Hess en 1965, pero sin evolución.
Con todo esto, pensaba yo ahora en un
restaurante de Betanzos, Galicia, donde hace un par o tres de semanas comimos
un muy buen bacalao a la galega, polvo (pulpo) con cachelos e incluso una viscosa
lengua de ternera con pimientos del padrón. En el bar, situado preciosamente en
una zona tan típica que estaba en ruinas, eso es en una calle con arcos lleno
de bares en cuya derecha un precipicio de unos ocho o diez metros te conducía
directamente a la calle paralela, trabajaba un chico sin párpado (el izquierdo,
además). En primera instancia sorprende, ¿cuántas mono-dosis de colirio debe de
gastar ese hombre?, pero luego pasa completamente desapercibido. El caso es que
no me fijé con quien dilataba más, si conmigo o con mi novia. Pero hubiera sido
gracioso saberlo. E innecesario, tanto como si dijera que mi gata Kafka se
calienta más por la noche que por la mañana. Es sabido que los gatos dilatan sus
pupilas, como nosotros, para adaptarse mejor a la oscuridad ambiental.
Lingüísticamente, pupila es un nombre
realmente bonito. Pero entre la ciencia –esto que de lo que acabo de hablar- y el poema “qué es poesía me preguntas clavando
en mi pupila tu pupila azul”, nos la están desgraciando. Siempre nos quedará Un
perro andaluz, cuyo ojo cortado a la navaja, dicho sea de paso, era el de un
cerdo: como la mirada de muchos, como la mirada de muchas. Y para ellos,
afortunadamente, existen pupilas.
Cerrar los ojos y no ver nada. Cerrar
los ojos y no ver nada…
Desde luego vaya tema que nos has sacado, jaja.
ResponderEliminarNo se si estrá relacionado con esto, eso de decir " tienes mirada de deseo"
Si me acuerdo me fijaré en la dilatación de la pupila para investigar por mi misma, jejeje.
Besos.
Psssssssssss, quizá deberían centrarse en otras dilataciones, y obtendrían mejores resultados. Un abrazo, y a la gata Kafka, claro.
ResponderEliminarla razón no te falta... Si quieren obtener resultados que se centren en algo más productivo
EliminarA ver... la pupila se dilata viendo sexo, sin necesidad de ver porno a oscuras.... y digo yo.... sirve exactamente de algo saber eso cuando son otras dilataciones las que tienen una relación más directa con el sexo?
ResponderEliminarBesos